Semana Santa

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[n. 492 | 4 de marzo de 1838]

«Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre» (Mt 4,2)

Primer domingo de Cuaresma

El tiempo litúrgico de humillación que precede a la Pascua dura cuarenta días en recuerdo del prolongado ayuno de nuestro Señor en el desierto. Por eso hoy, primer domingo de Cuaresma, leemos el evangelio en que se narra ese ayuno y en la Colecta le pedimos a Él, que por nosotros ayunó cuarenta días y cuarenta noches, que bendiga nuestra abstinencia para el bien de nuestro cuerpo y de nuestra alma.

Ayunamos por penitencia y para someter la carne. Nuestro Salvador no tenía necesidad de ayunar por ninguno de esos dos motivos. Su ayuno no era como el nuestro, ni en su intensidad ni en su finalidad. No obstante, cuando comenzamos nuestro ayuno, se nos propone el ejemplo del Señor y seguimos ayunando hasta igualarle en el número de días.

Hay un motivo para esto: en verdad, no debemos hacer nada sin tener su ejemplo a la vista. Al igual que sólo a través de Él podemos hacer el bien, nada será bueno si no lo hacemos por Él. Nuestra obediencia procede de Él; y hacia Él debe orientarse. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). No hay buenas obras sin la Gracia y la Caridad.

San Pablo dejó todo «con tal de ganar a Cristo, y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe» (Flp 3,9). Por tanto, nuestras buenas obras sólo son aceptables cuando son hechas, no por ajustarse a la norma, sino en Cristo por la fe. Vanas fueron todas las obras de la Ley, porque carecían del poder del Espíritu. No eran más que los pobres intentos de la naturaleza humana desguarnecida para cumplir lo que, desde luego, era su deber cumplir, pero que no era capaz de cumplir. Nadie más que los ciegos y los carnales, o los sumidos en la más completa ignorancia, podían encontrar en sí mismos cosa alguna en que regocijarse. ¿Qué eran todas las justicias de la Ley, qué sus obras, incluso las que iban más allá de lo ordinario, sus ayunos y limosnas, su desfigurarse el rostro y afligir el alma; qué era todo esto sino polvo y escoria, un despreciable servicio terrenal, una penitencia miserablemente desesperada, en la medida en que carecían de la gracia y la presencia de Cristo? Ya podían los judíos humillarse, que no se elevaban espiritualmente, sino que caían en la carne; ya podían afligirse, que no les aprovechaba para su salvación: podían hacer penitencia, pero sin alegría; el hombre exterior podía perecer, pero el hombre no se renovaba por dentro día tras día. Soportaron el peso del día y del calor, y el jugo de la Ley, pero no «Se convirtió para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente» (2 Cor 4,17). Pero a nosotros Dios nos ha reservado algo mejor. En esto consiste ser uno de los pequeños de Cristo: poder hacer lo que los judíos pensaban que podían hacer, y no podían; tener en nosotros ese don con el que podemos lograr todas las cosas; ser poseídos por su presencia como vida nuestra, como nuestra fuerza, mérito, esperanza y corona; llegar a ser de manera admirable, miembros suyos, instrumento o forma visible, o signo sacramental, del Único, Invisible, Omnipresente Hijo de Dios, reiterando místicamente en cada uno de nosotros todos los actos de su vida terrena: su nacimiento, consagración, ayuno, tentaciones, pruebas, victorias, sufrimientos, agonía, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. Él es todo en todo; nosotros con tan poco poder en nosotros, tan poco mérito y calidad como el agua del Bautismo, o el pan y vino de la Sagrada Comunión; pero fuertes, no obstante, en el Señor y en el poder de su brazo. Estos son los pensamientos con que celebramos la Navidad y la Epifanía; estos son los pensamientos que deben acompañarnos a lo largo de la Cuaresma.

Sí, incluso en nuestros ejercicios de penitencia, cuando menos podríamos haber esperado encontrar modelo en Él, Cristo se ha adelantado a santificarlos para nosotros. Ha bendecido el ayuno como medio de gracia, por el hecho de haber ayunado Él; y el ayuno sólo es aceptable cuando se hace por Él. La penitencia es mero formalismo o puro remordimiento, si no se hace por amor. Si ayunamos y no nos unimos de corazón a Cristo, imitándole y pidiéndole que haga que nuestro ayuno sea el suyo, que asocie nuestro ayuno al suyo y que le comunique la fuerza de su ayuno, de manera que estemos en Él y Él en nosotros, estaremos ayunando como judíos, no como cristianos. En la liturgia de este primer domingo de Cuaresma, hacemos bien en poner ante nosotros el pensamiento de Él, cuya gracia debe habitar en nuestro interior, no sea que nuestras mortificaciones sean un puro batir el aire y nos humillemos en vano.

Hay muchas formas en que el ejemplo de Cristo puede servirnos de consuelo y ánimo en este tiempo del año.

En primer lugar, bueno será insistir en el hecho de que nuestro Señor se apartó del mundo para confirmarnos que tenemos el deber de apartarnos del mundo, en la medida de nuestras posibilidades. Lo hizo de manera particular en el caso que estamos contemplando, antes de comenzar su vida pública; pero no es el único. Antes de escoger a sus apóstoles, se preparó de la misma manera. «En aquellos días salió al monte a orar y pasó toda la noche en oración a Dios» (Lc 6,12). Pasar la noche en oración era una penitencia del mismo tipo que el ayuno. En otra ocasión, tras despedir a la muchedumbre, «subió al monte a orar a solas» (Mt 14,23), y en este caso, parece que permaneció allí gran parte de la noche. Y también, en medio de la excitación causada por sus milagros, «de madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración» (Mc 1,35). Teniendo en cuenta que nuestro Señor es el modelo perfecto de la naturaleza humana no podemos dudar que el fin de estos ejemplos de devoción estricta es que los imitemos, si queremos ser perfectos. Y este deber queda más allá de toda duda cuando encontramos ejemplos parecidos en los más eminentes siervos de Dios. San Pablo, en la epístola para el día de hoy, nombra entre otros sufrimientos que él y sus hermanos tuvieron «desvelos y ayunos» (2 Cor 6,5) y, más abajo, dice que tuvieron «frecuentes vigilias» (2 Cor 11,27).

San Pedro se retiró a Jope, a la casa de un tal Simón, curtidor, en la costa, y allí ayunó y oró. Tanto Moisés como Elías obtuvieron auxilio en sus milagrosos ayunos, tan largos como el de nuestro Señor. Moisés, en dos momentos distintos, como nos cuenta él mismo: «después me postré en la presencia del Señor. Como la primera vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua» (Dt 9,18). Elías, alimentado por un ángel, «con las fuerzas de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches» (1 R 19,8). Y Daniel: «volví mi rostro hacia el Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza» (Dn 9,3). Y también: «por aquellos días yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía alimentos agradables, ni entraban en mi boca carne o vino, ni me ungí con perfume hasta haber pasado las tres semanas» (Dn 10,2-3). Estos son ejemplos de ayuno a semejanza del de Cristo.

A continuación, señalo que el ayuno de nuestro Señor no fue más que un preliminar a sus tentaciones. Se retiró al desierto para ser tentado por el diablo, pero antes de ser tentado, ayunó. Y conviene subrayar que ese ayuno no fue una mera preparación para la batalla sino que fue, en buena medida, el origen de la batalla. Está claro que, en lugar de fortificarle contra la tentación, lo que lograron su marcha al desierto y su abstinencia fue exponerle a ella. El ayuno fue la ocasión: «después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre» (Mt 4,2); enseguida se presentó el tentador mandándole que convirtiera las piedras en panes. Satanás empleó el ayuno de Cristo contra Cristo.

Este es precisamente el caso de los cristianos que hoy se esfuerzan en imitarle; y está bien que lo sepan, para no desanimarse cuando practiquen la penitencia. Se suele decir que el ayuno tiene como fin hacernos mejores cristianos, más sobrios, y ponernos más completamente a los pies de Cristo en fe y humildad. Esto es verdad, viendo las cosas en conjunto. En conjunto, y en último término, se producirá este resultado, pero no es verdad que se vaya seguir de forma inmediata.

Al contrario, semejantes mortificaciones tienen en el momento efectos muy distintos en las diferentes personas, y hay que considerarlos no partiendo de sus beneficios visibles sino de la fe en la palabra de Dios. El ayuno, sí, somete a algunos y los acerca a Dios de una forma inmediata, pero hay otros que en el más ligero ayuno encuentran una ocasión para caer. Por ejemplo, a veces se invoca como una objeción contra el ayuno, y como si fuera un motivo para omitirlo, el que vuelve a la gente irritable y de mal carácter.

