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Primera estación

Jesús es condenado a muerte

Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento

y a una muerte abyecta.

Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.

Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?

Segunda estación

Jesús carga con la cruz

Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad.

Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

Tercera estación

Jesús cae por primera vez

Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae.

Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados.

Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

Cuarta estación

Jesús encuentra a su madre

Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza.

De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia.

¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?

Quinta estación

Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz

Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz.

Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Sexta estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús

Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela.

Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque.

Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.

Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo.

¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti.

Octava estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”.

Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”.

¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.

Novena estación

Jesús cae por tercera vez

Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados.

La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”.

Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos.

Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos.

Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.

Décima estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud.

Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento.

Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?

Undécima estación

Jesús, clavado en la Cruz

Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta.

Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles.

Duódécima estación

Jesús muere en la Cruz

Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu.

Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.

Decimotercera estación

Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre

La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María.

Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal.

Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.

Decimocuarta estación

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado.

Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección.

Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo.

Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.

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Para quienes hemos dado seguimiento el pensamiento de John Henry Newman y a sus mejores seguidores, nos hemos asombrado al comprobar cómo en el transcurso de doce meses, se nos han adelantado a la Casa del Cielo grandes personajes. El 29 de diciembre del 2021, nuestro querido amigo y maestro Fr. John T. Ford, y han seguido sus pasos muchos otros, pero hoy ha cerrado este año quizá el más sobresaliente: Joseph Aloisius Ratzinger.

La vida de Ratzinger no está exenta de detalles especiales. Su padre era un católico fiel, que trabajaba en Baviera como gendarme, bien enterado de la situación de su país y de la Iglesia, piadosos y comprometido con su fe. Buscó una esposa con quien pudiera formar una familia con esos mismos principios. El pequeño Joseph Nació un sábado de Gloria del año 1927 –víspera del día de la Resurrección-. El señor gendarme formó a dos varones, dos sacerdotes, el mayor músico, el menor teólogo, y una hija que dio muestras de serena virtud. Los formó para hacer frente a las dificultades que se les presentaron durante la Segunda Guerra Mundial y los forjó para toda su vida. 

En su libro Mi vida: Autobiografía, el mismo Ratzinger narra cómo fue que, durante sus años de seminarista, al término de la gran guerra, comenzó a profundizar en el pensamiento de John Henry Newman. Y explica la influencia que recibió de este teólogo inglés.

Durante el pontificado de Benedicto XVI se confirmó un milagro por la intercesión de Newman que se llevó a cabo en Boston. Él mismo tuvo la dicha y la oportunidad de realizar un viaje histórico a Gran Bretaña, invitado por la Reina Isabel II. La beatificación se llevó a cabo en un parque del poblado de Rednal, en las inmediaciones de Birmingham, Inglaterra. Antes de la Misa, se reunieron los obispos anglicanos en una tarima colocada a la izquierda de la explanada donde se llevaría a cabo la ceremonia católica. El primado de la Iglesia de Inglaterra invitó a los asistentes a rezar juntos. Fue un momento muy emotivo, pues estaban presentes varios conversos al catolicismo procedentes del anglicanismo. Benedicto XVI, desde el inicio de su pontificado, tuvo la intención de acercarse, tanto a los anglicanos como a los ortodoxos. De aquella visita a Inglaterra se derivaron varios proyectos de ayuda a personas inglesas muy necesitadas, con participación de fieles de las dos confesiones.

Benedicto XVI, ha concluido magistralmente una vida al servicio, con el estudio sereno de la doctrina, su pedagogía evangelizadora bien ponderada, como profesor universitario, cardenal y Papa, se nos ha marchado el último día del año 2022, víspera de la festividad de la Maternidad de María. Cuánto hemos de agradecerle por su entrega a la verdad.

Me hace pensar el hecho de tal coincidencia. Me parece que este día marca un antes y un después. Nos toca a nosotros continuar buscando siempre la verdad, promover su búsqueda, ser sensible al relativismo y denunciarlo, ser estudiosos de la doctrina, ir a sus fuentes, y transmitirla según las necesidades de cada persona. Ratzinger nos deja un camino abierto, como lo hizo Newman a su vez. Su ejemplo cercano, de estudio serio, callado, humilde, abierto siempre a la Revelación y a la tradición de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, a quien hemos de amar y servir, como se debe amar y se servir al mismo Jesucristo, su Esposo. 

Antes de terminar el año, quisiera recomendar la lectura de un excelente libro sobre la vida de este gran hombre: Benedicto XVI. Una vida, de Peter Seewald, basado en las numerosas entrevistas personales que el autor realizó durante años al Papa Emérito, hoy fallecido. 

Rosario Athié

Círculo Newman

31 de diciembre 2022

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Rosario Athié

Unas palabras de John Henry Newman para esta temporada de Adviento, en preparación para la Navidad. Para esta ocasión, tomaremos su sermón parroquial n. 429, escrito Newman el día 30 de octubre de 1836. Nos encontramos con un joven clérigo de 35 años, profesor de Oriel College desde 1822 y párroco de la iglesia universitaria de Oxford desde 1828. Junto con sus colegas Keble y Pusey, hace tras años que promueven el Movimiento de Oxford con el fin de revitalizar la Iglesia Anglicana a la luz de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de los primeros siglos de la Iglesia.

