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El pasado 30 de mayo, el Círculo John Henry Newman presentó la obra «El sueño de Geroncio» en Ajijic, Jalisco, México. La obra de voces y orquesta, compuesta por Edward Elgar en 1900, se basa en el poema homónimo de John Henry Newman. Los participantes pudieron apreciar el concierto completo y estudiar el contenido del poema.

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exposiciónLa Dra. Rosario Athié, Jefe de la Academia de Filosofía Social del Departamento de Humanidades de la Universidad Panamericana, Campus Guadalajara, dictó conferencia sobre la actualidad del pensamiento de John Henry Newman en el auditorio del Instituto de Ciencias Religiosas en la ciudad de Alicante, España. El evento se llevó a cabo en 13 de abril de 2015.

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Este breve diccionario de textos recorre el itinerario intelectual de Newman, y ofrece las grandes líneas de su pensamiento teológico, ascético-espiritual e histórico. Sus citas son de gran ayuda para los comunicadores en asuntos religiosos y espirituales, y ayudan a entender cómo la vida y el pensamiento se ajustan a la verdad cristiana con una coherencia asombrosa. Esta antología remite a casi todas las obras publicadas.

Se puede adquirir la copia digital en: Amazon, Casa del Libro, iTunes.

 

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Ponemos a su disposición el artículo «La lectura lonerganiana de Hegel», escrito por Mark D. Morelli, de Loyola Marymount University. Trata brevemente la relación de Lonergan con Newman. Lo podrá encontrar en las páginas 199-225. 

Haga clic para descargar: Revista de Filosofía: Debate Hermenéutica Cultura, Universidad Iberoamericana

Tomado de: http://www.ibero-publicaciones.com/filosofia/volumenes_anteriores.php?id_volumen=7

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John Henry Newman es un filósofo y teólogo, precursor del personalismo.

JOHN HENRY NEWMAN

Cronologí­a de su vida y obras

Rosario Athié[1]

John Henry Newman nació en la ciudad de Londres, Reino Unido, el 21 de febrero de 1801. Es el mayor de seis hermanos, hijos del banquero John Newman y de Jemima Fourdrinier, quienes los bautizaron en la Iglesia Anglicana.

El primero de mayo de 1808 ingresa en la Escuela de Ealing, donde el director del plantel lo consideró el mejor alumno que hubiera pasado por sus aulas.

El 8 de marzo de 1816 su padre sufre una crisis financiera que le obligó a vender sus posesiones y reducir considerablemente el gasto familiar.

Durante el curso escolar de 1816, Newman recibió la influencia evangelista del Rev. Mayers y experimenta una profunda conversión espiritual en la que decide tomarse en serio su relación con Dios, definiendo que lo único importante para él a partir de ese momento serí­a Dios y su alma.

El 14 de diciembre de ese mismo año se matricula en Trinity College, Oxford, con gran esfuerzo por parte de su familia. Su padre tení­a la ilusión de que su hijo mayor fuera abogado. Cursó bien sus estudios pero decide hacerse clérigo anglicano y dejar la abogací­a y continuó sus estudios en el mismo College.

El 12 de febrero de 1822 es elegido Fellow de Oriel College pues quienes lo eligen consideran su gran talento. Este cargo académico le facilitó los medios económicos que necesitaba, le acercó a un grupo de intelectuales destacados en el ámbito filosófico y teológico de Oxford y le ofreció el medio para influir positivamente en sus alumnos.

El 16 de mayo de 1824 trabajó temporalmente en la parroquia de San Clemente, con el fin de darse cuenta en qué consistí­a el trabajo propio de un clérigo.

El 13 de junio de 1824 recibe la ordenación diaconal en la Iglesia Anglicana. En septiembre de ese mismo año muere su padre a consecuencia de las preocupaciones económicas. Newman se hace cargo de sacar adelante los estudios de sus hermanos y el sustento de su madre y sus hermanas.

En 1825 colaboró con artí­culos sobre Cicerón, los milagros y Apolonio de Tyana para la Enciclopedia Metropolitana, en medio de su trabajo pastoral y docente. El 29 de mayo de ese mismo año es ordenado sacerdote anglicano. A pesar de la costumbre de la clerecí­a anglicana de tomar esposa, y particularmente en esos momentos, él decide dedicar su tiempo y su corazón por completo al ministerio viviendo el celibato por el Reino de los Cielos.