Confieso que a menudo ocurre así. Y también, lo que muy a menudo se sigue de él es una flojedad que priva a la persona del dominio de sus actos corporales, sentimientos y expresiones. Y así, por ejemplo, parece descontrolado cuando no lo está; quiero decir porque no es responsable de su lengua, labios y, en realidad, de su cabeza. No usa las palabras que quiere usar, ni el acento o el tono. Parece brusco cuando no lo es; y el darse cuenta de ello, y la reacción de esa conciencia sobre él, son una tentación, y de hecho le vuelve irritable, sobre todo si la gente le malinterpreta y piensa de él lo que no es. Además, la debilidad corporal puede privarle de autocontrol en otros puntos; quizá no puede evitar sonreír o reírse, cuando debería mantenerse serio, lo cual evidentemente resulta un trance penoso y humillante. O le vienen malos pensamientos de los que no logra librarse la mente, como si fuera ésta peso muerto y no espíritu, y le dejan un mal efecto por dentro que no es capaz de evitar. O la debilidad corporal a menudo le vuelve incapaz de prestar atención a las oraciones vocales, en vez de rezar con más fervor. La debilidad corporal a menudo viene acompañada de languidez y flojedad, lo cual es una tentación seria de caer en la pereza. Aún no he nombrado el más penoso de los efectos que puede producir incluso el moderado ejercicio de este gran deber de los cristianos. Es innegable que el ayuno es una ocasión de pecado, y lo digo para que las personas no se sorprendan y se desanimen cuando se den cuenta de que esto es así. Y el mismo Señor misericordioso lo sabe por experiencia propia; y que Él lo haya experimentado y por tanto lo sepa, tal y como lo recoge la Escritura, es para nosotros un pensamiento lleno de consuelo. No quiero decir con esto, Dios no le permita, que la menor mancha de pecado haya tocado su alma inmaculada, pero sabemos por la historia sagrada que en su caso, y en el nuestro, el ayuno abrió el camino a la tentación. Y quizá la verdad más profunda de estas prácticas es que de una forma maravillosa y desconocida nos abren el mundo del más allá para bien y para mal, y de alguna forma nos entregan a un extraordinario conflicto con los poderes del mal.

Se cuentan historias (que sean verdaderas o no, poco importa, porque manifiestan lo que la voz de la humanidad estima como probable) de ermitaños del desierto que son asaltados por Satanás de peregrinas maneras, y que resisten al maligno y lo expulsan, como nuestro Señor, y con Su fuerza. E imagino que si conociéramos la historia secreta del alma de los hombres del cualquier época encontraríamos esto (al menos, creo que no invento teorías): una llamativa combinación, en el caso de los que por la gracia de Dios avanzaron en las cosas sagradas (y sea cual sea el caso de los que no hicieron tales avances), una combinación de, por un lado, tentaciones de pensamiento y, por el otro, de no verse éste afectado por ellas, ni consentir la voluntad en ellas, ni siquiera momentáneamente, sino que las aborrecen y no les viene mal alguno de ellas. Al menos yo puedo concebir esto, y evidentemente, ha habido personas que se asemejaron y participaron en la tentación de Cristo, que fue tentado, y no pecó.

Que no se angustien los cristianos, si se encuentran expuestos a pensamientos que les llenan de aborrecimiento y terror. Al contrario, que semejante prueba les haga presente, con viveza y claridad, la bondad del Hijo de Dios. Porque si para nosotros es una prueba que nos vengan pensamientos a los que nuestro corazón es ajeno, ¿cuál no habrá sido el sufrimiento del Verbo Eterno, Dios de Dios, Luz de Luz, Santo y Verdadero, al verse tan expuesto a Satanás que podría haberle infligido todas las miserias, excepto el pecado? Desde luego, para nosotros es una prueba que el acusado de los hombres nos atribuya públicamente motivos y pensamientos que jamás tuvimos; es una prueba sentir que se nos meten subrepticiamente ideas de las que huimos; es una prueba para nosotros que a Satanás se le permita mezclar sus pensamientos con los nuestros, y que nos sintamos culpables cuando no lo somos; que pueda encender lo irracional de nuestra naturaleza de manera que en cierto sentido lleguemos a pecar contra nuestra voluntad. Pero ¿no es verdad que Alguien más grande ha sufrido esa prueba antes que nosotros, y la ha vencido con más gloria? Él fue probado en todo, «de manera semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Ht 4,15). Por tanto, también en esto, las tentaciones de Cristo nos dan ánimo y consuelo.

Por tanto, quizá esta es una visión de las consecuencias del ayuno más verdadera de lo que se piensa normalmente. Por supuesto, con la gracia de Dios, al final siempre trae un beneficio espiritual a nuestras almas, y las mejora gracias a Él que lo causa todo en todo; y a menudo también supone un beneficio temporal en ese momento

Pero a menudo es al contrario: a menudo no hace sino volver más excitables y susceptibles los corazones. Por tanto, en todos los casos hay que contemplar el ayuno como un acercamiento a Dios, un acercamiento a los poderes del cielo y, sí: también en los poderes del infierno. En este punto de vista hay algo muy tremendo. Por lo que sabemos, las tentaciones de Cristo no son más que la plenitud de las que, según el grado de nuestra debilidad y corrupción, ocurren a aquellos siervos suyos que le buscan. Este es un motivo fuerte por el que la Iglesia asocia este tiempo de penitencia con la morada de Cristo en el desierto, para que no quedemos sujetos a nuestros pensamientos y, por así decir, a «las fieras salvajes» y nos desanimemos en la aflicción, sino que sintamos que somos lo que realmente somos: no esclavos de Satanás, hijos de la ira que gimen sin esperanza bajo el fardo del pecado, confesándole y gritando «Infeliz de mí!» (Rm 7,24), sino pecadores, y pecadores que se afligen hacen penitencia por sus pecados, pero también hijos de Dios, en quienes el arrepentimiento da fruto, y que al abajarse son exaltados, y que al mismo momento que se arrojan a los pies de la Cruz, son soldados de Cristo, con la espada en la mano que luchan una generosa batalla y saben que tienen ya, en ellos y sobre ellos, eso ante lo que los demonios tiemblan y huyen.

Y este es otro punto que hay que distinguir claramente en la historia del ayuno y las tentaciones de nuestro Señor: la victoria en que terminó. Tuvo tres tentaciones, y venció las tres. En la última dijo: «Apártate, Satanás», y enseguida «le dejó el diablo» (Mt 4,10-11). Esta lucha y esta victoria en el mundo invisible se barrunta en otros pasajes de la Escritura. Lo más notable es lo que nuestro Señor dice sobre el endemoniado al que los apóstoles no pudieron curar. Acababa de bajar del monte de la Transfiguración adonde, por cierto, había subido con sus apóstoles predilectos para pasar la noche en oración. Bajo tras esa comunión con el mundo invisible y expulsó el espíritu maligno; y dijo: «Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración y el ayuno» (Mc 9,29), lo cual equivale a decir que esos ejercicios otorgan al alma poder sobre el mundo invisible; y no hay motivos para suponer que haya que limitarlos a los primeros siglos del Evangelio. Creo que sobran pruebas incluso en lo que hemos podido saber luego de los efectos de esos ejercicios sobre personas actuales (por no recurrir a la historia), para demostrar que esos ejercicios son instrumentos de Dios para dar a los cristianos un alto y regio poder sobre sus iguales.

Y dado que la oración es no sólo el arma, siempre necesaria e infalible, en nuestra lucha contra el poder del mal, sino que la liberación del mal va siempre incluida como objeto de la oración, de ahí se sigue que cualquier texto que hable de nuestro dirigirnos a Dios Todopoderoso y vencerle con oración y ayuno, está hablando de esa lucha y promete esa victoria sobre el maligno. Así en la parábola, la viuda inoportuna que representa a la Iglesia en oración, se muestra no sólo firme con Dios sino contra su adversario. «Hazme justicia ante mi adversario» (Le 18,3), dice, y nuestro adversario es «el diablo, que, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe», dice san Pedro (1 P 5,8-9). Hay que observar que en esta parábola, se nos recomienda especialmente la perseverancia en la oración. Y esto es parte de la lección que nos enseña la prolongada duración de la Cuaresma: que no obtendremos nuestros deseos mediante la dedicación de un día suelto para hacer penitencia, o por una oración aislada, por muy fervorosa que sea, sino por ser «constantes en oración» (Rm 12,12). Lo mismo se nos dice en el relato de la lucha de Jacob. Como es el caso de nuestro Señor, esta duró toda la noche. Con quién se encontró en esta ocasión solitaria, no se nos dice; pero Aquel con quien peleó, le dio fuerzas para pelear y al final le dejó una prenda en el cuerpo, como para mostrar que Jacob había vencido solo por condescendencia de Aquel que había sido vencido. Con la fuerza que había recibido, aguantó hasta la aurora, y pidió ser bendecido, y el que recibió la petición le bendijo, y le dio un nuevo nombre, en recuerdo de aquel suceso. «Ya no te llamará: más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con hombres, y has podido› (Gn 32,29). Y Moisés pasó uno de sus cuarenta días de ayuno, intercediendo por el pueblo, que había construido el becerro de oro. «Me postré, pues, ante el Señor continué en postración durante cuarenta días y cuarenta noches, porque el Señor había hablado de aniquilarlos. Y le dije en mi súplica: mi Señor Dios: No destruyas a tu pueblo y a tu heredad, que rescataste por tu grandeza, al que sacaste de Egipto con mano fuerte» (Dt 9,25-26). Y los dos ayunos que se nos narran de Daniel terminan también en bendición. El primero fue de intercesión por el pueblo, y recibió como respuesta la profecía de las setenta semanas. El segundo fue también recompensado con una revelación profética; y, lo que es notable, parece haber tenido influencia (si se puede usar tal palabra) sobre el mundo invisible, desde el momento en que lo empezó «El ángel me dijo: -No temas, Daniel. Desde el primer día que aplicaste tu corazón a comprender y a humillarte ante tu Dios, tus palabras fueron escuchadas, y yo he venido a causa de tus palabras» (Dn 10,12). Vino al final, pero estaba listo para ir desde el principio. Pero más importante que esto, el ángel sigue: «El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días», justo el tiempo que Daniel había estado orando, «pero he aquí que Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi ayuda; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia» (Dn 10,13).