En este sermón, publicado en español bajo el título de Sermones Parroquiales/5, Consideraremos la vocación del joven profeta Samuel, dedicado al Señor por su madre, quien había crecido en el Templo para servir a Dios todos los días de su vida. Anota Newman: “Una presencia tan constante en la casa de Dios haría que un alma vulgar se volviera irreverente por un exceso de acostumbramiento a las cosas santas. Pero cuando la gracia de Dios está presente, el efecto es justamente el contrario; y podemos estar seguros de que así fue en el caso de Samuel. ‘El Señor estaba con él’, se nos dice; y, por tanto, cuantos más signos exteriores veía a su alrededor, más reverente se volvía él”. 

Newman hace después una comparación entre la actitud de Samuel y la actitud de Saúl, el rey réprobo e irreverente que no supo comportarse de manera adecuada ante la presencia del Espíritu de Dios. Trasladando este antagonismo a tiempos posteriores, Newman comenta: “Siempre ha habido estos dos grupos entre quienes se dicen cristianos: cristianos de la Iglesia y cristianos que no son de la Iglesia. Y es notable, fijaos, que mientras, por un lado la reverencia por las cosas sagradas ha sido, en general, una característica de los cristianos de la Iglesia, del mismo modo la falta de reverencia ha sido la característica general de los cristianos que no son de la Iglesia. Unos han profetizado según el modelo de Samuel, los otros según el modelo de Saúl”.

Sacando consecuencias, continúa: “Es tan natural la conexión entre espíritu reverencial en el culto divino y fe en Dios que lo realmente sorprendente es cómo alguien puede imaginar siquiera que tiene fe en Dios y al mismo tiempo irreverencias con Él. Creer en Dios es creer en el ser y la presencia de Quien es Todo-Santo y Todo-Poderoso y Todo-Gracia. ¿Cómo puede alguien creer esto de Dios y tomarse libertades con Él?”

Estas palabras de Newman me han hecho recordar el asombro de un buen amigo con quien coincidí hace poco. De niño, él había sido acólito. Siendo estudiante, había dejado de practicar. Pasadas varias décadas, después de la pandemia, en aquella ocasión en que nos encontramos, observó cómo el sacerdote colocaba sobre la palma de los asistentes la Sagrada Hostia y cómo, sin más cuidados, la gente la tomaba y se iba a su lugar. Al terminar la ceremonia, me comentó: “cuando yo era acólito, recuerdo con qué cuidado me enseñaron a poner la patena mientras la gente comulgaba en la boca. La patena, donde solían caer partículas, yo debía entregarla al sacerdote con todo cuidado. Y si en alguna ocasión algo cayó al suelo, se cubrió con un paño para que nadie pisar y venía el sacerdote con otro paño a recogerlo y a limpiar el piso con todo respeto. Asombrado, sólo dijo, ¿y ahora, qué sucede?”.

Observa Newman que hay personas que piensan que la cercanía con Dios les exime del fervor: “Han decidido que el respeto es superstición, y la reverencia esclavitud”. Sin embargo, nos hace recordar las mismas palabras de Jesús, quien describe cómo la oración de publicano que se dirigía a Dios de manera “humilde y lleno de respeto, que sentía que Dios está en el Cielo y él en la tierra, que Dios es todo Santidad y Poder, y él un pobre pecador”, y esa oración era agradable a Dios. Mientras que el fariseo se expresaba con un tono “grave y solemne, pero no reverente”.

“Todo lo que hagamos en la iglesia sea hecho en espíritu de reverencia; sea hecho con el pensamiento de que estamos en la presencia de Dios. Las personas irreverentes […] encuentran el servicio de Dios aburrido y fatigoso, porque no vienen a la iglesia a honrar a Dios, sino a darse gusto a sí mismos”. Siendo fuertes estas palabras, las consecuencias son muy graves, por lo que Newman nos pregunta: “¿no está claro que los que se cansan y se aburren y se impacientan en las ceremonias religiosas aquí en la tierra, se cansarían y se aburrirían también en el Cielo?; porque ahí los querubines y serafines ‘sin descanso, día y noche dicen: Santo, santo, santo es el Señor, el Dios todopoderoso’ (Ap 4, 8)”.

Newman nos recuerda que “Dios pide el culto del corazón”, porque las formas exteriores de culto deben estar avaladas por el intento de obedecer a Dios en todo y cumplir sus deberes. “Pero si se esfuerza honradamente por obedecer a Dios, entonces su porte externo será también reverente”. 

El sermón concluye con el comentario de Newman: “Esta es la verdadera forma de ejercitar la devoción: no tener sentimientos sin obras, ni hechos sin sentimientos, sino las dos cosas, sentimientos y obras, que nuestros corazones y nuestros cuerpos se santifiquen juntos y lleguen a ser uno, que el corazón dirija los miembros del cuerpo y haga que todo nuestro ser sirva a Dios, Redentor del hombre completo, cuerpo y alma”.

¡Cómo pueden servirnos estas palabras de Newman para prepararnos con reverencia a la contemplación del Hijo de Dios encarnado! Acompañemos, en estas semanas de Adviento, a María encinta, a José su fiel y casto esposo, quienes andando hacia Belén en presencia del Santísimo por nacer, adoraban al Todopoderoso escondido en las entrañas santísimas de su Madre. 

