Sobre Newman

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Autor: Delia María Sagastegui Urteaga

John Henry Newman. Para creer hoy, hay que querer es una tesis doctoral en Teología Fundamental que ha tratado de acercarse a la genialidad de la visión antropológica holística de Newman. Partiendo del núcleo de la interioridad humana, esta visión llega al compromiso activo con la realidad. Constatando una clara analogía entre el gusto, el raciocinio, la habilidad, la inventiva para el buen juicio en la conducta práctica, jamás disocia Newman mente y espíritu. Pero reconoce el fuerte e imponente atractivo sensorial que mueve todo el aparato emocional y alcanza directamente la totalidad del ser. Este trabajo evidencia el meollo de la obra newmaniana: la antropología del hombre como ser creyente, cuya salvaguardia no es la razón, sino el estado correcto del corazón que la da a luz y la corrige del fanatismo, la credulidad y la intolerancia. Este gran maestro de la Iglesia y de la historia tiene aún mucho que decir en la actualidad. 

Delia María Sagastegui Urteaga es una cristiana que, preocupada por encontrar luz en el actual contexto secularizado, está comprometida, a nivel teológico y vital, en buscar claves que favorezcan el encuentro con Jesucristo. Ella ve en la visión holística de Newman un fuerte impulso para tal encuentro, un camino para entablar un diálogo entre la fe y las nuevas formas de vida y de pensamiento, y una importante arma para enfrentar posibles dogmatismos y sectarismos.

https://www.demdel-editions.com/culture-et-foi/262-87549-289-9782875492890.html

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Comentario del autor:

Me complace informarle que la traducción al inglés de mi libro «Introducción al personalismo» acaba de ser publicada por Catholic University of America Press (2018). El libro es presentado por el conocido personalista estadounidense John F. Crosby

Con motivo de esta nueva versión, el trabajo ha sido revisado y ampliado con la exposición del personalismo angloamericano.

 

 

John F. Crosby contesta:

«No conozco ningún texto comparable en inglés que brinde una visión general sistemática del movimiento personalista en filosofía. Burgos se dirige a todas las figuras principales y la mayoría de los menores en el personalismo, presentando no solo aquellos generalmente conocidos por los estadounidenses (como Scheler, Mounier y Maritain) sino también figuras importantes en España y Polonia. El libro es más que simplemente una historia, sin embargo, como en la sección final Burgos ofrece su propia propuesta para una filosofía personalista bien desarrollada. «- Adrian Reimers (Universidad de Notre Dame)

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN………………………………………

Parte 1. Un acercamiento a J. H. Newman

CAPITULO 1

John Henry Newman: Una pequeña introducción a sus escritos John Ford

  • Introducción
  • Su autobiografía

CAPITULO 2

Maurice Nédoncelle, especialista en Newman

Pedro A. Benítez

2.1. Introducción

2.2. Newman presente en Francia durante su vida

2.3. Loisy, Dimnet y Brémond

2.4. Guitton, Bouyer y Nédoncelle

2.5. La fe

2.6. La filosofía personalista

2.7. Humanismo cristiano

Parte 2. Aportaciones de Newman a la Teología Fundamental

CAPÍTULO 3

Desde el sentimiento al dogma. La simpatía antropológica de la fe

Luis Mauricio Albornoz Olivares

  • Introducción
  • Una religión abstracta; contextualización
  • Medios de la realidad invisible
  • La forma real de un credo
  • El contenido de o que se cree como respuesta a la propia fe
  • Una realidad concreta
  • Una aplicación práctica
  • Reflexión final

CAPÍTULO 4

Newman y el desarrollo de la doctrina cristiana: vigencia de una certeza.