Un ángel acudió a Daniel durante su ayuno; de igual manera, en el caso de nuestro Señor, ángeles vinieron a servirle, y también nosotros podemos creer y consolarnos pensando que, también hoy, Dios envía sus ángeles especialmente a aquellos que le buscan de esa manera. No sólo Daniel, también Elías fue confortado por un ángel durante su ayuno; y un ángel se apareció a Cornelio, mientras ayunaba y oraba. Y yo creo realmente que sobra con lo que las personas religiosas ven a su alrededor para confirmar esta esperanza que hemos ido recogiendo de la palabra de Dios.

«Porque ha dado órdenes a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos» (Sa 91,11) y el demonio conoce esta promesa porque la empleó en la suprema hora de la tentación. Sabe perfectamente en qué consiste nuestro poder y en qué consiste su debilidad. Así que nada tenemos que temer mientras permanezcamos dentro de la sombra del Trono del Altísimo. «Caerán mil a tu lado, diez mil a tu derecha; pero a ti no te alcanzará» (Sal 91,7). Mientras permanezcamos en Cristo, somos partícipes de su seguridad. Él ha roto el poder de Satán. Él ha caminado «sobre serpientes y víboras pisoteado al león y al dragón» (Sal 91,13), por tanto, los malos espíritus, en lugar de tener poder sobre nosotros, tiemblan y temen ante cualquier verdadero cristiano.

Saben que este lleva dentro algo que los domina, que puede, si quiere, reírse de ellos despreciarlos y hacerlos huir. Lo saben bien, y lo tienen en cuenta en todas su acometidas contra el cristiano. Sólo el pecado les da poder sobre él y su principal objetivo es hacerle pecar, y por tanto hacerle caer por sorpresa, pues saben que es el único camino para vencerle. Intentan asustarle con la apariencia de peligro, y las sorprenderle. O se le acercan suave y arteramente para seducirlo, y así sorprenderle. Pero si no lo cogen por sorpresa, no pueden hacer nada. Por tanto, hermanos, «no desconozcamos sus propósitos» (2 Cor 2,11), y conociéndolos, vigilemos, ayunemos oremos, mantengámonos unidos bajo las alas del Todopoderoso, para que Él sea nuestro escudo y protección. Pidámosle que nos haga conocer su voluntad, que no enseñe nuestras faltas, que borre de nosotros cuanto pueda ofenderle, y que no conduzca por el camino de la salvación eterna.

Y durante este tiempo santo consideremos que estamos en lo alto del Monte con Él, dentro de la nube, escondido con Él, no apartados de Él, no fuera de Él, porque sólo en su presencia está la vida sino con Él y en Él, aprendiendo su Ley con Moisés, sus atributos con Elías, su consejos con Daniel, aprendiendo a arrepentirnos, aprendiendo a confesar y enmendar nuestras faltas, aprendiendo su amor y su temor, desaprendiendo de nosotros mismos y creciendo hasta alcanzarle a Él, que es nuestra Cabeza.

Traducción de Víctor García Ruíz

Sermones parroquiales 6 – (Parochial and Plain Sermons) por John Henry Newman – Leer libro online (24symbols.com)

John Henry Newman

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Primera estación

Jesús es condenado a muerte

Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento

y a una muerte abyecta.

Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.

Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?

Segunda estación

Jesús carga con la cruz

Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad.

Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

Tercera estación

Jesús cae por primera vez

Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae.

Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados.

Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

Cuarta estación

Jesús encuentra a su madre

Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza.

De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia.

¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?

Quinta estación

Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz

Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz.

Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Sexta estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús

Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela.

Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque.

Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.

Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo.

¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti.

Octava estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”.

Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”.

¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.

Novena estación

Jesús cae por tercera vez

Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados.

La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”.

Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos.

Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos.

Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.

Décima estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud.

Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento.

Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?

Undécima estación

Jesús, clavado en la Cruz

Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta.

Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles.

Duódécima estación

Jesús muere en la Cruz

Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu.

Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.

Decimotercera estación

Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre

La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María.

Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal.

Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.

Decimocuarta estación

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado.

Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección.

Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo.

Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.

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Para quienes hemos dado seguimiento el pensamiento de John Henry Newman y a sus mejores seguidores, nos hemos asombrado al comprobar cómo en el transcurso de doce meses, se nos han adelantado a la Casa del Cielo grandes personajes. El 29 de diciembre del 2021, nuestro querido amigo y maestro Fr. John T. Ford, y han seguido sus pasos muchos otros, pero hoy ha cerrado este año quizá el más sobresaliente: Joseph Aloisius Ratzinger.

La vida de Ratzinger no está exenta de detalles especiales. Su padre era un católico fiel, que trabajaba en Baviera como gendarme, bien enterado de la situación de su país y de la Iglesia, piadosos y comprometido con su fe. Buscó una esposa con quien pudiera formar una familia con esos mismos principios. El pequeño Joseph Nació un sábado de Gloria del año 1927 –víspera del día de la Resurrección-. El señor gendarme formó a dos varones, dos sacerdotes, el mayor músico, el menor teólogo, y una hija que dio muestras de serena virtud. Los formó para hacer frente a las dificultades que se les presentaron durante la Segunda Guerra Mundial y los forjó para toda su vida. 

En su libro Mi vida: Autobiografía, el mismo Ratzinger narra cómo fue que, durante sus años de seminarista, al término de la gran guerra, comenzó a profundizar en el pensamiento de John Henry Newman. Y explica la influencia que recibió de este teólogo inglés.

Durante el pontificado de Benedicto XVI se confirmó un milagro por la intercesión de Newman que se llevó a cabo en Boston. Él mismo tuvo la dicha y la oportunidad de realizar un viaje histórico a Gran Bretaña, invitado por la Reina Isabel II. La beatificación se llevó a cabo en un parque del poblado de Rednal, en las inmediaciones de Birmingham, Inglaterra. Antes de la Misa, se reunieron los obispos anglicanos en una tarima colocada a la izquierda de la explanada donde se llevaría a cabo la ceremonia católica. El primado de la Iglesia de Inglaterra invitó a los asistentes a rezar juntos. Fue un momento muy emotivo, pues estaban presentes varios conversos al catolicismo procedentes del anglicanismo. Benedicto XVI, desde el inicio de su pontificado, tuvo la intención de acercarse, tanto a los anglicanos como a los ortodoxos. De aquella visita a Inglaterra se derivaron varios proyectos de ayuda a personas inglesas muy necesitadas, con participación de fieles de las dos confesiones.

Benedicto XVI, ha concluido magistralmente una vida al servicio, con el estudio sereno de la doctrina, su pedagogía evangelizadora bien ponderada, como profesor universitario, cardenal y Papa, se nos ha marchado el último día del año 2022, víspera de la festividad de la Maternidad de María. Cuánto hemos de agradecerle por su entrega a la verdad.

Me hace pensar el hecho de tal coincidencia. Me parece que este día marca un antes y un después. Nos toca a nosotros continuar buscando siempre la verdad, promover su búsqueda, ser sensible al relativismo y denunciarlo, ser estudiosos de la doctrina, ir a sus fuentes, y transmitirla según las necesidades de cada persona. Ratzinger nos deja un camino abierto, como lo hizo Newman a su vez. Su ejemplo cercano, de estudio serio, callado, humilde, abierto siempre a la Revelación y a la tradición de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, a quien hemos de amar y servir, como se debe amar y se servir al mismo Jesucristo, su Esposo. 