El 21 de marzo de 1826 fue nombrado Tutor de Oriel College, con un mejor sueldo y una mayor influencia académica entre sus colegas y alumnos.

Entre los meses de octubre y noviembre de 1827 le aqueja una grave enfermedad que le hace temer por su vida. Al año siguiente, el 5 de enero de 1828, muere repentinamente su hermana menor, Mary, de un apendicitis. John Henry tení­a gran afinidad con ella por lo que sufrió más que con la muerte de su padre.

El 8 de diciembre de 1832 se embarca hacia Italia con los Freud, padre e hijo. De esta manera conoce Roma y otros lugares de interés, impresionándole grandemente la solidez que manifestaba la Iglesia Católica Romana aun en sus edificios. Permanece en Italia varios meses donde enfermó de nuevo. Volvió a Inglaterra decidido a dar solidez doctrinal a la Iglesia Anglicana. Su amigo Hurrell Frued pertenecí­a a la High Church[2], por este motivo él rezaba el breviario de los sacerdotes católicos, siendo sacerdote anglicano, pues ambos amigos tení­an un gran deseo de promover una liturgia más piadosa. Hurrell murió al poco tiempo y le heredó a Newman su breviario.

El 14 de julio de 1833 fundaron el Movimiento de Oxford, Newman, John Keble y Edward B. Pusey. El modo como dieron difusión a sus propuestas fue publicando unos pequeños folletos llamados Tract of the Times. Ellos los miembros del Movimiento daban a conocer de manera sencilla las conclusiones de sus investigaciones teológicas. Estas publicaciones duraron hasta 1841.

El 8 de julio de 1833 Newman publicó su primera obra: Los arrianos del siglo IV, lo que muestra sus investigaciones sobre los debates de temas cristológicos y las respuestas a las herejí­as basado en el estudio de los Primeros Padres de la Iglesia.

Entre los años 1834 y 1835 trabajó en una explicación sobre la verdadera Iglesia de Cristo. La solución dada en La ví­a media de la Iglesia Anglicana era que la Iglesia original tení­a tres ramas: la Anglicana, la Ortodoxa y la Católica Romana.

Los sermones compendiados bajo el tí­tulo Parroquial and Plain Sermons los escribió entre los años 1834 y 1842, en los que se recoge su predicación como párroco de la Iglesia de St. Mary’s en Oxford, cargo que ocupó desde 1827. Este nombramiento era un reconocimiento, no sólo a su ministerio, sino a su capacidad intelectual pues sus sermones debí­an tener una alta calidad académica. La parroquia atendí­a tanto a los miembros del claustro de la Universidad de Oxford, como a los habitantes de las poblaciones de Oxford y Littlemore, de humilde condición.

En 1838 publicó dos obras que también eran compendio de su trabajo académico: Lectures on Prophetical Office of the Church y Lectures on Justification.

Con la guí­a del estudio y profundización de los escritos de los Primeros Padres de la Iglesia, Newman fue dándose cuenta que la Iglesia Anglicana no habí­a conservado í­ntegro del depósito de la fe que habí­a recibido la Iglesia primitiva, por lo que pasó por una crisis respecto a sus convicciones religiosas entre los años de 1839 y 1841, lo cual comenzó a vislumbrarse en sus escritos, particularmente en los Tract. Hasta que al escribir el Tract 90 recibió amonestaciones de parte de su obispo.

En abril de 1842 le pidió permiso a su obispo de pasar una temporada de oración y estudio y se retira a Littlemore, a nueve kilómetros de Oxford donde, con un grupo de amigos que pasaban por una situación similar, conforma una especie de comunidad. Mientras tanto, muchos de sus alumnos que habí­an seguido el proceso intelectual de su profesor, avalado por la profundizar en la doctrina de los Padres de la Iglesia, habí­an decidido incorporarse a la Iglesia Católica Romana.

En Littlemore pasó Newman más de tres años. Ahí­ escribió Los sermones universitarios y Ensayo sobre los milagros en 1843. El 18 de septiembre él es removido de su cargo como párroco de St. Mary’s.

