Teología

Para poder entender mejor la propuesta de John Henry Newman respecto a la armonía entre razón y fe, abordada en sus Sermones Universitarios es muy conveniente tener en cuenta el ambiente intelectual que se respiraba entonces. Veremos que no es radicalmente diferente del que vivimos hoy.

Es ya un lugar común que con la época moderna la teoría del conocimiento desplazó del centro del filosofar a la metafísica, pues lo importante, desde Descartes, era la forma y manera en que llegamos a conocer, más que la consistencia ontológica de aquello que conocemos. Ahora bien, dentro de la teoría del conocimiento, un aspecto se reveló como fundamental: el problema de la certeza. Este problema puede verse desde diversos puntos convergentes[1]:

Lutero: para el iniciador de la reforma la pregunta por la certeza (en un Dios misericordioso) era clara: sólo por la fe en la palabra justificadora de Dios que sólo puede obtenerse por el testimonio de la Escritura. Esta nueva clase de certeza traía como consecuencia la duda sobre el valor salvífico de las buenas obras, de la mediación sacramental de la gracia y la autoridad de la revelación en la tradición y el magisterio. No es raro encontrarse hoy en día con esa posición, incluso aún entre católicos que asienten, casi siempre inconscientemente, a la proposición “cristianismo si, iglesia y sacramentos no”.

Descartes: es conocida su famosa “duda metódica” de todo conocimiento tanto, racional como empírico, pues puede ser que todo provenga tanto del engaño de los sentidos como de falsas conclusiones lógicas. Pero como no puede dudar de que duda, entonces se descubre una certeza absoluta: si dudo, pienso y si pienso existo (cogito ergo sum). Tomando como fundamento absoluto esa certeza, Descartes va ganando sus ideas claras y distintas a partir del desarrollo lógico del pensamiento, las cuales son más ciertas que los conocimientos basados en la experiencia sensible. Pero las consecuencias de este sistema son de gran peso: los datos del mundo sensible y las contingencias de la historia no pueden ser medios para la certeza en Dios y su revelación, con lo que la revelación perdería su carácter histórico y no podría hablar a la totalidad del hombre concreto, que también necesita de sus sentidos para entrar en contacto con el mundo. Los hombres sencillos no tendrían acceso a la fe, sino sólo aquellos que tienen su intelecto cultivado.

Empirismo inglés, de manera especial Locke: para esta corriente filosófica, la certeza se obtiene por medio de la experiencia sensible. Así, ya no existe certeza razonable sobre la relación entre Dios y su obrar en la historia y su revelación a los hombres. Lo que los hombres ven como obra de Dios, son simples fenómenos accesibles a los métodos de la ciencia y la historia. Ni que decir, que esta manera de pensar sigue estando bastante presente en nuestros días.

Ahora bien, la teología del tiempo de Newman no siempre lograba salir de este callejón sin salida del racionalismo y del empirismo. De hecho, había dos claras tendencias: por un lado, aquellos que buscaban deducir todas las proposiciones de fe de los principios de la razón o las consideraban como verdades supra-temporales venidas directamente del Cielo; por el otro, aquellos que reducían la fe a los acontecimientos demostrables por las ciencias empíricas profanas.

“Pero en realidad –escribe el cardenal Müller, actual Prefecto de la Congregación para la doctrina de fe- la certeza dogmática de la fe descansa en la palabra acaecida históricamente y en los hechos de la historia de la salvación”[2]. Por lo anterior, la contribución decisiva de Newman consiste en haber salido de la alternativa entre racionalismo y empirismo, pues, continúa el Cardenal Müller, “cada persona, no importa el grado de formación o inteligencia, es persona. Y por ello debe ser posible desde el núcleo más íntimo de la persona la inmediatez hacia Dios y la certeza de la fe”[3].