Antes de terminar el año, quisiera recomendar la lectura de un excelente libro sobre la vida de este gran hombre: Benedicto XVI. Una vida, de Peter Seewald, basado en las numerosas entrevistas personales que el autor realizó durante años al Papa Emérito, hoy fallecido. 

Rosario Athié

Círculo Newman

31 de diciembre 2022

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Hoy, Jueves Santo, celebramos la institución de dos grandes sacramentos. En primer lugar, Jesús instituyó los primeros sacerdotes en aquella última Cena. Y gracias a ello, pudo poner en sus manos el Gran Sacramento de la Eucaristía, poniéndose Él mismo en sus manos. Glosando al obispo James Conley (lincolndiocese.org) vamos a recordar algunos hechos de la vida de Newman en relación con su sacerdocio.

Desde adolescente, Newman se dio cuenta que Dios le había llamado a servirlo en el estado célibe, y optó por este estilo de vida como clérigo anglicano. Así, dejó escrito poco después, que “los que entran en las Órdenes Sagradas prometen lo que no saben, se comprometen sin saber con cuánta profundidad, se descartan de los caminos del mundo, no sabe con cuánta intimidad, encuentran que deben cortarles la mano derecha, sacrificar el deseo de sus ojos y el movimiento de sus corazones al pie de la Cruz, mientras que pensaban que, en su simplicidad, estaban eligiendo la vida tranquila y fácil de los ‘hombres sencillos que moran en las tinieblas’”. Newman comprendió desde el principio que la vida del sacerdocio es una vida de sacrificio desinteresado, y su propio sacerdocio, aun durante su periodo anglicano, fue una especie de martirio silencioso, consciente que debía dar su vida al pie de la Cruz.

La observación común entre los estudiantes de Oxford en la parroquia universitaria de St. Mary´s, era: “cuando el Dr. Newman predica, “es como si me estuviera hablando a mí personalmente. Ha hablado directamente a mi corazón.” Durante ese periodo, Newman entendía la importancia de confesar los pecados ritualmente y pedir perdón. Por lo que abogó por un mayor uso de la confesión en las iglesias anglicanas.

El joven Newman tenía un gran amor por la liturgia. Fue miembro fundador del Movimiento Anglicano de Oxford — una asociación de anglicanos que promovió una hermosa liturgia en la Iglesia Anglicana. De hecho, llegaron a ser conocidos como “altos” anglicanos debido a su énfasis en el culto litúrgico. Newman comprendió la profunda formación que viene de una liturgia rica en simbolismo, belleza y empapada en las Sagradas Escrituras.

Newman fue uno de los más grandes predicadores de la historia cristiana. Y predicó bellamente, mucho antes de convertirse a la fe. Sin embargo, Newman no era conocido como un predicador dramático. Cuando predicaba los domingos por la noche en las Vísperas Solemnes, los diversos College de Oxford se veían obligados a retrasar la hora de la cena, porque sus estudiantes abarrotaban la iglesia de St Mary´s para escuchar la predicación del Dr. Newman. 

La decisión definitiva de Newman de hacerse católico se dio aquel 9 de octubre de 1845, cuando el italiano sacerdote pasionista y misionero Dominic Barberi le recibió en aquella estancia de Littlemore, a las afueras de la ciudad de Oxford, Inglaterra. En un principio, sabiendo que tal decisión le acarrearía la enemistad con todo el mundo anglicano que le había seguido y admirado, Newman pensó ser laico y asumir los embates, protegiendo a la Iglesia Católica Romana. Pero el obispo Wiseman le hizo ver que su vocación era claramente al sacerdocio. Recibió la confirmación incluyendo otro nombre: John Henry Maria Newman. Tan solo un año y medio después, recibió en Roma el orden sagrado, el día 30 de mayo de 1847. 

Newman reflexionó sobre la elección voluntaria de Cristo de elegir a hombres pecadores para que actuaran in persona Christi en la mediación de su misericordia. Por contraste, a su Madre, la Santísima Virgen, la eligió y la preservó del pecado original y fue concebida inmaculadamente, por su misericordia. Pero Jesús eligió “hombre, no ángeles” para ser sus ministros, “vulnerables a la enfermedad y la tentación”, para otorgarles la gracia inmerecida de Dios, de la perseverancia final. Eligió a los pecadores como sacerdotes, para dar testimonio de la redención del pecado. Porque la pecaminosidad del sacerdote le hace hermano de todos los hombres, y para que quedara patente la evidencia de la gracia en la vida de aquellos a quienes convirtió sus corazones a Jesucristo. 

Después de su ordenación, su amor por la sagrada liturgia se transformó. Le explicó a un amigo que antes miraba con entusiasmo la celebración de la liturgia anglicana. Pero que nada se comparaba con la experiencia de hacer presente a la Eucaristía — la presencia real de Jesucristo — en el Santo Sacrificio de la Misa. “Nada es tan consolador, tan penetrante, tan emocionante, tan abrumador como la Misa. Podría asistir a Misas para siempre, y no estar cansado. No es una mera forma de palabras — es una gran acción, la mayor acción que puede haber en la tierra. Él se hace presente en el altar en carne y sangre, ante el cual hacen venia los ángeles y tiemblan los demonios.”

 La presencia de Cristo en el altar lo cautivó y lo sobrecogía. Sus colegas recordaron que cuando él elevaba la sagrada Hostia, permanecía en oración mucho más tiempo de lo que cualquiera pudiera haber esperado. 

Newman conocía el poder de la vida sacramental. Y cultivó un sentido de profunda reverencia por el misterio, al que llamó la “vida de nuestra religión”. Pasaba horas, cada día, en el confesionario. Observaba: “una cosa era escuchar los pecados como un clérigo anglicano; muy otra era absolverlos con el poder de la Iglesia de Cristo. Por eso llamó a la confesión la “tranquilidad penetrante y subyugadora” de su vida sacerdotal. La vida sacramental alimentaba a Newman porque rezaba diariamente por la gracia de celebrar los sacramentos con alegría y con un nuevo entusiasmo. Luchó contra la tentación de dar por sentados los sagrados misterios. Pidió a la Santísima Virgen que le diera la visión de Dios, quien le concedió ver en la penitencia y en la Eucaristía el regocijo del cielo por la salvación de los pecadores.

De esta manera, Newman vivió su sacerdocio de manera profunda y auténtica, experimentó la vida y el ministerio sacerdotal sin preconceptos, ni falsedades, ni pretensiones. Comprendió su pecaminosidad y buscó la santidad con vigor. Y se apoyó en la gracia de celebrar la vida sacramental con plena conciencia de la profunda realidad del misterio.

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Es el título del artículo de la Dra. Rosario Athié, Vicepresidenta y fundadora del Círculo John Henry Newman, publicado en la revista Church, Communication and Culture en Roma y el cual ha alcanzado 2,000 descargas.

Felicitamos a la Doctora Athié por este logro e invitamos a nuestro lectores, a leer el artículo en la siguiente liga:

https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/23753234.2018.1426994?src=recsys&

Topic del III Coloquio Internacional John Henry Newman, sus fuentes y comentadores: La educación liberal La educación liberal que propuso John Henry Newman para la Universidad Católica de Irlanda en el siglo XIX sigue vigente. Para él, el fin de la universidad es el saber, y su focus central es la formación de la inteligencia. Lo demás, vendría por añadidura. Entre las habilidades intelectuales que busca desarrollar es el hábito filosófico, sin el cual la capacidad de vincular y dar unidad a los distintos saberes, la búsqueda sincera de la verdad, y la capacidad para resolver problemas teóricos y prácticos se imposibilita. El estudio de la gramática, de la literatura, de la historia, de las diversas lenguas y culturas llegan a armonizarse en la mente gracias a este hábito filosófico. En The Idea of a University, Newman describe lo que él considera que es un verdadero gentleman, más allá de un hombre frío y sereno, como fue el ideal británico a la luz del Capitán Horatio Nelson. El gentleman para Newman es un hombre culto, un hombre sabio, que ha formado y “amueblado” adecuadamente su mente, pero, sobre todo, tiene visión de conjunto, distingue entre lo importante y lo secundario, lo lejano y lo cercano y, sobre todo, el valor de cada persona. Todos estos efectos positivos, por un lado, son manifestaciones del hábito filosófico y, por otro lado, de un adecuado dominio de sí y la forja del carácter, que abren a un conocimiento más acabado de la realidad posibilitando así el conocimiento de Dios a través de la teología. No se trata entonces de buscar un resultado al incluir materias filosóficas o teológicas en los estudios universitarios, sino de crear ámbitos adecuados para el diálogo y la reflexión, la interiorización de lo que otros sabios han propuesto para el mejor conocimiento de sí mismo y de la naturaleza humana que compartimos. Es verdad que la filosofía y la teología son saberes abarcantes de la realidad, que ayudan a esta comprensión de conjunto, pero el hábito se forma con la práctica, con el diálogo, en el debate, en la reflexión y expresión de nuestros pensamientos y en el intercambio entre profesores y alumnos. Este III Coloquio sobre John Henry Newman, sus fuentes y comentadores, tiene como propósito el crear este ambiente de diálogo sobre la educación universitaria.