Julián Arturo López Amozurrutia

  • Introducción

4.2. Marco del problema

4.3. El desarrollo de la doctrina como reclamo a la objetividad del Cristianismo

4.4. El asentimiento creyente: otro reclamo a la objetividad

  • Objetividad de la idea cristiana: vigencia de la certeza

CAPÍTULO 5

Conciencia y fe en el pensamiento de John Henry Newman

Juan Carlos Mayorga Enríquez

5.1. Introducción

5.2. El beato Newman, Doctor conscientiae

5.3. La conciencia como medio de conocimiento de Dios

5.4. Conciencia y fe

5.5. Conciencia, fe e Iglesia

5.6. Conclusión

Parte 3.  Newman y la poesía

CAPÍTULO 6

La unidad entre pensamiento y palabra: el “two-fold logos”.

Helena Ospina

6.1. Introducción

6.2. Discursos sobre la enseñanza universitaria

6.3. Lecciones y ensayos sobre asuntos universitarios

6.4. El enfoque personalista de Newman sobre la literatura

Parte 4. Reflexiones filosóficas sobre Newman

CAPÍTULO 7

Armonía entre fe y razón en el pensamiento del cardenal J. H. Newman.

Rodrigo Figueroa Weitzman

7.1. Introducción.

7.2. Consideraciones sobre la razonabilidad de la fe en la

visión de J.H Newman

7.3. ¿Razonabilidad débil de la fe?

7.4. Razonabilidad propia de la fe

7.5. Razón y duda

7.6. Conclusión

CAPÍTULO 8

Sobre la certeza moral en cuestiones de fe.

Carlos Gutiérrez Lozano

8.1. Introducción.

8.2. La barra y el cable

8.3. El sentido ilativo

Parte 5.  Newman y Lonergan

CAPÍTULO 9

Las teorías del conocimiento de J. H. Newman y B. Lonergan como referentes de un método de interpretación.

Allan Crhistian Covarrubias Martiñón

9.1. La controversia del problema hermenéutico

9.2. J. H. Newman: de la crítica a la epistemología moderna a la teoría estética de la “Gramática del Asentimiento.”

9.3. El sentido ilativo newmaniano como referente

hermenéutico

9.4. Bernard Lonergan y el método trascendental como referente

de una teoría del conocimiento

9.5. La noción lonerganeana del punto de vista universal como

criterio hermenéutico

CAPÍTULO 10

Newman, mentor y guía de Lonergan.

Francisco Galán

10.1. Introducción

10.2. Semblanza biográfica

10.3. Un vistazo al libro Insight

10.4. Duplicar la estructura

10.5. ¿Está presente Newman en el Insight?

10.6. El juicio es un compromiso personal

10.7. El incondicionado virtual y el sentido ilativo de Newman

10.8. ¿Por qué esto que hago es conocimiento?

10.9. Conclusión

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John Henry Newman es, sin ninguna duda, una figura sui generis. No puede calificarse exactamente como filósofo ni como teólogo. Tampoco es sólo un escritor o un pensador, ni únicamente un apologeta o un hombre de acción. El nombre de J. H. Newman evoca la vida de una persona en busca de la verdad. Una búsqueda que por momentos discurrió serena en remansos y otras veces hubo de abrirse camino entre duros obstáculos. Y, afortunadamente, Newman dejó constancia escrita tanto de sus vicisitudes como de sus descubrimientos.

La verdad que Newman buscaba no estaba limitada por adjetivos: era a la vez natural y sobrenatural, filosófica y religiosa. Amplitud que es connatural a quien, como Newman, era un auténtico amante de la sabiduría: un filósofo. En este autor la perspectiva religiosa no distorsionó su búsqueda racional de la verdad, sino que más bien la estimuló de manera máximamente comprometida. Por eso cabe estudiar a Newman también como filósofo. Precisamente aquí se destacan sus reflexiones sobre temas y métodos estrictamente racionales, filosóficos, que poseen además un enfoque que los hace extraordinariamente fecundos también para quienes cultivan la teología…

Leer más: http://www.philosophica.info/voces/newman/Newman.html

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Recensión del libro: No diga Adiós a Dios. Razones para creer, de Rodrigo Figueroa Weitzman, ed. Monte Carmelo, Burgos, 2014.