El año de 1844 fue un año muy atormentado, pues teniendo claro desde el punto de vista teológico que la única Iglesia que habí­a conservado í­ntegra la doctrina de Cristo era la Iglesia Católica Romana, mantení­a una serie de objeciones sobre las prácticas piadosas y el papado. Ese mismo año escribió y publicó La vida de los santos ingleses.

Un trabajo de investigación notable durante sus años en Littlemore fue El desarrollo del dogma, en el que fue mostrando la unidad entre el depósito de la fe y la necesidad de definir dogmas por motivos pastorales concretos, de manera que se fueran aclarando con precisión lo que la Iglesia ha creí­do desde el principio. Este trabajo resultó ser también una aportación para la Iglesia Católica Romana en el ámbito de la Teologí­a y concretamente sobre la Eclesiologí­a y la Dogmática. Terminó el libro en 1845.

El 8 de octubre de 1845 recibió en Littlemore la visita de Domenico Barberi, sacerdote Pasionista italiano. Newman habí­a despejado ya toda duda y le pidió que escuchara su confesión general y en los albores del dí­a 9 de octubre hizo la profesión de fe en la Iglesia Católica Romana. El 22 de febrero se trasladó a Oscott, Maryvale, donde se encontraba el obispo Wiseman para ponerse a sus órdenes y entregarle su escrito sobre el desarrollo del dogma con la disposición de que le objetaran, sin embargo su investigación no tení­a ningún inconveniente respecto a la fe católica. El obispo lo envió a estudiar a Roma, al Colegio de Propaganda Fidei junto con Ambrose Saint John, amigo suyo converso que habí­a compartido sus dí­as de estudio en Littlemore. La estancia en Roma fue de unos meses entre 1846 y 1847 con el fin de que completaran los estudios necesarios para recibir el orden sagrado. Newman se encontró con que sus estudios teológicos no eran superados por sus profesores y sólo con un jesuita halló con quien debatir.

El 30 de mayo de 1847 recibió la ordenación sacerdotal y celebró su primera Misa. El Papa Pio IX le sugierió que fundara en Inglaterra el primer Oratorio de San Felipe Neri, por lo que también pasó una temporada como novicio. Se trata de sacerdotes seculares, sin votos, que viven en comunidad para rezar y trabajar pastoralmente juntos. Este estilo de vida coincidí­a con lo que Newman habí­a vivido en los college de Oxford y en Littlemore. Una vez que estudió y adaptó los estatutos del Oratorio se trasladó a su paí­s.

El dí­a 1º de febrero de 1848 fue la fecha de fundación del Oratorio de San Felipe Neri en Maryvale. Al año siguiente se trasladó con otros sacerdotes a Birmingham. Poco después publicó la novela Perder y ganar en la que, con notas autobiográficas, narra la conversión de un estudiante de Oxford.

Su obra Discourses Addressed to Mixed Congregations la publicó en 1849. Ese mismo año inicia otro Oratorio en Londres. En 1850 recibe una llamada de atención de parte de la jerarquí­a católica por un mal entendido que le hizo sufrir mucho. A pesar de todo, publicó también Lectures on Difficulties Felt by Anglicans y Lectures on Present Position of Catholics in England.

Los obispos irlandeses solicitaron a Newman que promoviera la primera universidad católica en esa Isla. A manera de preparación, dictó nueve conferencias sobre su propuesta educativa sobre la naturaleza y fin de la universidad. Dichas conferencias las pronunció sucesivamente entre el 2 de noviembre de 1851 y el 12 de noviembre de 1958. El tí­tulo que los compendia es Discourses on Scope and Nature of University Education, que constituyen la primera parte de lo que más tarde tituló Idea of a University. Newman fue el Rector de la Universidad Católica de Irlanda a partir de 1854 y se retiró en 1858. Los Office and Works of University los escribió entre 1854 y 1858. En 1856 publicó su segunda novela, Callista: A Sketch of the Third Century en la que expone la vida y las dificultades por las que pasaron los primeros cristianos.