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1. Señal de la cruz
2. Lectura y reflexión del texto escrito por Newman
3. Padre Nuestro, Ave María y Gloria

ORACION DE LA NOVENA

Padre eterno, Tú llevaste al Beato John Henry Newman por el camino de la luz amable de tu Verdad para que pudiera ser una luz espiritual en las tinieblas de este mundo, un elocuente predicador del Evangelio y un devoto servidor de la única Iglesia de Cristo.

Confiados en su celestial intercesión te rogamos por la siguiente intención: [pedir aquí la gracia]

Por su conocimiento de los misterios de la fe, su celo en defender las enseñanzas de la Iglesia, y su amor sacerdotal por sus hijos, elevamos nuestra oración para que pronto sea nombrado entre los Santos.Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Día primero

Esto es ser uno de los pequeños de Cristo: dejarse penetrar de Su presencia para que sea nuestra vida, nuestra fuerza, nuestro mérito, nuestra esperanza, nuestra corona; llegar a ser de un modo admirable Sus miembros, los instrumentos o la forma visible, o el signo sacramental del Invisible y siempre presente Hijo de Dios, que  místicamente reitera en cada uno de nosotros los actos de Su vida terrenal, su nacimiento, consagración, ayuno, tentación, conflictos, victorias, sufrimientos, agonía pasión, muerte, resurrección y ascensión. Siendo Él todo en todos, aunque podamos tan poco por nosotros mismos, y tengamos tan escaso valor y mérito como el agua en el bautismo o el pan y el vino en la sagrada eucaristía, sin embargo, somos fuertes en el Señor y en el poder de Su fuerza. (Plain and Parochial Sermons, VI, 1)

Día segundo

Cuando confesamos a Dios sólo como Omnipotente, le conocemos en parte, pues Él es una Omnipotencia que puede al mismo tiempo envolverse en debilidad y llegar a ser cautivo de Sus propias creaturas. Tiene, si puedo hablar así, el incomprensible poder de hacerse incluso débil. Debemos conocerlo por Sus nombres, Emmanuel y Jesús, para conocerlo perfectamente …Ruboricémonos de nuestro orgullo y voluntad propia. Pongamos atención acerca de nuestra impaciencia a las providencias de Dios hacia nosotros, de nuestros anhelos caprichosos tras lo que no puede ser, de nuestros esfuerzos testarudos para revertir Sus justos decretos, de nuestros conflictos con las duras necesidades que nos cercan, de nuestra irritación por la ignorancia o el suspenso acerca de Su voluntad, de nuestra feroz y apasionada testarudez cuando vemos esa voluntad tan claramente, de nuestro deprecio arrogante de Sus mandatos, de nuestra determinación a hacer las cosas sin Él, de preferir nuestra razón a Su palabra, de las muchas, muchas formas en que el viejo Adán se muestra, y una u otra que nuestra conciencia nos dice que es propia. Y recémosle a Él, que es independiente de todos nosotros, pero que se hizo nuestro compañero y nuestro siervo, para que nos enseñe nuestro lugar en Su vasto universo, y nos haga ambiciosos solamente de esa gracia aquí y de esa gloria futura que Él nos ha adquirido con Su propia humillación. (Sermons preached in Various Occasions, VI)

Día tercero

Debe recordarse que las ocupaciones de este mundo, aunque no son celestiales en sí mismas son, después de todo, el camino hacia el cielo, y aunque no son el fruto son la semilla de la inmortalidad, y aunque no son valiosas en sí mismas lo son por aquello a lo que conducen. Pero es difícil darse cuenta de esto. Es difícil darse cuenta de ambas verdades a la vez, y conectarlas, contemplando fijamente la vida futura pero actuando en esta…Mientras Adán fue sentenciado a trabajar como un castigo, Cristo con su venida lo ha santificado como un medio de gracia y un sacrificio de acción de gracias, un sacrificio para ser ofrecido alegremente al Padre en Su nombre… Es muy difícil conducirse entre los dos males: usar este mundo sin abusar de él, ser activo y diligente en los negocios de este mundo pero no por el mundo sino por Dios…¡Quiera Dios darnos la gracia en nuestras diversas esferas y puestos para hacer Su voluntad y embellecer Su doctrina, que ya comamos o bebamos, que ayunemos o recemos, que trabajemos con nuestras manos o con nuestras mentes, que estemos de camino o permanezcamos en reposo, podamos glorificar a Aquel que nos ha comprado con Su propia sangre! (Parochial and Plain Sermons VIII, 11)

Día cuarto

Nosotros estamos acostumbrados a decir que nada está hecho a menos que todo esté hecho. Pero los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni sus caminos los nuestros…Estemos ciertos que unque sean muy grandes los desórdenes de la época presente, y aunque los incrédulos buscan y no encuentran, el Señor Dios de Elías aún se revela a Sí mismo al humilde, al serio de pensamiento y puro de corazón. La presencia de Cristo está aún entre nosotros, a pesar de nuestros muchos pecados y de los pecados de nuestro pueblo. “El espíritu y el poder de Elías” debe ahora estar especialmente con nosotros, pues las señales de su época están entre nosotros… ¿Qué otra cosa necesitamos sino fe en nuestra Iglesia? Con fe podemos hacer todo, sin fe, nada. Si tenemos una duda secreta acerca de ella, todo está perdido, perdemos nuestro ánimo, nuestro poder, nuestra posición, nuestraesperanza. Un frío abatimiento y enfermedad de mente, una tacañería y displicencia de espíritu, una cobardía y una pereza, nos envuelve, nos penetra, nos sofoca. Que no sea así con nosotros. Seamos de buen corazón, aceptemos la Iglesia como el don de Dios y nuestra dote. Imitemos a Eliseo, que cuando “iba por la orilla del Jordán…tomó el manto que se le había caído a Elías, y golpeó las aguas, diciendo, ‘¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías’? (2 Re 2, 13-14). La Iglesia es como el manto de Elías, una reliquia de Aquel que ascendió a lo alto. (Sermons bearing on subjects of the day, XXIV)

Día quinto

Nuestro deber como cristianos reside en correr riesgos por la vida eterna sin la certeza absoluta de tener éxito. El éxito y la recompensa eterna la tendrán los que perseveren hasta el fin…Este es el verdadero significado de la palabra “riesgo”, pues sería un riesgo extraño el que no tuviera nada de temor, aventura, peligro, ansiedad o incertidumbre. Así es de incierto, y en esto consiste la excelencia y la nobleza de la fe. La verdadera razón por la cual la fe se distingue de las otras gracias y es honrada como el medio especial de nuestra justificación es que su presencia implica que tenemos el corazón para arriesgar… Si la fe es, entonces, la esencia de una vida cristiana, y si es lo que ahora he descrito, se sigue que nuestro deber reside en arriesgar lo que tenemos por lo que no tenemos, fundados en la palabra de Cristo. Y tenemos que hacerlo de modo noble, generoso, no con imprudencia o ligereza, sin saber con exactitud lo que estamos haciendo ni a qué renunciamos, ni tampoco lo que ganaremos, sino inciertos acerca de nuestra recompensa, del alcance de nuestro sacrificio, apoyados en Cristo en todo sentido, esperando en El, confiando en que cumplirá Su promesa y nos hará capaces de cumplir nuestros propios compromisos, y procediendo así en todo sin preocupación o ansiedad por el futuro… Arriesgamos nuestra propiedad en planes que prometen ganancia, confiamos en proyectos y tenemos fe en ellos. ¿Qué hemos arriesgado por Cristo? ¿Qué le hemos dado por creer en Su promesa? (Plain and Parochial Sermons, IV,20)