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Rosario Athié

El siguiente texto está basado principalmente en las palabras de Fr. John T. Ford, en Guadalajara, México el 9 de octubre 2015, durante su Introducción al primer Coloquio Internacional John Henry Newman, sus fuentes y comentadores, organizado por el Círculo Newman.

Fr. Ford se refiere principalmente a la obra principal de Newman conocida como de carácter filosófico, su Ensayo sobre la Gramática del asentimiento. Sin embargo, ni toda la obra puede considerarse exclusivamente de carácter filosófico, pues la segunda parte se acerca más a la ahora llamada teología fundamental. Ni tampoco se reducen los textos filosóficos de Newman a esta obra. Podríamos mencionar también varios de los llamados sermones universitarios, que pudieron ser más bien conferencias, cuyo tema fundamental era la relación entre la razón y la fe. De entre estos sermones podríamos mencionar especialmente filosóficos, los siguientes: IV, VII, IX, X, XI y XIV. Existe también su Philosophical Notebook, por mencionar otro texto clave. 

Durante su intervención, Fr. Ford se refiere a las obras de Newman y analiza por partes las obras según el tipo literario o científico al que pertenece. Al hablar de las obras de carácter filosófico, sus palabras fueron las siguientes:

“Uno de los temas que preocupó a Newman durante décadas, fue la relación entre la fe y la razón. Quedó patente desde aquellas discusiones verbales y la correspondencia con su hermano Charles a mediados de la década de 1820 y culminó con su gran discurso cuando fue nombrado cardenal en 1879. Newman buscaba encontrar una vía media, un camino intermedio: por un lado, entre los defensores del «evidencialismo», que insistían en que uno solo podía se podría asentir (es decir, aceptar una afirmación como verdadera) en la medida en que tenía evidencia racionalmente verificable, por ello se denomina «evidencialismo». Por otro lado, están los defensores del “experiencialismo”, quien sentía que el asentimiento, particularmente en asuntos religiosos, dependía de las experiencias espirituales de una persona, afín al evangelismo.

“Después de reflexionar frecuentemente sobre la relación entre la fe y la razón en sus sermones, escritos y correspondencia, Newman finalmente elaboró ​​una presentación sistemática en 1870 en An Essay in Aid of a Grammar of Assent. Aunque el título inicialmente parece un poco extraño, podemos analizar las tres palabras clave que capturan el carácter de este trabajo. En primer lugar, se trata de un “Ensayo”, en lugar de su frecuente significado estadounidense de documento de posición, tiene la connotación de un intento o explicación provisional en la que Newman estaba explorando el proceso de comprensión humana en general, y sobre el acto de fe en particular. En segundo lugar, la palabra “gramática”, no sólo implica normas para hablar y escribir correctamente, sino también, se refiere a las reglas indispensables para pensar correctamente. Newman trató de describir, no cómo debería pensar idealmente la mente, sino cómo piensa realmente la mente. En tercer lugar, y lo más importante, la noción de “asentimiento” que indica el paso final en el proceso del pensamiento: una elección, un acuerdo o una decisión, lo que incluye, incluso, la decisión de no decidir, que resultas ser también una decisión.

“En su Grammar, Newman describió el proceso de pensamiento, y distingue dos formas como la mente puede trabajar: en el nivel intelectual o “nocional” y en el nivel práctico o “real”. Aunque el proceso de nuestro pensamiento, en ambos niveles, tiene un patrón similar (hago preguntas, examino datos, llego a una conclusión), el resultado es definitivamente diferente: el proceso nocional proporciona certeza; el proceso real conduce a la certeza. Por lo tanto, si bien puedo decir: «Estoy seguro», tanto con respecto a lo «nocional» como a lo «real», la forma en que estoy seguro es bastante diferente. En el caso del nocional, el proceso es tal que cualquiera y todos los que consideren los datos llegarán a la misma conclusión. Tal proceso ocurre, por ejemplo, en matemáticas. En cambio, en el caso de lo real, dos personas que examinan idénticamente los mismos datos pueden llegar a conclusiones diferentes, incluso divergentes. Por ejemplo, tal es el caso en los juicios cuando los jurados no están de acuerdo. Lo que parece un veredicto razonable para uno, puede no serlo para otro.

“Para Newman, la distinción entre razón y fe fue ejemplificada por la diferencia distintiva entre razonar sobre lo nocional (como en las matemáticas) y pensar sobre lo real. El pensamiento realista ocurre no solo en asuntos cotidianos, como confiar en las personas, sino también en el área de la fe, donde una persona toma decisiones sobre el destino humano. Si bien las personas a menudo afirman que están pensando lógicamente al tomar decisiones en la vida real, de hecho, rara vez lo hacen, excepto en casos como las matemáticas. Lo que están haciendo es tomar decisiones personales, decisiones basadas en la forma en que cada persona interpreta los datos disponibles. En el caso de una decisión real, la gente comúnmente cree cosas que no puede entender (capítulos 4-5) y también cree cosas que no puede probar (capítulos 6-9). Por ejemplo, la mayoría de las personas educadas aceptan la fórmula de Einstein E=mc2 sin entenderla, y mucho menos sin poder probarla.