Rombold señala que Newman, al escribir su gramática del asentimiento, está librando una “lucha en un doble frente”. El primer enemigo a vencer es el racionalismo de la Evidential School y del liberalismo. La Evidential School prosigue la línea de Locke, para quien “sólo cree rectamente el que ‘en todo caso cree o no cree como lo ordena la razón’”[4]. El liberalismo afirmaba prácticamente lo mismo. Y es muy conocida la lucha que Newman llevó a cabo durante toda su vida contra el liberalismo en cuestiones de religión. Tanto así, que en su mismo discurso de recepción del cardenalato señaló nuevamente lo peligroso que era esta manera de pensar:

“El liberalismo en religión es la doctrina según la cual no existe una verdad positiva en el ámbito religioso sino que cualquier credo es tan bueno como otro cualquiera. Es una opinión que gana acometividad y fuerza día tras día. Se manifiesta incompatible con el reconocimiento de una religión como verdadera y enseña que todas han de ser toleradas como asuntos de simple opinión. La religión revelada –se afirma- no es una verdad sino un sentimiento o inclinación; no obedece a un hecho objetivo o milagroso. Todo individuo, por lo tanto, tiene el derecho de interpretarla a su gusto. La devoción no se basa necesariamente en la fe. Una persona puede ir a iglesias protestantes y a iglesias católicas, obtener provecho de ambas y no pertenecer a ninguna”[5].

Creo que no hace falta insistir en que la gran mayoría de nuestro mundo ha sido ganado por el liberalismo, pues casi todo el mundo considera que la religión es asunto de opinión y asunto individual, por lo que cada quien puede “creer” lo que así disponga. Veremos que para Newman, la fe es algo muy personal, pero entiende algo muy distinto a como lo entendemos hoy.

Pero la batalla también se libraba simultáneamente contra el irracionalismo, pues si bien, escribe Newman, “la fe es la sencilla elevación del alma hasta el Dios invisible, sin razonamientos conscientes ni argumentos propiamente dichos, la mente puede ocuparse en la reflexión sobre su propia fe… Podemos esforzarnos en investigar los fundamentos y el contenido de la fe, en sacarla a la luz con palabras, sea para defenderla, recomendarla o enseñarla a los demás”[6].

Vemos pues, que el ambiente intelectual de Newman no es muy distinto del que vivimos actualmente, pues también nosotros nos movemos hoy simultáneamente entre racionalismos, empirismos e irracionalismos en cuestiones de fe y religión. Lo único es que la situación se ha ido agravando cada vez más. Así lo expresa el Papa emérito, al tiempo que señala la posición perenne de la Iglesia:

En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[7].

Si la situación es parecida, entonces las reflexiones de Newman al respecto pueden ser de especial utilidad para nuestros tiempos.

 


 

1. Para lo que sigue cf. MÜLLER, GERHARD LUDWIG, John Henry Newman begegnen, Sankt Ulrich Verlag, Augsburg, 2003, pp. 104-107.

2. Ibíd., p. 106.

3. Ibídem.

4. ROMBOLD, GÜNTHER, “John Henry Newman…, p. 691.

5. NEWMAN, JOHN HENRY, Cartas y Diarios. Biglietto Speech, Selección, traducción y notas de Víctor García y José Morales, Rialp, Madrid, 1996, pp. 162-163.

6. NEWMAN, JOHN HENRY, La fe y la razón…, p. 304.

7. BENEDICTO XVI, Porta Fidei, n. 12.

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El Beato John Henry Newman constituye un ejemplo elocuente y auténtico de una búsqueda apasionada de la verdad. A él se le considera entre los grandes pensadores cristianos, y de hecho se espera que, con el paso de los años, llegue a ser proclamado “Doctor de la Iglesia”. Sin embargo, él nunca se consideró a sí mismo ni teólogo, ni filósofo. Tampoco tuvo la intención de establecer una corriente o escuela de pensamiento, ni se identificó con alguna de ellas.

Él simplemente era un hombre creyente y coherente, un padre y un pastor que supo estar atento a las inquietudes y necesidades espirituales de sus contemporáneos. En nuestros días, él continúa siendo un buen “compañero de camino” de quienes van tras la búsqueda sincera de la verdad en sus vidas.

Él fue un hombre dotado de grandes cualidades. No solamente gozaba de una mente privilegiada y de una cultura amplia y profunda, sino que además poseía una delicada sensibilidad espiritual, la cual le ayudó a responder fielmente al llamado que Dios hacía en su conciencia, al igual que a comprender, con profundidad, el corazón del hombre y sus inquietudes.

El Beato Newman, tanto en su período anglicano como católico, fue motivado a escribir generalmente por razones pastorales. Él no era partidario de especulaciones académicas que terminaban siendo estériles, o bien, de reflexiones y teorías que no lograban responder a las verdaderas necesidades e inquietudes espirituales de la vida de las personas.