Día sexto

La pregunta es: “¿Por qué no apareció nuestro Salvador después de Su resurrección a todo el pueblo sino solo a testigos elegidos por Dios?”. Y esta es mi respuesta: “Porque era el medio más efectivo de propagar Su religión en el mundo”… Ciertamente es una característica general del proceder de Su providencia hacer que los pocos sean los canales de Sus bendiciones para los muchos…Es evidente que cada gran cambio está llevado a cabo por pocos, no por muchos, por unos pocos resolutos, inmutables y celosos…Uno o dos hombres, de pequeñas pretensiones externas, pero con sus corazones puestos en la obra, hacen grandes cosas. Están preparados, no por una súbita excitación, o por una vaga creencia general en la verdad de su causa, sino por una instrucción profundamente impresa y repetida con frecuencia; y como es de razón que es más fácil enseñar a unos pocos que a un gran número, es evidente que tales hombres siempre serán pocos…También nosotros, aunque no somos testigos directos de la Resurrección de Cristo, lo somos espiritualmente. Con un corazón despertado de entre los muertos, y con nuestros  afectos puestos en el cielo, podemos dar testimonio de que Cristo vive, tan verdadera y realmente como lo hicieron ellos. El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo. La Verdad da testimonio por sí misma de su Divino Autor. El que obedece a Dios conscientemente y vive santamente, fuerza a todos los que le rodean a creer y temblar ante el poder invisible de Cristo. Por cierto, no da testimonio a todo el mundo, pues son pocos los que pueden verlo lo suficientemente cerca como para ser conmovidos por su manera de vivir. Él manifiesta la Verdad a sus vecinos en proporción al conocimiento que tienen de él, y algunos de ellos, con la bendición de Dios, recogen el fuego santo, lo aprecian, y lo trasmiten a su vez. Y de este modo, en un mundo oscuro, la Verdad hace su camino a pesar de la oscuridad, yendo de mano en mano. (Parochial and Plain Sermons I, 22)

Día séptimo

Estad seguros, hermanos, que cualquiera de vosotros que esté persuadido de abandonar sus oraciones de la mañana y de la tarde, está entregando la armadura que lo defiende contra los ardides del Demonio. Si renunciáis a cumplir con ellas, podéis caer cada día, y lo haréis sin notarlo. Por un tiempo seguiréis adelante, pareciéndoos que estáis lo mismo que antes…Cuando hayáis dejado la práctica de la oración fija, os volveréis débiles gradualmente sin saberlo…Pensaréis ser los hombres que solíais ser, hasta que de repente llegará el adversario furiosamente, y también de repente caeréis… Los hombres dejan primero la oración personal, luego son negligentes con la observancia del día del Señor (que es un servicio fijo de la misma clase), luego dejan escapar de sus mentes la misma idea de la obediencia a una ley eterna fija, luego incluso se permiten cosas que su conciencia condena, luego pierden la dirección de la conciencia, que siendo maltratada, rehúsa finalmente dirigirlos a ellos….Fijad vuestro corazón en las cosas elevadas, permitid que vuestros pensamientos de la mañana y de la noche sean puntos de descanso para el ojo de vuestra mente, y dejad que sean acerca de la senda angosta, de la bendición del cielo, de la gloria y el poder de Cristo vuestro Salvador…Los hombres en general no sabrán nada de todo esto, no serán testigos de vuestras oraciones personales y os confundirán con la multitud que ellos aceptan. Pero vuestros amigos y conocidos obtendrán una luz y un consuelo de vuestro ejemplo, verán vuestras buenas obras y serán inducidos a rastrear hasta su verdadera fuente secreta: las influencias del Espíritu Santo, buscadas y obtenidas por la oración. (Plain and Parochial Sermons I, 19)

Día octavo

El gran fin que Nuestro Señor tenía en vista al asumir nuestra naturaleza, era hacer santas a las creaturas llenas de pecado, y que nadie que no sea santo será aceptado por Su amor en el último día. Toda la historia de la redención, el testamento de la misericordia en todas sus partes y provisiones, atestigua la necesidad de la santidad en orden a nuestra salvación…Si un hombre sin religión, suponiendo que fuese posible, fuera admitido en el cielo, sin duda alguna, soportaría una gran desilusión. Antes, por cierto, imaginó que podría ser feliz allí, pero al llegar, no encontraría sino aquel discurso que evitó en la tierra, aquellas ocupaciones que aborrecía o despreciaba, nada que lo limitara a buscar algo más en el universo, y lo hiciera sentir en casa, nada en lo cual pueda entrar y descansar. Se vería a sí mismo como un ser aislado y apartado por el Poder Supremo de aquellos objetos que aún se entrelazan alrededor de su corazón. Y no sólo eso. Estaría en la presencia de ese Supremo Poder, a quien invariablemente nunca trajo a su pensamiento cuando estaba en la tierra, a quien ahora consideraría sólo como el destructor de todo lo que era precioso y querido para él. ¡Ah!, no podría soportar el rostro del Dios Viviente. El Dios Santo no sería objeto de gozo para él….Nadie más que el santo puede mirar al Santo. Sin santidad ningún hombre puede soportar ver al Señor…Si quisiéramos imaginar un castigo para alguien no santo, un alma réproba, no se nos podría antojar quizás uno mayor que convocarla al cielo. El cielo sería el infierno para un hombre irreligioso…Dios no puede cambiar Su naturaleza. Santo es por siempre, y mientras es Santo, ninguna alma no santa puede ser feliz en el cielo. (Plain and Parochial Sermons, I,1)

Día noveno

¿Qué es vigilar aguardando a Cristo?…“Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni siquiera una hora?” (Mc 14,37)…Esto es vigilar: apartarse de lo que es presente y vivir en lo que es invisible, vivir pensando en Cristo, cómo vino una vez y cómo vendrá nuevamente, y desear su segunda venida desde nuestro recuerdo afectuoso y agradecido de la primera.  Pero hay quienes no vigilan, por amor al mundo…Sirven a Dios y le buscan, pero miran al mundo presente como si fuera eterno, no una escena meramente temporaria de sus obligaciones y privilegios, y nunca contemplan la perspectiva de ser separados de él… Pueden mejorar en la conducta pero no en el anhelo. Avanzan pero no suben, se mueven en un nivel bajo y si pudieran moverse así durante siglos, no se levantarían por encima de la atmósfera de este mundo…Se sienten muy bien como están, y desean servir a Dios como están. Están satisfechos con permanecer en la tierra, no desean moverse, no desean cambiar…Los años pasan silenciosamente y la llegada de Cristo está cada vez más cerca de lo que estaba…Hermanos, rogadle que os dé un corazón para buscarlo con sinceridad. Rezadle para que os haga vivir seriamente…Decidid no vivir más engañados por “sombras de religión”, por palabras, por discusiones, por nociones, por grandes declaraciones, por excusas, o por las promesas o amenazas del mundo. Rezad para que os dé lo que la Escritura llama “un corazón honesto y bueno”, o “un corazón perfecto”, y sin esperar, comenzad inmediatamente a obedecerle con el mejor corazón que tengáis…Tenéis que buscar Su rostro…¡Que esta sea la porción de cada uno de nosotros! Es duro alcanzarla, pero es lamentable perderla. La vida es corta, la muerte es cierta, y el mundo venidero es eterno. (Plain and Parochial Sermons, VI, 17)

Fuente: http://www.amigosdenewman.com.ar/?page_id=198

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RESEARCH PROJECTS

 Pedagogical Evaluation Methods and Guidelines for Multimedia Applications, PEMGU (DK/96/1/435/P/I/FPC/I.1.1.B). LEONARDO program, funded by the European Union. Colegio Irabia in co-operation with other European Institutions.

Lo metalingüístico en español. Estudio semántico, discursivo, fraseológico, sintáctico y sígnico. Aplicaciones a la enseñanza del español.

Referencia: BFF-200200801. Ministerio de Ciencia y Tecnología.IP: Manuel Casado Velarde. Dates: 01/10/2002-30/11/2005. Instituto Científico y Tecnológico de Navarra,S.A., Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad de Navarra.-

PIUNA (Plan de Investigación de la Universidad de Navarra). “Conciencia y verdad en el John Henry Newman anglicano (1825-1845)”. Investigador principal: Juan Alonso García. Duración: 1/01/2016-31/12/2018. Universidad de Navarra.

 

PUBLICATIONS

«Energy on the Move’: un aula sin fronteras”, Alambique, Barcelona, July 1998, num. 17, year V, pp. 113-122 (with Fernando García Fernández).-

“Proyecto Pen-Pals. Intercambio de e-mails con un colegio japonés”, Comunicación y Pedagogía, Barcelona, March 1999, year XX, num. 157, pp. 53-55 (with Marcelino Arrosagaray and José Ignacio Mir).

-Book chapter:

“El hombre que siempre quiso ser escritor” in Guía Hemingway. 100 años, Madrid, Victus Rorat Taller de Proyectos, 1999, pp. 210-221.-

“La recreación artística de Pamplona en  Fiesta. The Sun Also Rises”, Príncipe de Viana,

Pamplona, enero-abril 2000, num. 219, pp. 223-283.-

“Contextual Mismatches in the Translation into Spanish of Ernest Hemingway’s

The Sun Also Rises”, Hermeneus. Revista de la Facultad de Traducción e Interpretación de Soria, num. 4/2002, pp. 161-179.-

“Not So True, Not So Simple: The Spanish Translations of The Sun Also Rises”, The Hemingway Review, vol. 23, Number 2, Spring 2004, pp. 47-65.