“Aunque la Gramática de Newman presenta una descripción convincente de la relación entre la razón y la fe, el libro no es de lectura fácil. En primer lugar, su vocabulario es más bien británico del siglo XVIII que estadounidense del XXI. Pero lo que hace que su Gramática sea más problemática para muchos lectores es que su enfoque empírico contrasta fuertemente con la terminología tanto escolástica como filosófica moderna. Como resultado, algunos críticos han intentado convertir la Gramática de Newman en categorías escolásticas, mientras que otros han intentado modernizar su Gramática utilizando perspectivas analíticas contemporáneas. El resultado de ambos esfuerzos es un malentendido básico del enfoque empírico de Newman. Simplemente hablando, la Gramática de Newman debe leerse en sus términos, no en términos superpuestos. En este sentido, aunque tiene casi cuatro décadas de antigüedad, una útil introducción del tamaño de un libro y un útil compañero para quien desee comprender mejor la Grammar de Newman es Newman’s Dialogues on Certitude de James W. Lyons”.

Esperamos que la explicación que Fr. Ford nos ha ofrecido sobre la Grammar suponga un buen acercamiento a esta gran obra de Newman.

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Palabras de Fr. John Ford, Guadalajara, México el 9 de octubre 2015

Teología

Como clérigo anglicano, Newman buscó no solo la revitalización espiritual de aquellos a quienes predicaba, sino también la renovación doctrinal de la Iglesia de Inglaterra a través de un retorno a las enseñanzas y prácticas de la Iglesia Apostólica. Este llamado a una “nueva reforma”, que se convirtió en un principio impulsor del Movimiento de Oxford, planteó implícitamente la cuestión de la relación entre la Iglesia Apostólica y la Iglesia Anglicana en el siglo XIX. Como hipótesis eclesiológica de trabajo, Newman consideraba que la Iglesia de Inglaterra ocupaba el término medio (a través de los medios) entre las disminuciones doctrinales del protestantismo y las distorsiones devocionales del catolicismo romano.

Una vez que Newman hubo demostrado satisfactoriamente, al menos para sí mismo en el Tratado 85, que el protestantismo había diluido la doctrina cristiana a través del principio de Sola Scriptura, dirigió su atención a los presuntos engrandecimientos del catolicismo romano. Inevitablemente, se encontró con un problema: si iba a rechazar los desarrollos doctrinales evidentes en el catolicismo romano, por la misma razón, tendría que repudiar los desarrollos paralelos dentro de la Iglesia de Inglaterra. Por tanto, el problema no era simplemente el hecho del desarrollo —el hecho de que la doctrina se hubiera desarrollado a lo largo de los siglos parecía innegable— sino los criterios para el desarrollo. ¿Cómo se pueden distinguir los desarrollos que son auténticos de los que son falsos? En términos más explícitos, ¿cómo se puede distinguir la doctrina genuina de la herejía?

Newman intentó formular una explicación convincente en Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, una explicación eclesiológica lo suficientemente convincente para él, que decidió ingresar a la Iglesia Católica Romana. En la primera edición de 1845, consideró una “hipótesis para explicar una dificultad”, una explicación del hecho de que las enseñanzas de la Iglesia Apostólica se han convertido a lo largo de los siglos en las doctrinas enseñadas por la Iglesia Romana en la actualidad. Para fundamentar su hipótesis, propuso siete criterios o “pruebas” para demostrar que la Iglesia, como organismo vivo, debe desarrollarse o morir. Como resumió memorablemente su discusión sobre la forma en que “una gran idea debe ser debidamente entendida”:

[Una gran idea] cambia con ellos [eventos históricos] para permanecer igual. En un mundo superior es otra cosa, pero aquí abajo vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado muchas veces.

En el siglo XXI, las ideas de “cambio” y “desarrollo” son tan comunes que es difícil apreciar cuán innovadora fue la “hipótesis” teológica de Newman a mediados del siglo XIX. A modo de comparación, se podría señalar el asombro suscitado y la controversia creada por la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin (1809-1882) casi una década y media (1859) después del trabajo de Newman sobre el desarrollo de la doctrina. En cualquier caso, cuando Newman publicó la tercera edición de su Ensayo sobre el desarrollo en 1878, ya no hablaba de “probar” una “hipótesis” utilizando siete criterios, sino de presentar siete “notas” como características de un proceso orgánico de desarrollo.

Al igual que su Apología, el Ensayo sobre el desarrollo de Newman se puede leer desde varias perspectivas. El primero es biográfico: la redacción de este Ensayo le permitió responder a su personal pregunta eclesiológica: ¿dónde está hoy la Iglesia de los Apóstoles y de los Padres? Una vez que se dio cuenta de que la Iglesia Católica Romana era su respuesta, por así decirlo terminó el Ensayo y lo envió para su publicación, aunque reconoció que el trabajo estaba inconcluso. En segundo lugar, su Ensayo, como sugiere la palabra, fue un “intento” seminal de dar cuenta de los desarrollos en la enseñanza doctrinal de la Iglesia a lo largo de los siglos mediante un contrapeso creativo de continuidad y cambio. Desde Newman, el “desarrollo doctrinal” se ha convertido en un pilar del pensamiento teológico, considerado un hecho más que una hipótesis. En particular, las imágenes de una bellota que se convierte en roble o de un niño que madura como adulto se han convertido en formas pastorales útiles para explicar cómo se desarrolla la enseñanza de la Iglesia.

