Hoy, Jueves Santo, celebramos la institución de dos grandes sacramentos. En primer lugar, Jesús instituyó los primeros sacerdotes en aquella última Cena. Y gracias a ello, pudo poner en sus manos el Gran Sacramento de la Eucaristía, poniéndose Él mismo en sus manos. Glosando al obispo James Conley (lincolndiocese.org) vamos a recordar algunos hechos de la vida de Newman en relación con su sacerdocio.
Desde adolescente, Newman se dio cuenta que Dios le había llamado a servirlo en el estado célibe, y optó por este estilo de vida como clérigo anglicano. Así, dejó escrito poco después, que “los que entran en las Órdenes Sagradas prometen lo que no saben, se comprometen sin saber con cuánta profundidad, se descartan de los caminos del mundo, no sabe con cuánta intimidad, encuentran que deben cortarles la mano derecha, sacrificar el deseo de sus ojos y el movimiento de sus corazones al pie de la Cruz, mientras que pensaban que, en su simplicidad, estaban eligiendo la vida tranquila y fácil de los ‘hombres sencillos que moran en las tinieblas’”. Newman comprendió desde el principio que la vida del sacerdocio es una vida de sacrificio desinteresado, y su propio sacerdocio, aun durante su periodo anglicano, fue una especie de martirio silencioso, consciente que debía dar su vida al pie de la Cruz.
La observación común entre los estudiantes de Oxford en la parroquia universitaria de St. Mary´s, era: “cuando el Dr. Newman predica, “es como si me estuviera hablando a mí personalmente. Ha hablado directamente a mi corazón.” Durante ese periodo, Newman entendía la importancia de confesar los pecados ritualmente y pedir perdón. Por lo que abogó por un mayor uso de la confesión en las iglesias anglicanas.
El joven Newman tenía un gran amor por la liturgia. Fue miembro fundador del Movimiento Anglicano de Oxford — una asociación de anglicanos que promovió una hermosa liturgia en la Iglesia Anglicana. De hecho, llegaron a ser conocidos como “altos” anglicanos debido a su énfasis en el culto litúrgico. Newman comprendió la profunda formación que viene de una liturgia rica en simbolismo, belleza y empapada en las Sagradas Escrituras.
Newman fue uno de los más grandes predicadores de la historia cristiana. Y predicó bellamente, mucho antes de convertirse a la fe. Sin embargo, Newman no era conocido como un predicador dramático. Cuando predicaba los domingos por la noche en las Vísperas Solemnes, los diversos College de Oxford se veían obligados a retrasar la hora de la cena, porque sus estudiantes abarrotaban la iglesia de St Mary´s para escuchar la predicación del Dr. Newman.
La decisión definitiva de Newman de hacerse católico se dio aquel 9 de octubre de 1845, cuando el italiano sacerdote pasionista y misionero Dominic Barberi le recibió en aquella estancia de Littlemore, a las afueras de la ciudad de Oxford, Inglaterra. En un principio, sabiendo que tal decisión le acarrearía la enemistad con todo el mundo anglicano que le había seguido y admirado, Newman pensó ser laico y asumir los embates, protegiendo a la Iglesia Católica Romana. Pero el obispo Wiseman le hizo ver que su vocación era claramente al sacerdocio. Recibió la confirmación incluyendo otro nombre: John Henry Maria Newman. Tan solo un año y medio después, recibió en Roma el orden sagrado, el día 30 de mayo de 1847.
Newman reflexionó sobre la elección voluntaria de Cristo de elegir a hombres pecadores para que actuaran in persona Christi en la mediación de su misericordia. Por contraste, a su Madre, la Santísima Virgen, la eligió y la preservó del pecado original y fue concebida inmaculadamente, por su misericordia. Pero Jesús eligió “hombre, no ángeles” para ser sus ministros, “vulnerables a la enfermedad y la tentación”, para otorgarles la gracia inmerecida de Dios, de la perseverancia final. Eligió a los pecadores como sacerdotes, para dar testimonio de la redención del pecado. Porque la pecaminosidad del sacerdote le hace hermano de todos los hombres, y para que quedara patente la evidencia de la gracia en la vida de aquellos a quienes convirtió sus corazones a Jesucristo.
Después de su ordenación, su amor por la sagrada liturgia se transformó. Le explicó a un amigo que antes miraba con entusiasmo la celebración de la liturgia anglicana. Pero que nada se comparaba con la experiencia de hacer presente a la Eucaristía — la presencia real de Jesucristo — en el Santo Sacrificio de la Misa. “Nada es tan consolador, tan penetrante, tan emocionante, tan abrumador como la Misa. Podría asistir a Misas para siempre, y no estar cansado. No es una mera forma de palabras — es una gran acción, la mayor acción que puede haber en la tierra. Él se hace presente en el altar en carne y sangre, ante el cual hacen venia los ángeles y tiemblan los demonios.”
La presencia de Cristo en el altar lo cautivó y lo sobrecogía. Sus colegas recordaron que cuando él elevaba la sagrada Hostia, permanecía en oración mucho más tiempo de lo que cualquiera pudiera haber esperado.
Newman conocía el poder de la vida sacramental. Y cultivó un sentido de profunda reverencia por el misterio, al que llamó la “vida de nuestra religión”. Pasaba horas, cada día, en el confesionario. Observaba: “una cosa era escuchar los pecados como un clérigo anglicano; muy otra era absolverlos con el poder de la Iglesia de Cristo. Por eso llamó a la confesión la “tranquilidad penetrante y subyugadora” de su vida sacerdotal. La vida sacramental alimentaba a Newman porque rezaba diariamente por la gracia de celebrar los sacramentos con alegría y con un nuevo entusiasmo. Luchó contra la tentación de dar por sentados los sagrados misterios. Pidió a la Santísima Virgen que le diera la visión de Dios, quien le concedió ver en la penitencia y en la Eucaristía el regocijo del cielo por la salvación de los pecadores.
De esta manera, Newman vivió su sacerdocio de manera profunda y auténtica, experimentó la vida y el ministerio sacerdotal sin preconceptos, ni falsedades, ni pretensiones. Comprendió su pecaminosidad y buscó la santidad con vigor. Y se apoyó en la gracia de celebrar la vida sacramental con plena conciencia de la profunda realidad del misterio.