 -Entry:

“The Old Man and the Sea. Ernest Hemingway” in The Facts on File Companion to the American Novel, Abby Werlock ed., Facts on File Inc., New York, 2006, pp. 990-992.

Book chapter:

“The Preservation of Style in the Translation of Literary Texts”

Análisis del discurso: lengua, cultura, valores: Actas del I Congreso Internacional coord. by Victoria RomeroGualda, Manuel Casado Velarde, Ramón González Ruiz, Vol. 2, 2006, pp. 2037-2050.-

“The Complexity of Translating Hemingway’s Simplicity: Chiastic Patterns in The Sun Also Rises”.

 Hikma. Revista de Traducción, num. 10, year 2011, pp. 123-138.-

Book review:

Aldous Huxley, Poesía completa, edición bilingüe, introducción, traducción y notasde Jesús Isaías Gómez López, Madrid, Cátedra. In Hermeneus. Revista de la Facultad deTraducción e Interpretación de Soria, num. 14, pp. 319-324.-

“Apología de Oscar Wilde”. Revista Cálamo FASPE, num. 61, year 2013, pp. 29-34.-

“Bulls, Bullfights, and Bullfighters in Hemingway’s The Sun Also Rises”, The Hemingway Review vol. 34, Number 1, Fall 2014, pp. 82-94.-

“‘Investigating the impact of assessment in a single-sex educational setting in Spain”, Research Notes, Cambridge, November 2014, issue 58, pp. 3-15 (with Coreen Docherty, Gloria Gratacós andPablo Canosa).

“Ernest Hemingway: la complejidad de lo simple”. Revista Cálamo FASPE, num. 63, year 2014, pp. 60-70.

 

Book review: de Walter Scott, Ivanhoe, introducción, traducción y notas de Antonio Lastra yÁngeles García Calderón, Madrid, Cátedra.

En Hermeneus. Revista de la Facultad de Traducción e Interpretación de Soria, num. 16, pp. 337-343.

 

TRANSLATIONS-Bilingual edition:

 Pamplona in July/Pamplona en julio by Ernest Hemingway. Pamplona, KEN, 2009.

-Sermons by John Henry Newman (10, 11, 12 y 23) in Sermones parroquiales/4. Madrid,Ediciones Encuentro, 2010.

-Sermons by John Henry Newman (2, 4, 5, 6 y 15) in Sermones parroquiales/5. Madrid,Ediciones Encuentro, 2011.

 

La Madre Teresa de Calcuta. Un retratro personal. Leo Maasburg. Madrid, Ediciones Palabra,2012.-

Un largo camino. La historia real de una huida hacia la libertad . Slavomir Rawicz. Madrid, Ediciones Palabra, 2012.

-Sermons by John Henry Newman

(13, 14, 16, 18, 21, 23, 25) in Sermones parroquiales/6 .Madrid, Ediciones Encuentro, 2013.-

Correr para vivir.

Lopez Lomong. Madrid, Ediciones Palabra, 2013.

-Mi carrera con el diablo.

Joseph Pearce. Madrid, Ediciones Palabra, 2014.

-Tres cuentos.

Oscar Wilde. (Selection, translation, and introduction). Madrid, Ediciones Rialp, 2014.-

El libro de Yotán.

Arthur Powers. Madrid, Ediciones Palabra, 2014.-

Article:

“Conjuros, seducción y tribulaciones en la última fada de Emilia Pardo Bazán (1916)” by Lisa Nalbone, in de Britania a Britonia. La leyenda artúrica en tierras de Iberia: cultura, literatura y traducción. Juan Miguel Zarandona (ed.), Bern, Peter Lang, 2014, pp. 283-295.-

Un pueblo de esperanza. Conversaciones con Timothy Dolan. John Allen. Madrid, Ediciones Palabra, 2015.-

La evangelización de los católicos. Scott Hahn. Madrid, Ediciones Palabra, 2015.-

La quincena de septiembre. RC Sherriff. Madrid, Ediciones Palabra, 2015.-

Papá está gordo. Jim Gaffigan. Madrid, Ediciones Palabra, 2016.-

Dulce hogar. Dorothy Canfield Fisher. Madrid, Ediciones Palabra, 2016.-

Tracto 90. Apuntes sobre algunos pasajes de los Treinta y Nueve Artículos.

John Henry Newman. (Translation, introduction, and footnotes). Salamanca, Centro de Estudios Orientales y Ecuménicos«Juan XXIII». Universidad Pontificia de Salamanca, 2017.

PAPERS IN CONFERENCES

“Contextual Mismatches in Joaquín Adsuar’s Translation into Spanish of Ernest Hemingway’s The Sun Also Rises.

Congreso internacional

Últimas corrientes teóricas en los estudios de traducción y sus aplicaciones.

Universidad de Salamanca. 16, 17 y 18 de noviembre de 2000.-

“The Preservation of Style in the Translation of Literary Texts”.

Congreso internacional

 Análisisdel discurso: lengua, cultura, valores.

Universidad de Navarra. Pamplona, 26, 27 y 28 November2002.-

“The Complexity of Translating Hemingway’s Simplicity: Chiastic Patterns in

The Sun Also Rises”. XIV Forum for Iberian Studies. “The Limits of Literary Translation”.

Faculty of Medievaland Modern Languages. Exeter College y The Taylor Institution. Universidad de Oxford. Oxford,24 y 25 de junio de 2010.

 

TEACHING EXPERIENCE

-Spanish Language Assistant

in Sir John Deane’s College (Northwich-Cheshire, England) 90/91.-

Instructor of English as a Foreign Language

to Secondary School Students for 10 years.

-Profesor Encargado Interino de Curso at Universidad de Navarra. Courses taught:-«Seminario de inglés» (British Culture taught in English). Licenciatura de FilologíaHispánica (99/00, 00/01, 01/02, 02/03).-

“Literatura inglesa I” (American literature taught in English). Licenciatura de FilologíaHispánica (00/01, 01/02).-

“Traducción I”

(Translation from English into Spanish taught in Spanish). Course forforeign students of the Instituto de Lengua y Cultura Españolas (02/03).-

Profesor at Escuela de Magisterio Fomento y del Centro Universitario Villanueva.

Coursestaught:

“Gramática inglesa: oración, texto, discurso” (08/09, 09/10, 10/11). Diplomatura deMagisterio de Lengua Extranjera.-Instructor of English as a Foreign Language to University Students (11/12, 12/13, 13/14,14/15, 15/16, 16/17).-

“Lengua extranjera Inglés”. 6 ECTS. Grado de Educación Primaria (12/13, 13/14, 14/15,15/16, 16/17).-

“Didáctica de la Lengua Extranjera Inglés”.

4 ECTS. Grado de Educación Primaria(12/13, 13/14, 14/15. 15/16, 16/17).

“Manifestaciones literarias e interculturalidad en lengua inglesa”. 5 ECTS. Máster en

Formación del Profesorado, Especialidad Lengua Inglesa (14/15, 16/17).-

“Tipología y variedad textual en lengua inglesa”. 5 ECTS. Máster en Formación del Profesorado, Especialidad Lengua Inglesa (16/17).

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Recensión del libro: No diga Adiós a Dios. Razones para creer, de Rodrigo Figueroa Weitzman, ed. Monte Carmelo, Burgos, 2014.

Es un acierto literario el título de este libro “No diga adiós a Dios. Razones para creer”. Se trata de un juego de palabras que interpela al lector. Su largo subtítulo especifica lo que el autor se propone: Estudio filosófico sobre la racionalidad dela creencia religiosa, con énfasis en la teoría de J.H. Newman. En el primer capítulo analiza y describe el aporte de diversos autores que han profundizado en la noción de creencia religiosa (Kierkegärd, San Juan de la Cruz, Ratzinger, Von Balthasar, Paul Claudel, Edith Stein, Jaspers, Pascal, Pieper, Butler, Unamuno, Wittgenstein). Al convocar y pasar revista al aporte de estos importante pensadores cristianos, se quiere establecer, por así decir, el Status quaestiones sobre el que se destaca la insigne obra de John Henry Newman. Fue creado cardenal en 1879 por el Papa León XIII, murió en Birminghan el 11 de febrero de 1890, y en esa misma ciudad fue beatificado el 19 de septiembre de 2010 por Benedicto XVI, gran admirador del cardenal inglés. Ratzinger coincidiría plenamente con el de Newman cuando éste sostiene: “Yo sentía entonces, y he sentido siempre, que era una cobardía intelectual no encontrar una base racional para mi fe, y una cobardía moral no reconocer esa base”. Si bien la fe es un don de Dios, el contenido de esa fe no es absurdo ni irracional; y si el raciocinio no nos lleva a alcanzar la verdad, al menos nos enseña la dirección en que se encuentra. No es tarea de la razón ser causa de la fe, pero la razón sí puede atestiguar el carácter razonable de la creencia religiosa y declarar  del todo sensato creer en Dios. Es verdad que el discurso humano es incompetente para abordar el tema de Dios, pero ello no significa que sea del todo inexplicable, sobre todo cuando se cree que Él es la fuente de la inteligibilidad de todas las cosas. Que la creencia sea razonable y verdadera no significa que sea del todo explicable y comprensible.