Lamentablemente, el cuidado teológico de Newman para equilibrar el cambio y la continuidad no siempre ha sido apreciado adecuadamente. Algunos han tendido a usar las notas de Newman de una manera bastante mecánica, como si el desarrollo doctrinal siempre debiera seguir una “secuencia lógica” demostrable. Otros han tratado de usar las notas de Newman en forma de pronóstico, como si pudieran legitimar propuestas teológicas actuales o incluso predecir tendencias futuras en la Iglesia. En el mundo de la ciencia, una hipótesis puede probarse con criterios erróneos; en la música, siempre es posible tocar las notas equivocadas. De manera similar, las «pruebas» y las «notas» de Newman se han aplicado o leído mal con demasiada frecuencia.

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Palabras de Fr. John Ford, Guadalajara, México el 9 de octubre 2015

Autobiografía

“A fines de diciembre de 1863, Newman recibió una copia del número de enero de Macmillan’s Magazine, que contenía una reseña de dos volúmenes de la Historia de Inglaterra de James Anthony Froude. La reseña, firmada “C.K.”, incluía una calumnia gratuita que proporcionó a Newman una “llamada” para escribir:

La verdad, por sí misma, nunca ha sido una virtud entre el clero romano. El padre Newman nos informa que no es necesario y, en general, no debería serlo; esa astucia es el arma que el Cielo ha dado a los santos para resistir la fuerza bruta masculina del mundo malvado que se casa y se da en matrimonio. Ya sea que su noción sea doctrinalmente correcta o no, lo es al menos históricamente.

Después de un intercambio de correspondencia con el crítico que se negó a disculparse por su alegato, que resultó ser Charles Kingsley (1819-1875), clérigo anglicano y profesor de historia moderna en Cambridge (1860-1869), Newman decidió escribir una “defensa de su vida”.

La Apologia pro Vita Sua de Newman, que se publicó originalmente como una serie de folletos, presentaba una “historia” de sus “opiniones religiosas”. Los lectores victorianos quedaron fascinados con el relato de Newman sobre su fe y los desafíos que experimentó en su viaje teológico-espiritual de la religión bíblica a la postura evangélica y luego al anglicanismo de la Alta Iglesia (High Church) y finalmente al catolicismo romano. 

La descripción de Newman de su viaje personal de fe fue simultáneamente: 

  1. un registro de las actividades y eventos de su vida anglicana (1801-1845);
  2. un reconocimiento de su deuda teológica y espiritual con la Iglesia de Inglaterra en general y con sus amigos anglicanos en particular; 
  3. una justificación de su decisión de convertirse en católico romano; 
  4. y por último, pero no menos importante, una invitación implícita a sus lectores a seguirlo en la Iglesia Católica Romana. 

Aunque muchos de sus lectores anglicanos permanecieron en la Iglesia de Inglaterra, la Apología de Newman fue un hito en el cambio efectivo de las actitudes populares hacia los católicos romanos en general y en la restauración de la reputación de Newman en la Inglaterra de fines del siglo XIX en particular.

Aunque la Apología de Newman se ha considerado durante mucho tiempo un clásico de la autobiografía victoriana, es decididamente un desafío para los lectores estadounidenses contemporáneos. El primero es el idioma: el inglés británico del siglo XIX es considerablemente diferente del americano del siglo XXI. Como señaló George Bernard Shaw hace décadas: “Inglaterra y Estados Unidos son dos países divididos por un idioma común”. El segundo es la historia: muchos estadounidenses no solo no están familiarizados con la historia británica en general, sino que están aún menos familiarizados con Inglaterra y el anglicanismo en el siglo XIX. La tercera dificultad es la teología: comparativamente, pocos lectores de hoy están familiarizados con las controversias doctrinales, tanto patrísticas como reformadas, discutidas en la Apología de Newman como parte de la motivación multifacética que finalmente lo llevó al catolicismo romano. Sin un conocimiento de estas controversias, es difícil, si no imposible, entender las “opiniones religiosas” que marcaron el camino del viaje de fe de Newman.

Y si esta situación se presenta, por motivos de lenguaje y cultura entre Newman y la mentalidad actual de Estados Unidos, respecto a los mexicanos de hoy, la distancia es aún mucho mayor. Sin embargo, el interés por este autor y la admiración de su coherencia de vida puede acercarnos a su mente y corazón.

Antes de comprometerse a leer la Apología de Newman, los lectores pueden encontrar útil, incluso aconsejable, leer una biografía de Newman de una autor que haya sabido comprender a su autor y lo pueda explicar. Pero, dado que actualmente hay docenas en el mercado y muchas más en los estantes de las bibliotecas, ¿cuál debería leer? Una de las mejores biografías introductorias cortas que ilustra la vida de Newman con citas de sus obras es Beato John Henry Newman del canadiense Keith Beaumont, que fue escrito en la víspera de su beatificación. Otra breve biografía ilustrada, escrita desde una perspectiva británica, que se ha mantenido popular durante más de tres décadas es John Henry Newman: His Life and Work de Brian Martin. Y aquellos que aman leer por puro placer deben estar encantados con la biografía en dos volúmenes del prolífico autor británico Meriol Trevor (1919-2000): Newman: The Pillar of the Cloud (1962) yNewman: Light in Winter (1963) —o la versión abreviada: Newman’s Journey (1974).