Es un acierto literario el título de este libro “No diga adiós a Dios. Razones para creer”. Se trata de un juego de palabras que interpela al lector. Su largo subtítulo especifica lo que el autor se propone: Estudio filosófico sobre la racionalidad dela creencia religiosa, con énfasis en la teoría de J.H. Newman. En el primer capítulo analiza y describe el aporte de diversos autores que han profundizado en la noción de creencia religiosa (Kierkegärd, San Juan de la Cruz, Ratzinger, Von Balthasar, Paul Claudel, Edith Stein, Jaspers, Pascal, Pieper, Butler, Unamuno, Wittgenstein). Al convocar y pasar revista al aporte de estos importante pensadores cristianos, se quiere establecer, por así decir, el Status quaestiones sobre el que se destaca la insigne obra de John Henry Newman. Fue creado cardenal en 1879 por el Papa León XIII, murió en Birminghan el 11 de febrero de 1890, y en esa misma ciudad fue beatificado el 19 de septiembre de 2010 por Benedicto XVI, gran admirador del cardenal inglés. Ratzinger coincidiría plenamente con el de Newman cuando éste sostiene: “Yo sentía entonces, y he sentido siempre, que era una cobardía intelectual no encontrar una base racional para mi fe, y una cobardía moral no reconocer esa base”. Si bien la fe es un don de Dios, el contenido de esa fe no es absurdo ni irracional; y si el raciocinio no nos lleva a alcanzar la verdad, al menos nos enseña la dirección en que se encuentra. No es tarea de la razón ser causa de la fe, pero la razón sí puede atestiguar el carácter razonable de la creencia religiosa y declarar  del todo sensato creer en Dios. Es verdad que el discurso humano es incompetente para abordar el tema de Dios, pero ello no significa que sea del todo inexplicable, sobre todo cuando se cree que Él es la fuente de la inteligibilidad de todas las cosas. Que la creencia sea razonable y verdadera no significa que sea del todo explicable y comprensible.

Dios no ha querido para nosotros evidencias irrebatibles, que pondrían en jaque a nuestra libertad, sino un sendero de muchos indicios, todos los cuales atestiguan en favor de su existencia: la creación, la conciencia, y de modo más explícito, la revelación. Newman otorga mucha importancia al testimonio moral de la conciencia y a la convergencia de posibilidades.  Estos indicios de la existencia de Dios no logran aplacar el reclamo que exige y alega una manifestación más convincente y seguirá siendo un misterio cierto deseo de ocultarse. Pareciera preferir nuestra fe a una certeza incuestionable. En todo caso la presunta ausencia de Dios nunca será extrema, aunque su presencia no sea del todo evidente. Y si la razón y la ciencia se nutren de demostraciones, la fe lo hace por indicios que llevan a confiar y creer.

Sin embargo no basta con mostrar el carácter razonable de la fe. Se requiere de lo que Newman denomina “disposiciones”. “El mismo –Cristo- es el Autor y Fin de la fe, de la que es también el Objeto; pero, comúnmente, Él no implanta la fe en nosotros en forma repentina, sino que primero crea ciertas disposiciones, y éstas conducen a  la fe como recompensa”. Para ver a Dios se requiere de esas disposiciones: pureza de corazón en el amor al prójimo versus el egoísmo, desprendimiento más que la codicia, la castidad versus la  lujuria, la humildad antes que la soberbia intelectual. Sin esas virtudes es difícil ver a Dios pues el alma estará dominada por otros señores, siendo el más implacable el propio yo. Por ello, la fe pone en juego todas las disposiciones morales del corazón humano.

Newman fue un ardoroso buscador de la verdad, practicante de la verdad y un eximio defensor de la verdad: “Creo que lo que verdaderamente deseo es la verdad y donde quiera que la encuentre estoy dispuesto a abrazarla (…) Los que deliberadamente se niegan a formar su juicio sobre el más importante  de todos los asuntos; los que se contentan con pasar por la vida permaneciendo en la ignorancia sobre quien nos la ha otorgado, y por qué, y cuál es su destino; los que se resignan a estar sin criterios de verdad y error en su conducta, sin norma ni medida para los principios, persona y hechos con que se encuentran cada día; a éstos, aun cuando a menudo lo reclaman, ningún cristiano concederá el nombre de auténticos filósofos”.