En sus obras, particularmente en sus sermones y cartas personales, se descubre con frecuencia una misma motivación pastoral y apologética: la defensa de la fe de las personas –con poco o mucha formación doctrinal–contra los excesos del “liberalismo” en materia de religión, al que nombraba como la “religión del día”.

 

Período anglicano

En su período como sacerdote anglicano (1824-1845), su apología de la fe se dirigía sustancialmente contra dos corrientes opuestas que se presentaban en el seno de Iglesia de Inglaterra: los “noéticos” y los “evangélicos”. En Oxford, donde Newman fue alumno y posteriormente profesor, predominaba la corriente “noética”, o “Escuela Evidencialista” (Evidential School), la cual estaba en boga en los círculos académicos del clero anglicano. Dicha corriente defendía el carácter racional del cristianismo, pero sometiéndolo a una estricta verificación lógica.

Bajo esta perspectiva, para que una doctrina fuera considerada como verdadera y creíble, debía ser demostrada mediante argumentos lógicos o pruebas de tipo histórico, denominadas como “evidencias” (evidences). Ellas constituirían el criterio último de credibilidad de una verdad de fe, y en consecuencia, la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo para nuestra salvación, se reduciría a un conjunto de silogismos verificables o comprobables.

El riesgo principal de esa postura es que no se dejaba espacio a la fe del creyente con poca instrucción religiosa, pues él no tenía la capacidad de argumentar, mediante pruebas racionales o “evidencias”, aquello que creía.

A su vez, frente a ese racionalismo liberal y académico, se acentuó otra corriente de tipo calvinista-evangélica dentro de la Iglesia anglicana, la cual tomó una postura opuesta, eliminando prácticamente el uso de la razón en el acto de fe. Los así denominados “evangélicos” (evangelicals), creían poseer una luz interior que los guiaba y capacitaba para creer, pero prescindiendo de cualquier tipo de razonamiento. De esa manera, la fe quedaba reducida a un sentimiento, en el que se renunciaba a cualquier tipo de justificación o razonabilidad.

Newman advertía que estas corrientes del pensamiento no quedaban únicamente en las aulas universitarias, sino que se propagaban entre la mayoría de la población, pues un gran número de los pastores de la Iglesia de Inglaterra se veían influenciados por ellas.

Él veía con mucho recelo tanto a los “noéticos” como a los “evangélicos”, porque ambas posturas se encontraban fuera de la verdad religiosa, pues terminaban sometiendo a la Revelación a una verificación en base a evidencias; o bien, a una especie de sentimiento o “iluminación” que podía llevar, incluso, hasta a la aceptación de lo inverosímil y absurdo.

 

Período católico

Posteriormente, en su período católico (1845-1890), nuestro autor se centró en defender la verdad de la Iglesia Católica y el derecho de los católicos a la profesión de su fe, frente a tantos prejuicios e incomprensiones que se suscitaban en la Inglaterra de la época victoriana.

Asimismo, él advirtió la debilidad y fragilidad de las corrientes apologéticas católicas de su época, las cuales pretendían “demostrar” la fe, mediante el uso de silogismos o argumentaciones lógicas, como una respuesta al racionalismo y ateísmo heredado de la Ilustración. Él tomó distancia de esas corrientes apologéticas, pues representaban un método de enseñanza y de transmisión de la fe muy distinto del que había aprendido de la lectura de los Padres de la Iglesia, quienes fueron su principal influencia para convertirse al catolicismo.

Casi al final de su vida, cuando recibió su nombramiento como Cardenal, expresó que en toda su actividad intelectual había luchado contra el “liberalismo” o relativismo en la religión, el cual lo definió como “la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en la religión”.

Esa postura liberal está muy relacionada con el actual problema del relativismo tan difundido en nuestra sociedad contemporánea. Éste pretende que las verdades objetivas queden a merced y juicio de cada sujeto, con el riesgo de hacer de la realidad –incluyendo a Dios– algo manipulable y a la medida del hombre.

Pero, ¿de qué manera Newman hizo frente al liberalismo en materia de religión? A diferencia de las corrientes apologéticas de su época, que ofrecían una serie de “contraargumentos” a los postulados liberales, él prefiere comenzar por justificar cómo una persona, con poca o mucha instrucción religiosa, puede llegar a la adhesión libre y consciente de la fe en Jesucristo.

Para lograr ese cometido, él busca describir los procesos internos que una persona realiza en el acto de fe. Esto se ve reflejado, principalmente, en su obra filosófica de madurez: Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento.

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