Sin embargo, para aquellos que desean un conocimiento profundo de Newman, la biografía absolutamente esencial, que está magistralmente sintetizada a partir de los escritos de Newman, especialmente de su correspondencia, es John Henry Newman: A Biography de Ian Ker. En cuanto a la lectura de la Apología misma, hay muchas ediciones; particularmente útil es el editado por David J. DeLaura, quien no solo proporcionó un útil prólogo sino también un útil conjunto de notas que identifican a las personas y los eventos mencionados en el texto. Una atracción adicional en la edición de DeLaura son diez ensayos que destacan varias dimensiones de la vida y obra de Newman.

En español se pueden encontrar en la BAC, en Ediciones Encuentro, en la Editorial El Buey Mudo, en Ediciones Fax. Quizá sea especialmente interesante el Prólogo de J. Ratzinger que incluyó esta última versión. Existen opciones tanto impreso como el e-Book.

El libro consta de un Prefacio que Newman firmó el 2 de mayo de 1865 y cinco capítulos, que van narrando progresivamente su vida respecto a sus convicciones religiosas. El primero llega hasta 1833; el segundo abarca del 1833 a 1839; el tercero, de 1839 a 1841; el cuarto, de 1841 a 1845; para terminar con un capítulo que titula “Mi postura desde 1845”. Algunas ediciones incluyen también una serie de Notas sobre temas relacionados.

Se podría decir que en la primera parte, Newman narra su acercamiento a la Biblia y su gusto por la lectura de la Sagrada Escritura, que aprendió de memoria desde joven; narra su primera conversión en un marco evangélico y su desilusión por esta postura protestante. En el segundo capítulo nos encontramos con el alma del promotor del Movimiento de Oxford, que deseaba la revitalización de la Iglesia Anglicana. Este periodo fue de profundización en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y narra su proceso de descubrimientos teológicos a la luz de estos primeros y más cercanos pensadores de la Iglesia. El tercer capítulo narra sus dudas sobre la Iglesia Anglicana. El cuarto, sus luchas interiores, su profundo estudio hasta comprender que sólo en la Iglesia católica se había conservado la fe íntegra de la Iglesia primitiva, hasta aclarar todas sus dudas para decidirse definitivamente a profesar en la Iglesia católica.

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En sus Escritos autobiográficos, Newman comentó: “Ahora, desde el principio hasta el final, la educación en este amplio sentido de la palabra ha sido mi línea…”. Esta autoevaluación fue del todo cierta en sus años anglicanos, comenzando con sus estudios en la escuela primaria en Ealing (1808-1816), donde “ningún niño había recorrido la escuela, de abajo hacia arriba, tan rápido como John Newman”. Su éxito académico continuó como estudiante universitario en el Trinity College (1816-1820), donde su talento fue recompensado con una beca, aunque al final, esta etapa estudiantil se vio empañada por su deslucido desempeño en sus exámenes de licenciatura, que apenas logró aprobar. Ocurrió un giro providencial en su carrera cuando se convirtió en un candidato exitoso para una beca altamente competitiva en Oriel College, Oxford. En sus propias palabras, a partir de entonces su futuro parecía asegurado:

‘En cuanto al señor Newman, siempre sintió que este doce de abril de 1822 fue el punto de inflexión de su vida, y el más memorable de todos los días. Lo elevó de la oscuridad y la necesidad, a la competencia y la reputación. Nunca deseó nada mejor o más elevado que, en palabras del epitafio, «vivir y morir como un compañero de Oriel»’.

A los años inmediatamente posteriores a su elección como miembro de Oriel, vieron su ordenación, primero como diácono (1824) y luego como sacerdote (1825) de la Iglesia de Inglaterra. Posteriormente fue nombrado Tutor del Oriel College (1826). Aunque los tutores universitarios eran normalmente clérigos anglicanos, no se esperaba que supervisaran la formación religiosa de sus estudiantes. Newman pensó que él deberían hacerlo. Además, como una «escoba nueva», trató concienzudamente de barrer a los estudiantes de bajo rendimiento, mientras dedicaba especial atención a los más brillantes. Sus esfuerzos por promover los logros académicos y la integridad moral eventualmente derivaron en una disputa con el rector de Oriel, Edward Hawkins (1789-1882), quien se negó a asignarle a Newman más estudiantes para que en un par de años, cuando sus estudiantes se graduaran, no  tuviera estudiantes a quienes darles clases. Su despido, aunque vergonzoso, resultó ser una bendición disfrazada. Si Newman hubiera permanecido manos de obra de manera intensa en su labor tutorial, probablemente habría tenido poco tiempo para involucrarse en el Movimiento de Oxford.

Después de 1845, año el que Newman se convirtió en católico romano, se presentó una oportunidad inesperada para una nueva participación en la educación superior, cuando la jerarquía irlandesa lo invitó a ayudar en el establecimiento de una Universidad Católica en Dublín. Newman fue nombrado Rector de la nueva institución el 12 de noviembre de 1851 y dedicó un esfuerzo increíble durante los siguientes tres años a una variedad de tareas asociadas con el lanzamiento de la nueva institución académica que requerían mucho tiempo: diseñar el plan de estudios, reclutar profesores, recaudar fondos y lo más importante y sobre todo, tratando de convencer a obispos y laicos, padres y alumnos, del propósito y promesa de tal empresa. Después de tres años de intensos esfuerzos, la Universidad abrió sus puertas el 3 de noviembre de 1854. Sin embargo, si la planificación había sido difícil, la implementación fue frustrante: durante los dos años siguientes, Newman experimentó una secuencia aparentemente interminable de problemas y en marzo de 1857 informó a los obispos que había decidido próximamente entregar su renuncia como rector.