El pecado original, cuestión que comprobamos existencialmente, no sólo comporta debilidad de nuestra inteligencia y voluntad, sino que nos convierte en rebeldes no dispuestos a deponer nuestras armas y aceptar la revelación: “Nuestra resistencia a los principios de la fe, no proviene sólo de nuestro apego a los objetos sensuales y visuales, sino de un principio innato de rebeldía, que desobedece casi por ganas de desobedecer”. Que una verdad supere las capacidades y atribuciones de nuestra inteligencia, por su excesivo fulgor, no anula esa verdad, sino que sólo muestra las limitaciones de la razón humana. “Las garantías racionales en general no son el cimiento esencial de la fe, sino su recompensa; dado que la sabiduría es el último don del Espíritu, y la fe el primero”. Newman considera que la fe amplia y ensancha el horizonte de la razón, provoca “una expansión de la mente”. Pero no se trata sólo de una apertura intelectual a la revelación sobrenatural, sino que “la fe, desde el principio, produce hombres dispuestos, como el apóstol, a ser locos por Cristo. La fe se pone en marcha dejando a un lado los razonamientos porque están fuera de lugar, y propone a su vez la obediencia sencilla a un mandato revelado”. Destaca que se da una sencillez intelectual que trasciende sofisticadas elucubraciones intelectuales que puede poner cortapisas a lo que alguien con fe viva asume con confianza y sin tardanza. Es una actitud lejos de todo fanatismo: “El fanatismo declara que entiende lo que afirma, pero no lo entiende (…) toma una posición no religiosa, sino filosófica; exige que lo consideren como sabiduría”. Son gente que cree que Dios les ha instruido, y les pone una palabra en su boca. La verdadera fe no es fanática, aunque sea segura, apasionada e intensa.

Newman no deja de sostener que cuando la recta razón accede a la verdad, y entre esas verdades, a la primera y más suprema de todas, la de Dios, su consecuencia y recompensa es el sentido de la vida y la felicidad eterna.

Rodrigo Figueroa tiene un conocimiento exhaustivo de la abundante y heterogénea obra de Newman. No sólo de sus grandes libros Apología provita sua, The idea of university, El asentimiento religioso, sus ensayos Críticos e históricos, sus novelas, sino también los varios tomos de sus Sermones parroquiales y volúmenes sobre sus diarios y cartas, entre las cuales destaca la larga y sustanciosa Carta al duque de Norfolk. Este dominio de los diversos géneros cultivados por Newman le ha permitido recoger textos de gran belleza literaria sobre la fe, la revelación y la tradición cristiana. Esto ya justifica del todo la lectura de este libro. Sólo le reprocharía la morosa exégesis que hace de esos textos, los que suele parafrasear y “saborear” en exceso. Abundan frecuentes soliloquios en torno a los mismos y con expresiones “según nuestra interpretación”, “con palabras nuestras”, “el ejemplo es nuestro”, “con nociones más personales”, “con imágenes nuestras” que hacen más reiterativa su lectura.