En 1857 publica Sermons Preached on Various Occasions. En los dos años siguientes, 1858 y 1859, sufrió una serie de problemas por artí­culos publicados en la revista Rambler, de la que fue Editor ese último año. Entonces publicó también lo que serí­a la segunda parte de Idea of a University: Lectures and Essays on Uniersity Subjects, así­ como otro compendio de estudios teológicos: On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine.

A partir de las dificultades en la revista, tomó la decisión de pasar oculto. Así­ se conocen sus años de silencio entre 1859 y 1864 hasta que las acusaciones públicas a su persona y sus correligionarios de parte de Charles Kingsley le obligaron a hacer también una pública defensa. Escribió por este motivo una serie de folletos en los que narraba la historia de sus convicciones religiosas y, en consecuencia, su personal proceso de conversión en el que hací­a ver su rectitud de intención en la búsqueda de la verdad. El resultado de este trabajo agotador, porque en ocasiones escribí­a hasta 18 horas seguidas, fue su Apologia pro vita sua, que le ganó la simpatí­a de muchos anglicanos de buena voluntad. Pero también dio pié a la serie de controversias que tuvo que mantener con miembros de la Universidad de Oxford.

En 1866 publica El sueño de Gerontio en el que habla de la muerte y la vida eterna. Entre los años 1868 y 1870 reflexiona sobre la certeza de la fe hasta la publicación de su Gramática del asentimiento, en el que explica el proceso gnoseológico por el cual se llega hasta el acto de fe.

En 1872 publica Historical Sketches y al año siguiente le publican la versión definitiva de The Idea od a University, Defined and Illustrated.

El año de 1874 lo dedica a hacer una detallada revisión de todas sus obras y escritos. En 1875 debe enfrentar a una nueva controversia con Gladstone. El fruto de tal polémica fue su obra sobre la conciencia: Letter to the Duke of Norfolk.

Después de una vida en los que tuvo que enfrentar tantas controversias y dificultades, recibió el reconocimiento que mayor alegrí­a habrí­a de traerle, como Fellow Honorario de Trinity College, donde habí­a sido estudiante cincuenta años atrás, lo que le dio la oportunidad de volver a su amado Oxford con el reconocimiento de sus antiguos amigos y colegas.

Otro merecido reconocimiento le otorgó la Iglesia a la que habí­a servido la segunda mitad de su vida y el 12 de mayo de 1879 el Papa León XIII entrega su primer palio cardenalicio en la persona de Newman, nombrándolo cardenal diácono, tí­tulo honorí­fico por sus méritos pero no ejerció como tal ni se quedó a vivir en Roma. Su lema fue Cor ad cor loquitur.

En 1884 publicó Obligations of Catholics Concerning the Inspiration of Scripture.

Pasó sus últimos años en el Oratorio que él fundó en Birmingham y murió, siendo ya muy anciano, el 11 de agosto de 1890. Se le enterró en Rednal, a las afueras de donde vivió tantos años en servicio de los intelectuales y de los más pobres. Su epitafio dice: Ex umbris et imagí­nibus in veritatem (Pasó de las sombras y las imágenes a la Verdad).

En 1991 fue declarado Venerable por Juan Pablo II, una vez que se comprobó que John Henry Newman habí­a vivido heroicamente todas la virtudes. En el año 2005 se le atribuyó y confirmó el milagro de una curación en la ciudad americana de Boston. El 19 de septiembre de 2010 será beatificado por el Papa Benedicto XVI en Inglaterra en medio de gran expectación dado que supone un acontecimiento histórico para la Iglesia Católica en Gran Bretaña.


[1] Profesora de Filosofí­a de la Educación en la Universidad Panamericana (Guadalajara, México), Miembro de la Asociación Española de Personalismo y de la Newman Association of America (USA), Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (México).

[2] Dentro de la Iglesia Anglicana existen tres tendencias: la High Church, que son los anglicanos catolizantes, sin ser angloromanos; la Low Church, con una clara tendencia protestante; y aquellos anglicanos que viven una religiosidad oficial.