Dios no ha querido para nosotros evidencias irrebatibles, que pondrían en jaque a nuestra libertad, sino un sendero de muchos indicios, todos los cuales atestiguan en favor de su existencia: la creación, la conciencia, y de modo más explícito, la revelación. Newman otorga mucha importancia al testimonio moral de la conciencia y a la convergencia de posibilidades.  Estos indicios de la existencia de Dios no logran aplacar el reclamo que exige y alega una manifestación más convincente y seguirá siendo un misterio cierto deseo de ocultarse. Pareciera preferir nuestra fe a una certeza incuestionable. En todo caso la presunta ausencia de Dios nunca será extrema, aunque su presencia no sea del todo evidente. Y si la razón y la ciencia se nutren de demostraciones, la fe lo hace por indicios que llevan a confiar y creer.

Sin embargo no basta con mostrar el carácter razonable de la fe. Se requiere de lo que Newman denomina “disposiciones”. “El mismo –Cristo- es el Autor y Fin de la fe, de la que es también el Objeto; pero, comúnmente, Él no implanta la fe en nosotros en forma repentina, sino que primero crea ciertas disposiciones, y éstas conducen a  la fe como recompensa”. Para ver a Dios se requiere de esas disposiciones: pureza de corazón en el amor al prójimo versus el egoísmo, desprendimiento más que la codicia, la castidad versus la  lujuria, la humildad antes que la soberbia intelectual. Sin esas virtudes es difícil ver a Dios pues el alma estará dominada por otros señores, siendo el más implacable el propio yo. Por ello, la fe pone en juego todas las disposiciones morales del corazón humano.

Newman fue un ardoroso buscador de la verdad, practicante de la verdad y un eximio defensor de la verdad: “Creo que lo que verdaderamente deseo es la verdad y donde quiera que la encuentre estoy dispuesto a abrazarla (…) Los que deliberadamente se niegan a formar su juicio sobre el más importante  de todos los asuntos; los que se contentan con pasar por la vida permaneciendo en la ignorancia sobre quien nos la ha otorgado, y por qué, y cuál es su destino; los que se resignan a estar sin criterios de verdad y error en su conducta, sin norma ni medida para los principios, persona y hechos con que se encuentran cada día; a éstos, aun cuando a menudo lo reclaman, ningún cristiano concederá el nombre de auténticos filósofos”.

El pecado original, cuestión que comprobamos existencialmente, no sólo comporta debilidad de nuestra inteligencia y voluntad, sino que nos convierte en rebeldes no dispuestos a deponer nuestras armas y aceptar la revelación: “Nuestra resistencia a los principios de la fe, no proviene sólo de nuestro apego a los objetos sensuales y visuales, sino de un principio innato de rebeldía, que desobedece casi por ganas de desobedecer”. Que una verdad supere las capacidades y atribuciones de nuestra inteligencia, por su excesivo fulgor, no anula esa verdad, sino que sólo muestra las limitaciones de la razón humana. “Las garantías racionales en general no son el cimiento esencial de la fe, sino su recompensa; dado que la sabiduría es el último don del Espíritu, y la fe el primero”. Newman considera que la fe amplia y ensancha el horizonte de la razón, provoca “una expansión de la mente”. Pero no se trata sólo de una apertura intelectual a la revelación sobrenatural, sino que “la fe, desde el principio, produce hombres dispuestos, como el apóstol, a ser locos por Cristo. La fe se pone en marcha dejando a un lado los razonamientos porque están fuera de lugar, y propone a su vez la obediencia sencilla a un mandato revelado”. Destaca que se da una sencillez intelectual que trasciende sofisticadas elucubraciones intelectuales que puede poner cortapisas a lo que alguien con fe viva asume con confianza y sin tardanza. Es una actitud lejos de todo fanatismo: “El fanatismo declara que entiende lo que afirma, pero no lo entiende (…) toma una posición no religiosa, sino filosófica; exige que lo consideren como sabiduría”. Son gente que cree que Dios les ha instruido, y les pone una palabra en su boca. La verdadera fe no es fanática, aunque sea segura, apasionada e intensa.

Newman no deja de sostener que cuando la recta razón accede a la verdad, y entre esas verdades, a la primera y más suprema de todas, la de Dios, su consecuencia y recompensa es el sentido de la vida y la felicidad eterna.

Rodrigo Figueroa tiene un conocimiento exhaustivo de la abundante y heterogénea obra de Newman. No sólo de sus grandes libros Apología provita sua, The idea of university, El asentimiento religioso, sus ensayos Críticos e históricos, sus novelas, sino también los varios tomos de sus Sermones parroquiales y volúmenes sobre sus diarios y cartas, entre las cuales destaca la larga y sustanciosa Carta al duque de Norfolk. Este dominio de los diversos géneros cultivados por Newman le ha permitido recoger textos de gran belleza literaria sobre la fe, la revelación y la tradición cristiana. Esto ya justifica del todo la lectura de este libro. Sólo le reprocharía la morosa exégesis que hace de esos textos, los que suele parafrasear y “saborear” en exceso. Abundan frecuentes soliloquios en torno a los mismos y con expresiones “según nuestra interpretación”, “con palabras nuestras”, “el ejemplo es nuestro”, “con nociones más personales”, “con imágenes nuestras” que hacen más reiterativa su lectura.

Delicioso y muy instructivo es el capítulo 5 titulado “El papel de la emoción dentro de la fe”. Si hay un autor en la que no cabe encontrar una gota de sentimentalismo –frecuente patología religiosa que exalta una espiritualidad del corazón- ése es Newman. Es perfectamente posible que una sólida fe vaya acompañada de un sentimiento bastante exiguo. Para él la religión no es expresión de emociones ni de sentimiento exultantes, sino de convicciones. La verdadera devoción es algo totalmente distinto del sentimentalismo. No se puede confundir un impulso momentáneo, por muy intenso que sea, con una decisión arraigada que sea operativa. En varios Sermones parroquiales ante este generalizado virus sentimental suele argumentar del siguiente modo: “A todos aquellos que se sienten perplejos de cualquier manera, que buscan la luz pero no la encuentran, hay que darles un precepto: obedecer”. La religión es, en principio, serena, moderada y consciente. Tiene que ver con la obediencia y  no con momentáneos entusiasmos de ánimo carentes de consecuencias y que sólo sirven como impulso inicial. Si una persona se arrepiente sinceramente, será consecuencia no de esos sentimientos, sino de una convicción firme de su culpa y un propósito consciente de abandonar sus pecados y servir a Dios. Esas emociones no son la religión, aunque accidentalmente vengan a la vez. “Su objeto es ayudar a ponerse en camino y contrarrestar el desagrado inicial y la molestia de cumplir el deber. Como tal debe ser usado; sino, será inútil o peor que inútil”. Las emociones, nos dice Newman, deben obedecerse enseguida, de lo contrario no servirán de nada y sólo serán una mera impresión pasajera. Los sentimientos deben convertirse en principios y convicciones.

El capítulo VI analiza la relación de la conciencia con la creencia religiosa. Éste es uno de los grandes aportes del beato inglés: “la conciencia es un vínculo de la razón con la verdad. La conciencia es la Voz de Dios, mientras que hoy está muy de moda considerarla, de un modo u otro, como una creación del hombre”. Newman la considera un verdadero “Vicario de Cristo”. Es célebre en este sentido el brindis por el Papa, “pero primero ¡Por la Conciencia!, después ¡Por el Papa!”. Como escribe en su novela Calixta”: “no es una mera ley de la naturaleza … es el eco de una persona que me habla. Un eco implica una voz; una voz, un hablante. A este hablante es al que amo y temo”. Después analiza la conexión que tiene la conciencia con la religión natural. Dios nunca se ha olvidado de los hombres y la religión natural es una especie de “credo que está a nuestro alcance”. La revelación confirmará y continuará esa religión natural que permite discernir entre el bien y el mal. “Además, se debe tener presente que, así como la esencia de toda religión es la autoridad y la obediencia, así también la distinción entre la religión natural y revelada subyace en esto: que una tiene autoridad subjetiva y la otra objetiva (…) De este modo, lo que la conciencia es en el sistema de la naturaleza lo es la voz de la Escritura, de la Iglesia o de la Santa Sede, según lo determinen, en el sistema de la revelación”.

En definitiva, este libro es una excelente fundamentación racional de la fe religiosa y un aperitivo sustancioso que invita a leer a este gran teólogo, literato y santo que fue John Henry Newman.

Jorge Peña Vial

Universidad de los Andes

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