Delicioso y muy instructivo es el capítulo 5 titulado “El papel de la emoción dentro de la fe”. Si hay un autor en la que no cabe encontrar una gota de sentimentalismo –frecuente patología religiosa que exalta una espiritualidad del corazón- ése es Newman. Es perfectamente posible que una sólida fe vaya acompañada de un sentimiento bastante exiguo. Para él la religión no es expresión de emociones ni de sentimiento exultantes, sino de convicciones. La verdadera devoción es algo totalmente distinto del sentimentalismo. No se puede confundir un impulso momentáneo, por muy intenso que sea, con una decisión arraigada que sea operativa. En varios Sermones parroquiales ante este generalizado virus sentimental suele argumentar del siguiente modo: “A todos aquellos que se sienten perplejos de cualquier manera, que buscan la luz pero no la encuentran, hay que darles un precepto: obedecer”. La religión es, en principio, serena, moderada y consciente. Tiene que ver con la obediencia y  no con momentáneos entusiasmos de ánimo carentes de consecuencias y que sólo sirven como impulso inicial. Si una persona se arrepiente sinceramente, será consecuencia no de esos sentimientos, sino de una convicción firme de su culpa y un propósito consciente de abandonar sus pecados y servir a Dios. Esas emociones no son la religión, aunque accidentalmente vengan a la vez. “Su objeto es ayudar a ponerse en camino y contrarrestar el desagrado inicial y la molestia de cumplir el deber. Como tal debe ser usado; sino, será inútil o peor que inútil”. Las emociones, nos dice Newman, deben obedecerse enseguida, de lo contrario no servirán de nada y sólo serán una mera impresión pasajera. Los sentimientos deben convertirse en principios y convicciones.

El capítulo VI analiza la relación de la conciencia con la creencia religiosa. Éste es uno de los grandes aportes del beato inglés: “la conciencia es un vínculo de la razón con la verdad. La conciencia es la Voz de Dios, mientras que hoy está muy de moda considerarla, de un modo u otro, como una creación del hombre”. Newman la considera un verdadero “Vicario de Cristo”. Es célebre en este sentido el brindis por el Papa, “pero primero ¡Por la Conciencia!, después ¡Por el Papa!”. Como escribe en su novela Calixta”: “no es una mera ley de la naturaleza … es el eco de una persona que me habla. Un eco implica una voz; una voz, un hablante. A este hablante es al que amo y temo”. Después analiza la conexión que tiene la conciencia con la religión natural. Dios nunca se ha olvidado de los hombres y la religión natural es una especie de “credo que está a nuestro alcance”. La revelación confirmará y continuará esa religión natural que permite discernir entre el bien y el mal. “Además, se debe tener presente que, así como la esencia de toda religión es la autoridad y la obediencia, así también la distinción entre la religión natural y revelada subyace en esto: que una tiene autoridad subjetiva y la otra objetiva (…) De este modo, lo que la conciencia es en el sistema de la naturaleza lo es la voz de la Escritura, de la Iglesia o de la Santa Sede, según lo determinen, en el sistema de la revelación”.

En definitiva, este libro es una excelente fundamentación racional de la fe religiosa y un aperitivo sustancioso que invita a leer a este gran teólogo, literato y santo que fue John Henry Newman.

Jorge Peña Vial

Universidad de los Andes

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Autor: Francisco Galán Vélez,

Autor: Francisco Galán Vélez,
Autor: Francisco Galán Vélez.

La tarea de hacer metafísica para la cosmópolis

El libro de Francisco Galán, titulado Una metafísica para tiempos posmetafísicos. La propuesta de Bernard Lonergan de una metametodología, es un excelente trabajo monográfico sobre la filosofía de Lonergan, que ha colocado al autor, de manera definitiva, como referencia obligada entre los estudiosos de este genial jesuita canadiense, nacido en 1904 y muerto en 1984. El libro es más que un mera monografía sobre la filosofía de un ilustre pensador porque, en él, su autor ejerce de filósofo al elaborar una crítica a la filosofía moderna, marcando a la vez su lejanía y su cercanía con Kant, con Nietzsche, con Wittgenstein, con Heidegger, con Habermas y, para ser fiel a la pedagogía del maestro, con el propio Lonergan. Las dos afirmaciones anteriores precisan una mayor justificación. Así que empecemos por la primera. ¿Por qué este estudio sobre Lonergan puede ser catalogado como un trabajo monográfico? Porque traza un arco amplio sobre tres de los grandes hitos editoriales del pensamiento de Lonergan en relación a la filosofía primera. Si bien es verdad que quedan fuera de la exposición temas como el de la educación, la economía y, en algún sentido, también el de la teología, su exclusión está plenamente justificada por las exigencias metodológicas que le vienen impuestas a una investigación sobre lo que es primero en el orden del ser, del conocer y de los primeros principios, recordando la metafísica de Aristóteles….