Aunque el servicio de Newman en la Universidad Católica de Irlanda duró relativamente poco, su influencia en la educación superior continúa hasta el presente, a través de su libro La idea de una universidad. Este volumen, que tiene una redacción bastante complicada, consta de dos partes: 

Parte 1: Enseñanza universitaria, que incluye nueve conferencias o discursos que se dictaron originalmente en 1852, luego se revisaron y se volvieron a publicar en 1873. 

Parte 2: Materias Universitarias, que contiene diez presentaciones o Lectures que fueron preparadas para diversas ocasiones para miembros de la Universidad Católica y publicadas en 1858 como Lecciones y Ensayos sobre Materias Universitarias.

La “idea” de Newman de una universidad ha provocado una discusión considerable, tanto a favor como en contra, desde que se propuso por primera vez. James Arthur y Guy Nicholls han escrito recientemente un tratamiento perspicaz de sus puntos de vista sobre la educación. Dos monografías más antiguas y más grandes también son útiles para la visión de la educación de Newman: Newman’s University: Idea and Reality de Fergal McGrath y The Imperial Intellect de A. Dwight Culler.

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Hemos iniciado el curso repasado cronológicamente, por un lado la vida y por otro las obras de John Henry Newman. Hemos analizado sus dos poemas más conocidos que, además, han sido musicalizados. Abordamos el estudio de la primera obra de investigación histórico-teológica de envergadura: Los arrianos del siglo IV, que fue el inicio de una investigación magna sobre los concilios en la Iglesia que dio por resultado su importante estudio sobre El desarrollo del dogma (1845) y que le valió el que recibiera el título de Doctor en Sagrada Teología otorgado por el Papa Pio IX (1850).

En esta quinta sesión, nos referiremos a sus dos novelas. John Ford, en la introducción al primer “Coloquio Internacional John Henry Newman, sus fuentes y comentadores”, que es llevó a cabo en la ciudad de Guadalajara, México el 9 de octubre de 2015, comentando la prolífica obra de Newman, dijo:

“Tras las exitosas novelas históricas de Sir Walter Scott (1771-1832), la mitad del siglo XIX fue testigo de una verdadera profusión de novelistas ingleses, incluidos escritores tan populares como Charles Dickens (1812-1870), Anthony Trollope (1815- 1882), junto con las hermanas Brontë: Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849). La larga lista de novelistas menos conocidos también debería incluir a Newman, quizás para sorpresa de muchos.

“El ímpetu de la primera novela de Newman, Loss and Gain: The Story of a Convert, (Perder y ganar: la historia de un converso”) parece haber sido su forma de ayudar al ‘editor, James Burns, que recientemente se había convertido al catolicismo y, en consecuencia, estaba en riesgo de perder su negocio’. También pudo ser una manera de responder a quienes habían dejado la Iglesia Católica Romana, así como a aquellos que esperaban que Newman regresara a la Iglesia de Inglaterra. 

Aun siendo anglicano, Newman había alentado a varias personas a escribir novelas en apoyo del Movimiento de Oxford, por lo que no sorprende que hiciera lo mismo en favor del catolicismo. Además, Loss and Gain, que fue escrito en 1848 mientras se preparaba para la ordenación como sacerdote católico romano, parece haber sido una distracción en ausencia de otros proyectos urgentes.

En términos de trama, Loss and Gain ocupa un nicho único en la Inglaterra post-Tractariana al describir la búsqueda religiosa de su personaje central, Charles Reding, un estudiante de Oxford e hijo de un clérigo anglicano. Dado que la novela sigue a Reding en su consideración de varias opciones religiosas antes de que finalmente decidiera convertirse en católico romano, los lectores casi inevitablemente se preguntan cuánto de la novela de Newman era autobiográfica. En cualquier caso, como sucedió con su Apología, los lectores pueden detectar fácilmente la invitación implícita a seguir a Reding en su caminar hacia la Iglesia Católica Romana. Lo que los lectores de del siglo XXI pueden no saborear tan fácilmente es la combinación de ironía y humor con la que Newman satirizó algunas de las creencias y prácticas religiosas más esotéricas de su época.

Tras el inesperado éxito de Loss and Gain, Newman optó por escribir otra novela, Callista: A Tale of the Third Century, que se publicó en 1855. Esta novela, un «Romance de la Iglesia Primitiva», un género que reflejaba el interés de Tractarianos en el cristianismo primitivo. Otros ejemplos de novelas de esa época fueron Hypatia o New Foes with an Old Face (1853) de Charles Kingsley y Fabiola or the Church of the Catacombs (1854) del cardenal Nicholas Wiseman. 

Calista de Newman se ambienta en Sicca Veneria (Túnez), donde una plaga de langostas incitó la ira popular contra los cristianos. Durante la persecución del emperador Decio (249-251), Calista se negó a ofrecer incienso a los dioses y fue martirizada. Dejando a un lado los eventos dramáticos, gran parte de Calista está dedicada a argumentos filosóficos y teológicos que muchos lectores encuentran poco interesantes, si no incomprensibles. De hecho, Newman lo sospechaba: «No creo que los católicos hayan hecho nunca justicia al libro [Calista], lo leen como un mero libro de cuentos, y creo que es más probable que los protestantes obtengan algo de él».