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El Beato John Henry Newman constituye un ejemplo elocuente y auténtico de una búsqueda apasionada de la verdad. A él se le considera entre los grandes pensadores cristianos, y de hecho se espera que, con el paso de los años, llegue a ser proclamado “Doctor de la Iglesia”. Sin embargo, él nunca se consideró a sí mismo ni teólogo, ni filósofo. Tampoco tuvo la intención de establecer una corriente o escuela de pensamiento, ni se identificó con alguna de ellas.

Él simplemente era un hombre creyente y coherente, un padre y un pastor que supo estar atento a las inquietudes y necesidades espirituales de sus contemporáneos. En nuestros días, él continúa siendo un buen “compañero de camino” de quienes van tras la búsqueda sincera de la verdad en sus vidas.

Él fue un hombre dotado de grandes cualidades. No solamente gozaba de una mente privilegiada y de una cultura amplia y profunda, sino que además poseía una delicada sensibilidad espiritual, la cual le ayudó a responder fielmente al llamado que Dios hacía en su conciencia, al igual que a comprender, con profundidad, el corazón del hombre y sus inquietudes.

El Beato Newman, tanto en su período anglicano como católico, fue motivado a escribir generalmente por razones pastorales. Él no era partidario de especulaciones académicas que terminaban siendo estériles, o bien, de reflexiones y teorías que no lograban responder a las verdaderas necesidades e inquietudes espirituales de la vida de las personas.

En sus obras, particularmente en sus sermones y cartas personales, se descubre con frecuencia una misma motivación pastoral y apologética: la defensa de la fe de las personas –con poco o mucha formación doctrinal–contra los excesos del “liberalismo” en materia de religión, al que nombraba como la “religión del día”.

 

Período anglicano

En su período como sacerdote anglicano (1824-1845), su apología de la fe se dirigía sustancialmente contra dos corrientes opuestas que se presentaban en el seno de Iglesia de Inglaterra: los “noéticos” y los “evangélicos”. En Oxford, donde Newman fue alumno y posteriormente profesor, predominaba la corriente “noética”, o “Escuela Evidencialista” (Evidential School), la cual estaba en boga en los círculos académicos del clero anglicano. Dicha corriente defendía el carácter racional del cristianismo, pero sometiéndolo a una estricta verificación lógica.

Bajo esta perspectiva, para que una doctrina fuera considerada como verdadera y creíble, debía ser demostrada mediante argumentos lógicos o pruebas de tipo histórico, denominadas como “evidencias” (evidences). Ellas constituirían el criterio último de credibilidad de una verdad de fe, y en consecuencia, la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo para nuestra salvación, se reduciría a un conjunto de silogismos verificables o comprobables.

El riesgo principal de esa postura es que no se dejaba espacio a la fe del creyente con poca instrucción religiosa, pues él no tenía la capacidad de argumentar, mediante pruebas racionales o “evidencias”, aquello que creía.

A su vez, frente a ese racionalismo liberal y académico, se acentuó otra corriente de tipo calvinista-evangélica dentro de la Iglesia anglicana, la cual tomó una postura opuesta, eliminando prácticamente el uso de la razón en el acto de fe. Los así denominados “evangélicos” (evangelicals), creían poseer una luz interior que los guiaba y capacitaba para creer, pero prescindiendo de cualquier tipo de razonamiento. De esa manera, la fe quedaba reducida a un sentimiento, en el que se renunciaba a cualquier tipo de justificación o razonabilidad.

Newman advertía que estas corrientes del pensamiento no quedaban únicamente en las aulas universitarias, sino que se propagaban entre la mayoría de la población, pues un gran número de los pastores de la Iglesia de Inglaterra se veían influenciados por ellas.

Él veía con mucho recelo tanto a los “noéticos” como a los “evangélicos”, porque ambas posturas se encontraban fuera de la verdad religiosa, pues terminaban sometiendo a la Revelación a una verificación en base a evidencias; o bien, a una especie de sentimiento o “iluminación” que podía llevar, incluso, hasta a la aceptación de lo inverosímil y absurdo.

 

Período católico

Posteriormente, en su período católico (1845-1890), nuestro autor se centró en defender la verdad de la Iglesia Católica y el derecho de los católicos a la profesión de su fe, frente a tantos prejuicios e incomprensiones que se suscitaban en la Inglaterra de la época victoriana.