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Maurice Nédon90607celle publicó en 1946 su tesis en teología que defendió en la Universidad de Estrasburgo bajo el título “La philosophie religieuse de John Henry Newman”. Ese mismo texto, con ligeros cambios, había aparecido el año anterior a modo de introducción a la obras filosóficas de Newman publicadas por la editorial Aubier de Paris. Dicho texto era una selección de obras de Newman traducidas por Salomon Jankélévitch, padre del más adelante conocido Vladimir. En todo caso, ambas publicaciones, prácticamente idénticas, son citadas frecuentemente en cualquiera de sus versiones por los estudiosos de Newman. De hecho, como ya he mencionado en otro lado,[1] se puede decir que el estudioso contemporáneo de Newman se encontrará tarde o temprano con referencias a la obra de Nédoncelle.

Así que resulta interesante publicar aquí al menos una parte de la mencionada tesis. La introducción, que es lo que aparecerá enseguida, es una semblanza biográfica de Newman que Nédoncelle escribió con la intención de mostrar los rasgos sobresalientes del espíritu de Newman. No se trata pues de una biografía en sentido estricto, sino de algunos episodios de la vida del Cardenal que ilustren de la mejor manera los puntos más llamativos del genio de Newman.

El interés que tiene este relato se deduce de la lectura misma. Con todo pienso que es valioso hacer notar que de esta forma Maurice Nédoncelle sacaba a la luz las raíces espirituales que estuvieron detrás de la redacción de las obras más importantes de Newman. Es, en otras palabras, una pequeña pero sugerente semblanza que trata de explicar las razones espirituales, de genio y de temperamento, que motivaron a Newman a escribir lo que escribió y en el modo que lo escribió.

El texto que sigue es, pues, una parte de la “Introducción” de la tesis de Nédoncelle que lleva por título “Vie de Newman”, tal como aparece en la edición de 1946 de la editorial Sostralib de Estrasburgo y abarca las páginas 7 a 19. El resto de la “Introducción” la conforma un segundo apartado que lleva por título “Sources et caractère de la pensée newmanienne” (páginas 20 a 27). Aquí, sin embargo me limito a presentar la traducción del primer apartado que se refiere a la vida del Cardenal. En seguida el lector encontrará los primeros párrafos de dicho apartado, mientras que en posts sucesivos irán apareciendo los demás.

Pedro A. Benítez

La vida de Newman por Maurice Nédoncelle

I.

El mismo Newman escribió su vida en la Apología. No se trata de una biografía completa, pero esa narración ofrece la explicación de su conversión al catolicismo y aclara el conjunto de su obra. En esa misma perspectiva me gustaría colocarme para presentar los trazos principales de su itinerario espiritual.

Nacido en 1801 John Henry Newman fue criado en una familia burguesa liberal, dentro de la cual su naturaleza reflexiva y artística pudo desarrollarse armónicamente. Su sensibilidad precoz para lo bello, este rasgo de su espíritu pensativo, nos lo encontramos atestiguado en sus confidencias. “Me acuerdo estando en mi cuna —escribirá— de mis impresiones a la llegada de la primavera. Me desperté a causa de las fragancias que venían de fuera y de los ruidos y de la vista del campo, y sobre todo por el alegre zumbido de la hoz al cortar el pasto —que Milton había ya observado antes que yo… Me acuerdo cómo bajé la escalera sin prisas, pues fui poniendo ambos pies en cada escalón, y me dije: ‘¡esto es junio!’. Pero cuál era mi particular experiencia de junio y cómo es que era tan amplia como para ser materia de reflexión, realmente no lo sé”. (Carta a Helen Church del 19 de abril de 1876).[2]