Estas palabras de Ford son una excelente introducción para acercarnos a conocer estas dos obras de Newman.

Conviene tener en cuenta que, para Newman, la imaginación en el conocimiento en general tiene un papel primordial a la hora de acercar la mente a la comprensión de la realidad concreta. Por ello, las historias, las narraciones, que ilustran vidas, ayudan mucho a la mente a captar e incluso a identificarse con los personajes y sus luchas. Ambas novelas contienen temas religiosos. Y si bien se trata de narraciones imaginativas, el contenido de fondo está enraizado en la vida de muchos otros conversos o mártires reales, y por ello tiene un gran potencial para imaginar lo sucedido y trasladarlo a nuestra propia existencia.

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Vida y obras de John Henry Newman

Clase 3

Los dos poemas más conocidos de Newman.

Después de haber repasado cronológicamente, por un lado la vida y por otro las obras de John Henry Newman, comenzaremos este recorrido selecto por sus obras comentando dos de sus poemas.

John Ford, en la introducción al primer Coloquio Internacional John Henry Newman, sus fuentes y comentadores, que es llevó a cabo en la ciudad de Guadalajara, México el 9 de octubre de 2015, comentando la prolífica obra de Newman, dijo:

“John Henry Newman fue un autor increíblemente prolífico. Publicó decenas de libros durante su vida, dejando a la posteridad una enorme cantidad de manuscritos, diarios y cartas que se han ido publicando a partir de su muerte. Dada la gran cantidad de material escrito por Newman, muy pocas personas han logrado leer todo lo que escribió. Al desafío de la cantidad, se suma el hecho de que escribió sobre diversas áreas de conocimiento. En consecuencia, la mayoría de los lectores hacen bien en leer lo que escribió en una o dos áreas, pero no están familiarizados con todo su corpus; por ejemplo, las personas interesadas en la historia y la literatura a veces desconocen su pensamiento filosófico y teológico y viceversa.

Además, muy pocos autores logran escribir un libro “clásico”, una obra sobresaliente de la más alta calidad tanto en estilo como en contenido, que siga siendo una lectura valiosa mucho después de la época en que fue escrita. Aún más raros son los autores que escriben más de un “clásico”; los que lo hacen, por lo general escriben todos en el mismo campo; Charles Dickens, por ejemplo, escribió varias novelas clásicas. En contraste, Newman es excepcional al escribir «clásicos» en al menos media docena de campos diferentes: autobiografía, filosofía, teología, literatura, educación y espiritualidad. Sin embargo, a diferencia de los autores profesionales que a menudo planean una serie completa de éxitos de ventas proyectadas, Newman generalmente escribía respondiendo a una necesidad, a una «llamada»:

“Lo que he escrito ha sido en su mayor parte lo que puede llamarse oficial, trabajos hechos por algún cargo que o compromiso que tuve. . . o ha sido por alguna llamada especial, o invitación, o necesidad o emergencia. . . .

 Tal necesidad o emergencia “llamó” a Newman a escribir su autobiografía”.

Al referirse a Newman como poeta, comentó:

“Newman también escribió poesía; uno de sus primeros poemas, «Soledad» (Solitude), data de sus días como estudiante en el Trinity College de Oxford. 

Su interés por la poesía fue evidente en uno de sus primeros ensayos, más tarde retitulado “Poesía, con referencia a la Poética de Aristóteles” (Poetry, with reference to Aristotle’s Poetics.).

Al menos desde una perspectiva cuantitativa, su período más productivo en la escritura de poesía fue durante su viaje al Mediterráneo (diciembre de 1832-julio de 1833), cuando se comprometió a contribuir con una serie de poemas para la multi-autoría Lyra Apostolica, que fue un compañero poético de las ideas teológicas del Movimiento de Oxford. 

Sin duda, el poema más famoso de Newman es «El pilar de la nube» (The Pillar of the Cloud), más comúnmente conocido por sus palabras iniciales, «Guíame, amable Luz» (Lead, Kindly Light), que fue escrito durante su viaje de regreso del Mediterráneo y se le ha puesto música en más de dos docenas de variaciones. 

Texto en inglés:

https://newmanu.edu/about-newman/history-of-newman/lead-kindly-light#:~:text=Lead%2C%20Kindly%20Light%2C%20amid%20the,Lead%20Thou%20me%20on.

Texto en español:

https://caminitoespiritual.blog/2018/12/04/guiame-luz-amable/

Video, con la música y canto en su versión más conocida:

Finalmente, su poema más largo, “El sueño de Gerontius” (The Dream of Gerontius), publicado en The Month en dos partes en mayo y junio de 1865, registra los pensamientos de un moribundo que se prepara para el purgatorio. Edward Elgar (1854-1934), quien es bien conocido por generaciones de estudiantes estadounidenses como el compositor de sus marchas de graduación «Pomp and Circumstance», puso música a «The Dream» en 1900.

Texto completo del poema en inglés:

https://d2y1pz2y630308.cloudfront.net/2232/documents/2019/2/Bl%20John%20Henry%20Newman%20gerontius.pdf

Marzo 10 de 2013: Video con la música: https://www.youtube.com/watch?v=9Bg52cVVmTc

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