Asimismo, él advirtió la debilidad y fragilidad de las corrientes apologéticas católicas de su época, las cuales pretendían “demostrar” la fe, mediante el uso de silogismos o argumentaciones lógicas, como una respuesta al racionalismo y ateísmo heredado de la Ilustración. Él tomó distancia de esas corrientes apologéticas, pues representaban un método de enseñanza y de transmisión de la fe muy distinto del que había aprendido de la lectura de los Padres de la Iglesia, quienes fueron su principal influencia para convertirse al catolicismo.

Casi al final de su vida, cuando recibió su nombramiento como Cardenal, expresó que en toda su actividad intelectual había luchado contra el “liberalismo” o relativismo en la religión, el cual lo definió como “la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en la religión”.

Esa postura liberal está muy relacionada con el actual problema del relativismo tan difundido en nuestra sociedad contemporánea. Éste pretende que las verdades objetivas queden a merced y juicio de cada sujeto, con el riesgo de hacer de la realidad –incluyendo a Dios– algo manipulable y a la medida del hombre.

Pero, ¿de qué manera Newman hizo frente al liberalismo en materia de religión? A diferencia de las corrientes apologéticas de su época, que ofrecían una serie de “contraargumentos” a los postulados liberales, él prefiere comenzar por justificar cómo una persona, con poca o mucha instrucción religiosa, puede llegar a la adhesión libre y consciente de la fe en Jesucristo.

Para lograr ese cometido, él busca describir los procesos internos que una persona realiza en el acto de fe. Esto se ve reflejado, principalmente, en su obra filosófica de madurez: Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Nos encontramos aquí en Birmingham en un día realmente feliz. En primer lugar, porque es el día del Señor, el Domingo, el día en que el Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos y cambió para siempre el curso de la historia humana, ofreciendo nueva vida y esperanza a todos los que viven en la oscuridad y en sombras de muerte. Es la razón por la que los cristianos de todo el mundo se reúnen en este día para alabar y dar gracias a Dios por las maravillas que ha hecho por nosotros. Este domingo en particular representa también un momento significativo en la vida de la nación británica, al ser el día elegido para conmemorar el setenta aniversario de la Batalla de Bretaña. Para mí, que estuve entre quienes vivieron y sufrieron los oscuros días del régimen nazi en Alemania, es profundamente conmovedor estar con vosotros en esta ocasión, y poder recordar a tantos conciudadanos vuestros que sacrificaron sus vidas, resistiendo con tesón a las fuerzas de esta ideología demoníaca. Pienso en particular en la vecina Coventry, que sufrió durísimos bombardeos, con numerosas víctimas en noviembre de 1940. Setenta años después recordamos con vergüenza y horror el espantoso precio de muerte y destrucción que la guerra trae consigo, y renovamos nuestra determinación de trabajar por la paz y la reconciliación, donde quiera que amenace un conflicto. Pero existe otra razón, más alegre, por la cual este día es especial para Gran Bretaña, para el centro de Inglaterra, para Birmingham. Éste es el día en que formalmente el Cardenal John Henry Newman ha sido elevado a los altares y declarado beato.

Agradezco al Arzobispo Bernard Longley su amable acogida al comenzar la Misa en esta mañana. Agradezco a cuantos habéis trabajado tan duramente durante tantos años en la promoción de la causa del Cardenal Newman, incluyendo a los Padres del Oratorio de Birminghan y a los miembros de la Familia Espiritual Das Werk. Y os saludo a todos los que habéis venido desde diversas partes de Gran Bretaña, Irlanda y otros puntos más lejanos; gracias por vuestra presencia en esta celebración, en la que alabamos y damos gloria a Dios por las virtudes heroicas de este santo inglés.

Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad.

El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente… se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio… si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).

El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo, todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.