A pesar de la cultura de Newman padre y a pesar del amor a la música que transmitió a sus hijos, el ambiente en casa era severo. Fueron educados en el culto a la Biblia y su anglicanismo sin ser calvinista, fue indudablemente de corte puritano. Esta educación, junto a la honestidad natural de su carácter, pueden quizás explicar que John Henry haya sido llevado, al inicio de su adolescencia, hacia un cierto tipo de racionalismo moral, donde el culto a la virtud corría el riesgo de sofocar la fe dogmática. De hecho leía mucho. Leyó por ejemplo a Thomas Paine, ese deísta jacobino que demolía vigorosamente las creencias cristianas en su libro titulado provocativamente La era de la razón. Sin sospecharlo siquiera Newman estaba en camino de convertirse en un pequeño kantiano: su religión se encerraba en los límites de la moralidad. Aunque también es cierto que Newman se rebajaba en las prácticas de un culto obscuro a los presagios y en un miedo supersticioso. De hecho se persignaba, tal como él mismo dice, al salir a la noche. Se trata de otro rasgo notable de su temperamento.

En suma, el centro de su conciencia era racionalista; pero en los alrededores subsistían las tendencias imaginativas que lo empujaban hacia sueños idealistas: se preguntaba si el mundo material no sería ilusorio y si los hombres no eran sino ángeles disfrazados. En breve, un sentimiento filosófico acerca de la fachada terrestre y una inquietud mágica ante lo desconocido: he aquí pues los contrapesos de su sequedad intelectual y moralizante que dominaba su espíritu.

II.

Dos eventos favorecieron la crisis interior que padeció mientras tanto. La primera fue la ruina de su padre, que era banquero, y cuya fortuna se perdió a consecuencia de Waterloo en 1815. La segunda fue la influencia de uno de sus profesores, el rev. W. Mayers, quien le puso entre las manos textos de piedad calvinista. Este eclesiástico pertenecía al grupo evangélico que quería renovar desde dentro la fe entibiada de los anglicanos, y por lo mismo había decidido no abandonar el anglicanismo establecido como lo habían hecho los metodistas.

Esta fue la primera conversión de Newman y él mismo le atribuyó siempre una importancia excepcional: “Uno difícilmente puede, a mi modo de ver, entender realmente o imaginar que antes y después del mes de agosto de 1816, el joven mancebo que yo era haya permanecido siendo la misma persona. Cuando tras setenta años recuerdo aquel pasado, es como si viera a otra persona” (Letters and correspondance of J. H. Newman, ed. A. Mozley, London 1903, vol. I, p. 19). Newman estuvo siempre atento a las mutaciones del alma, especialmente la suya. La identidad personal era para él un enigma. La historicidad de la existencia, el hecho de irnos haciendo en el tiempo y que una modalidad de nuestro ser brote de otra modalidad como la mariposa del capullo, he aquí algo que lo obliga a vincular el problema de la verdad al de la personalidad y el problema de la personalidad al del tiempo. Tal tema será, a grandes rasgos, uno de los más constantes en sus investigaciones especulativas: lo eterno no puede ser percibido en la creación sino a través de un crecimiento pedagógico y de un desarrollo. Su experiencia del alma lo libró de un racionalismo orgulloso y complacido. Newman tuvo, mucho antes que aparecieran las doctrinas de la evolución, la percepción del valor vinculado al devenir histórico; presintió eso que nosotros llamamos filosofías de la existencia, es decir, la necesidad de una perspectiva a la vez personal y temporal en la búsqueda de la verdad.

