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El Beato John Henry Newman constituye un ejemplo elocuente y auténtico de una búsqueda apasionada de la verdad. A él se le considera entre los grandes pensadores cristianos, y de hecho se espera que, con el paso de los años, llegue a ser proclamado “Doctor de la Iglesia”. Sin embargo, él nunca se consideró a sí mismo ni teólogo, ni filósofo. Tampoco tuvo la intención de establecer una corriente o escuela de pensamiento, ni se identificó con alguna de ellas.

Él simplemente era un hombre creyente y coherente, un padre y un pastor que supo estar atento a las inquietudes y necesidades espirituales de sus contemporáneos. En nuestros días, él continúa siendo un buen “compañero de camino” de quienes van tras la búsqueda sincera de la verdad en sus vidas.

Él fue un hombre dotado de grandes cualidades. No solamente gozaba de una mente privilegiada y de una cultura amplia y profunda, sino que además poseía una delicada sensibilidad espiritual, la cual le ayudó a responder fielmente al llamado que Dios hacía en su conciencia, al igual que a comprender, con profundidad, el corazón del hombre y sus inquietudes.

El Beato Newman, tanto en su período anglicano como católico, fue motivado a escribir generalmente por razones pastorales. Él no era partidario de especulaciones académicas que terminaban siendo estériles, o bien, de reflexiones y teorías que no lograban responder a las verdaderas necesidades e inquietudes espirituales de la vida de las personas.

En sus obras, particularmente en sus sermones y cartas personales, se descubre con frecuencia una misma motivación pastoral y apologética: la defensa de la fe de las personas –con poco o mucha formación doctrinal–contra los excesos del “liberalismo” en materia de religión, al que nombraba como la “religión del día”.

 

Período anglicano

En su período como sacerdote anglicano (1824-1845), su apología de la fe se dirigía sustancialmente contra dos corrientes opuestas que se presentaban en el seno de Iglesia de Inglaterra: los “noéticos” y los “evangélicos”. En Oxford, donde Newman fue alumno y posteriormente profesor, predominaba la corriente “noética”, o “Escuela Evidencialista” (Evidential School), la cual estaba en boga en los círculos académicos del clero anglicano. Dicha corriente defendía el carácter racional del cristianismo, pero sometiéndolo a una estricta verificación lógica.

Bajo esta perspectiva, para que una doctrina fuera considerada como verdadera y creíble, debía ser demostrada mediante argumentos lógicos o pruebas de tipo histórico, denominadas como “evidencias” (evidences). Ellas constituirían el criterio último de credibilidad de una verdad de fe, y en consecuencia, la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo para nuestra salvación, se reduciría a un conjunto de silogismos verificables o comprobables.

El riesgo principal de esa postura es que no se dejaba espacio a la fe del creyente con poca instrucción religiosa, pues él no tenía la capacidad de argumentar, mediante pruebas racionales o “evidencias”, aquello que creía.

A su vez, frente a ese racionalismo liberal y académico, se acentuó otra corriente de tipo calvinista-evangélica dentro de la Iglesia anglicana, la cual tomó una postura opuesta, eliminando prácticamente el uso de la razón en el acto de fe. Los así denominados “evangélicos” (evangelicals), creían poseer una luz interior que los guiaba y capacitaba para creer, pero prescindiendo de cualquier tipo de razonamiento. De esa manera, la fe quedaba reducida a un sentimiento, en el que se renunciaba a cualquier tipo de justificación o razonabilidad.

Newman advertía que estas corrientes del pensamiento no quedaban únicamente en las aulas universitarias, sino que se propagaban entre la mayoría de la población, pues un gran número de los pastores de la Iglesia de Inglaterra se veían influenciados por ellas.

Él veía con mucho recelo tanto a los “noéticos” como a los “evangélicos”, porque ambas posturas se encontraban fuera de la verdad religiosa, pues terminaban sometiendo a la Revelación a una verificación en base a evidencias; o bien, a una especie de sentimiento o “iluminación” que podía llevar, incluso, hasta a la aceptación de lo inverosímil y absurdo.

 

Período católico

Posteriormente, en su período católico (1845-1890), nuestro autor se centró en defender la verdad de la Iglesia Católica y el derecho de los católicos a la profesión de su fe, frente a tantos prejuicios e incomprensiones que se suscitaban en la Inglaterra de la época victoriana.

Asimismo, él advirtió la debilidad y fragilidad de las corrientes apologéticas católicas de su época, las cuales pretendían “demostrar” la fe, mediante el uso de silogismos o argumentaciones lógicas, como una respuesta al racionalismo y ateísmo heredado de la Ilustración. Él tomó distancia de esas corrientes apologéticas, pues representaban un método de enseñanza y de transmisión de la fe muy distinto del que había aprendido de la lectura de los Padres de la Iglesia, quienes fueron su principal influencia para convertirse al catolicismo.

Casi al final de su vida, cuando recibió su nombramiento como Cardenal, expresó que en toda su actividad intelectual había luchado contra el “liberalismo” o relativismo en la religión, el cual lo definió como “la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en la religión”.

Esa postura liberal está muy relacionada con el actual problema del relativismo tan difundido en nuestra sociedad contemporánea. Éste pretende que las verdades objetivas queden a merced y juicio de cada sujeto, con el riesgo de hacer de la realidad –incluyendo a Dios– algo manipulable y a la medida del hombre.

Pero, ¿de qué manera Newman hizo frente al liberalismo en materia de religión? A diferencia de las corrientes apologéticas de su época, que ofrecían una serie de “contraargumentos” a los postulados liberales, él prefiere comenzar por justificar cómo una persona, con poca o mucha instrucción religiosa, puede llegar a la adhesión libre y consciente de la fe en Jesucristo.

Para lograr ese cometido, él busca describir los procesos internos que una persona realiza en el acto de fe. Esto se ve reflejado, principalmente, en su obra filosófica de madurez: Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento.

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