Aunque la extensa producción literaria sobre su vida y obras ha prestado comprensiblemente mayor atención al legado intelectual de John Henry Newman, en esta ocasión prefiero concluir con una breve reflexión sobre su vida sacerdotal, como pastor de almas. Su visión del ministerio pastoral bajo el prisma de la calidez y la humanidad está expresado de manera maravillosa en otro de sus famosos sermones: «Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros (“Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio”, Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3). Él vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí. Ciento veinte años después, una gran multitud se ha congregado de nuevo para celebrar el solemne reconocimiento eclesial de la excepcional santidad de este padre de almas tan amado. Qué mejor que expresar nuestra alegría de este momento que dirigiéndonos a nuestro Padre del cielo con sincera gratitud, rezando con las mismas palabras que el Beato John Henry Newman puso en labios del coro celestial de los ángeles:

“Sea alabado el Santísimo en el cielo,
sea alabado en el abismo;
en todas sus palabras el más maravilloso,
el más seguro en todos sus caminos”.
(El Sueño de Gerontius)

 

© Copyright 2010 – Libreria Editrice Vaticana

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A John Henry Newman se le conoce por su condición de cardenal y, sobre todo, por ser el converso del anglicanismo al catolicismo más destacado y por la influencia que ha ejercido en y desde la intelectualidad británica, proyectada a todos los países de habla inglesa. En el mundo católico de habla española se le ha dado a conocer más a partir de la visita del Papa Benedicto XVI a Inglaterra con el fin de ponerlo como ejemplo a los intelectuales católicos, por lo que hoy se le conoce como el Beato John Henry Newman.

A nivel universitario, esta influencia queda patentizada en el hecho de que, desde hace muchos años, en las universidades del mundo anglosajón se han erigido las capellanías católicas bajo el nombre de Newman House o Newman Club, lo que comenzó en Estados Unidos, se ha propagado por Irlanda, Inglaterra, Escocia, Australia, Sudáfrica, India, Hong Kong, Kenia y muchos países más.

Elementos principales de la propuesta educativa universitaria de Newman

Las ideas fundamentales sobre las que él propone se edifiquen las universidades, son principios de tipo humanístico, a lo que él llamó Liberal Education, haciendo referencia a las Artes Liberales. Se podrían resumir sus palabras de los 9 Discursos con los que planteó su propuesta educativa para la futura primera Universidad Católica de Irlanda en unas cuantas pinceladas:

Se basa en una visión unitaria de la realidad, donde no hay un rompimiento entre los distintos niveles de conocimiento, sino que busca una armonía y una complementariedad entre los distintos saberes. Él muestra la necesidad de que los alumnos tengan un conocimiento igualmente abarcante y amplio de la realidad, por lo que habrán de tener un profundo conocimiento filosófico y teológico. Pero ello, no debe hacerse de manera separada de los demás conocimientos, sino en diálogo con las demás ciencias, pues mucho es lo que aporta la teología y la filosofía a las demás ciencias, así como estos dos conocimientos amplios se alimentan de las aportaciones de las ciencias particulares. De manera que los profesores de ciencias deben profundizar en los temas de su especialidad que guardan relación con la filosofía y la teología, así como los profesores de estas ciencias, deberán estar al día en los debates de las demás ciencias. Solamente así se puede hablar de un verdadero saber.

Previo a ese nivel de conocimiento, habrá que preparar las mentes con hábitos intelectuales y una estructura mental suficientemente fuerte como para distinguir entre los verdaderos argumentos y las vagas opiniones. Para ello, es necesaria una sólida preparación en la gramática, la lógica, las matemáticas y la música. Ello se comienza desde la más temprana edad.

También conforma su propuesta educativa el hábito de las buenas lecturas, especialmente de los clásicos greco-romanos y de los clásicos universales. La promoción de lecturas de autores relevantes de la propia lengua es importante para adquirir un apropiado manejo del idioma con la que uno piensa y disponer de un vasto vocabulario. Para ello, Newman propone conocer suficientemente la lengua latina y las raíces etimológicas de nuestro idioma.

La centralidad del buen manejo del lenguaje es capital, puesto que es el vehículo a través del cual pensamos y nos comunicamos con los demás. Para ello es básico tener dominio de la Gramática que es la puerta para un desarrollo intelectual lógico. Newman, de hecho, es un clásico de la lengua inglesa y ha influido en poetas y escritores ingleses. Y también ha sido un maestro en la retórica y el debate, en un tono de cordialidad, a la par que asertivo y convincente.