¿Ha sido este shock a los quince años una conversión? Me parece que fue sobre todo un descubrimiento, el descubrimiento de un Dios vivo. El Ser supremo no es sin más un simple centro de referencia intelectual, sino una Persona misteriosa que sostiene nuestra propia persona y a la cual podemos responder por la oración. No es sin más el Dios del cual disponemos cuando solucionamos en solitario nuestros propios problemas, sino el Señor que dispone y contiene nuestro misterio. Si uno duda sobre la originalidad de tal actitud, basta imaginar la época en la que Europa redujo poco a poco la teología a partir del Renacimiento. En vez de buscar en nosotros la imagen de Dios, esa época se formó un Dios a imagen del intelecto humano. A veces rebajando el infinito al nivel del mundo y diluirlo en él completamente. Así desde Jakob Böhme hasta los postkantianos. A veces, en cambio, marginando a Dios más allá de las ridículas cuestiones acerca de nuestro destino: se trata del Dios pálido de los deístas, el fantasma inaccesible e indiferente que flota en el horizonte del Cándido o del Micromegas.[3] Esta oscilación trágica entre el Señor demasiado cercano y el Señor demasiado lejano, pero siempre demasiado humano, también la conoció Inglaterra. Se trata en todo caso más de una expulsión de Dios que de un hipótesis de un dios finito; es un subterfugio del racionalismo en ciernes. A todas estas teologías, sea que vengan de Hume o de Paley o del Continente, Newman les opondrá el muro del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. He aquí el elemento perdurable de su conversión, la nueva atmósfera en la que se moverá su espíritu. Con ello estarán mezclados elementos caducos y en particular la creencia calvinista en la predestinación. “La cual conservé hasta mis veinte años, época a partir de la cual se fue desvaneciendo gradualmente” (Apologia pro vita sua, p. 4).

[1] Pedro A. Benítez, «Maurice Nédoncelle, A Newman Scholar,» Newman Studies Journal 11, no. 1 (Spring 2014).

[2] En el texto de Nédoncelle la referencia está equivocada.

[3] Hace alusión a las dos obras de Voltaire. Cándido publicada en 1759 y Micromegas en 1752.

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2d0c293c-bfbc-4472-adec-f777b47efe4eA partir de la Ilustración, la ciencia y la fe- otorga caminos comunes para alcanzar conocimiento – se han visto divorciadas y constituidas como realidades divergentes que se oponen cada vez más. El positivismo, sobre todo a partir de la filosofía de Auguste Comte, ha buscado métodos propios que antes eran prerrogativas de la propia creencia religiosa, erigiéndose de hecho, como modo de acceso a la realidad, más aún, como el único modo posible. Es en esta perspectiva donde el pensamiento de John Henry Newman contribuye a esclarecer el lugar propio de la ciencia positiva  respecto de la fe religiosa. El pensador oxoniense presenta una perspectiva simpática entre la creencia religiosa y la ciencia positiva, otorgándole cierta plausibilidad al hecho de reconocer ambos tipos de conocimiento como realidades distintas pero no distantes.

El texto que aquí se presenta busca equilibrar esta progresiva escisión, para darle la justa medida a ambos caminos – el de la ciencia y la fe– como medios válidos de alcanzar conocimiento. Con ello se pretende evidenciar que en materia de fe religiosa estamos en un modo distinto de conocer, pero no por ello, hablamos de un camino menos válido, ni de segundo orden. El contexto de esta problemática sugiere analizar la obrea del cardenal inglés particularmente su trabajo titulado An Essay in Aid of a Grammar of Assent del año 1870, para reconocer allí los postulados que validen lo que aquí, de modo sucinto, hemos señalado.

Luis Mauricio Albornoz Olivares es sacerdote diocesano de Talca – Chile desde julio del año 2005, y actual párroco dela Parroquia San Sebastián. Egresó del seminario San Pablo de Rauquén de esta misma Diocesis. Es licenciado en Ciencias Religiosas por la Universidad Católica del Maule y Magister en Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. En el año 2015 obtuvo el Doctorado en teología por la Pontificia Universidad de Salamanca, España. Ha publicado ¿Cómo creer hoy en Dios? Elementos para una introducción a la fe cristiana (Chile 2008); La fe como interpretación de la cutura; tres artículos y cuatro obras literarias (España 2012); John Henry Newman y la condición antropológica como fundamento para la teología de la credibilidad (España 2015).

20080312_talca1Desde el año 2006 se desempeña como académico de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule, siendo su área de especialización la Teología fundamental. Ha dado numerosas conferencias y cursos de extensión en materias teológico-dogmáticas; teológico-bíblicas y teológico-pastorales, en Círculo Newman sus fuentes comentadores, y miembro de la Asociación Latinoamericana de literatura y teología (Alalite).

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