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John Henry Newman se definía a sí mismo como un educador. Cuando le correspondió promover en Dublín, Irlanda, la primera universidad católica, tenía muy presente que el objetivo de la educación universitaria es la formación intelectual. Sin embargo, esta tarea de “amueblar la cabeza” con orden y concierto, se ha de traducir en un estilo de vida. Por ello, el perfil del egresado de la educación liberal que él propone, es muy ambicioso. Ello se consigue más allá de las clases teóricas, se configura con el buen ejemplo y el trato constante. Newman resume todas las cualidades que desea encontrar en un verdadero universitario con la expresión inglesa del gentleman, que yo utilizo como gentleperson.

Los rasgos que Newman encuentra en aquellas personas que han sido formadas como humanistas, y que proceden de un carácter ético formado por un intelecto cultivado los recoge en su 8º Discurso de Idea of a University, concretamente en el número 10. Para describir estos rasgos, Newman utiliza imágenes profundamente elocuentes.

Un gentleperson, dice:

“Nunca se muestra mezquino o con miras estrechas es sus discusiones”

“Llevado por una prudencia que le lleva a tener un visión de lejanía, tiene en cuenta la antigua máxima de que hemos de conducirnos hacia nuestro enemigo como si algún día hubiera de ser nuestro amigo”.

“Nunca toma personajes o dichos agudos por argumentos”

“No insinúa acciones malas que no se atreve a decir con claridad”

“Su disciplinado intelecto le preserva de la descortesía de confundir el punto de discusión y perder las energías en bagatelas”

“Es tan sencillo como sólido, y tan breve como eficaz”

“Sabe ponerse en el lugar de sus oponentes y comprende sus equivocaciones”

“Conoce tanto la debilidad de la razón humana como su fuerza, sus capacidades y sus límites”

“Es suficientemente profundo y generoso de mente como para ridiculizar a los demás, y prudente como para ser dogmático o fanático”

“Su gentileza y suavidad de sentimientos son los acompañantes de la civilización”

“Por la precisión y solidez de su lógica, es capaz de apreciar qué sentimientos resultan coherentes”

Y lo más gráfico es que compara al gentleperson con un cómodo sofá, junto a una chimenea en una noche de invierno. Conociendo a Newman, no se refiere solamente a la imagen de caballero elegante y de moderadas maneras. Newman evoca la imagen del mismo Jesucristo, que por amor, por su amistad con los hombres, se conduce siempre con esa finura y delicadeza, lo que no menoscaba en absoluto, su condición de Dios y Hombre verdadero.

Por otro lado, esta solidez en la mente teórica y práctica lleva a las personas a tener una recta conciencia. Precisamente fue la explicación de Newman sobre la conciencia lo que al joven Joseph Ratzinger cautivó durante sus años de seminarista, posteriores a la 2ª Guerra Mundial y por lo que siguió estudiando los escritos filosóficos y teológicos de Newman. Hitler había llegado a decir que él era la conciencia de Alemania, sólo él podría juzgar lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que inquietó a muchos. Al volver de la guerra a las aulas del seminario, uno de sus profesores les explicó la realidad de la conciencia con estas palabras de Newman:

“La conciencia ordena, elogia, culpa, promete, amenaza, insinúa un futuro y da testimonio de lo invisible. Es algo más que el propio hombre. El hombre no tiene poder sobre ella, o sólo con extrema dificultad. Él no la hizo, no puede destruirla. Puede acallarla en casos o en direcciones particulares, puede falsear sus enunciados, pero no puede emanciparse de ella. Puede desobedecerla, puede negarse a usarla, pero permanece. Sus mandatos particulares son siempre tan claros y consistentes que su misma existencia nos lanza fuera de nosotros mismos, y más allá de nosotros mismos, para irle a buscar a Él, cuya Voz es la conciencia”.

Años después dedicó la Carta al Duque de Norfolk a la profundización de esta realidad.  Benedicto XVI quiere y admira a este intelectual inglés, por lo que la víspera de su beatificación, en Hyde Parke, Londres, dijo: “Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento”. ¿Qué es eso que tanto ha influido en el Papa? Su amor a la verdad, su respeto a la realidad, su afán por encontrar la última causa de todas las cuestiones de manera racional y de manera razonable.

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