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El Beato John Henry Newman constituye un ejemplo elocuente y auténtico de una búsqueda apasionada de la verdad. A él se le considera entre los grandes pensadores cristianos, y de hecho se espera que, con el paso de los años, llegue a ser proclamado “Doctor de la Iglesia”. Sin embargo, él nunca se consideró a sí mismo ni teólogo, ni filósofo. Tampoco tuvo la intención de establecer una corriente o escuela de pensamiento, ni se identificó con alguna de ellas.

Él simplemente era un hombre creyente y coherente, un padre y un pastor que supo estar atento a las inquietudes y necesidades espirituales de sus contemporáneos. En nuestros días, él continúa siendo un buen “compañero de camino” de quienes van tras la búsqueda sincera de la verdad en sus vidas.

Él fue un hombre dotado de grandes cualidades. No solamente gozaba de una mente privilegiada y de una cultura amplia y profunda, sino que además poseía una delicada sensibilidad espiritual, la cual le ayudó a responder fielmente al llamado que Dios hacía en su conciencia, al igual que a comprender, con profundidad, el corazón del hombre y sus inquietudes.

El Beato Newman, tanto en su período anglicano como católico, fue motivado a escribir generalmente por razones pastorales. Él no era partidario de especulaciones académicas que terminaban siendo estériles, o bien, de reflexiones y teorías que no lograban responder a las verdaderas necesidades e inquietudes espirituales de la vida de las personas.

En sus obras, particularmente en sus sermones y cartas personales, se descubre con frecuencia una misma motivación pastoral y apologética: la defensa de la fe de las personas –con poco o mucha formación doctrinal–contra los excesos del “liberalismo” en materia de religión, al que nombraba como la “religión del día”.

 

Período anglicano

En su período como sacerdote anglicano (1824-1845), su apología de la fe se dirigía sustancialmente contra dos corrientes opuestas que se presentaban en el seno de Iglesia de Inglaterra: los “noéticos” y los “evangélicos”. En Oxford, donde Newman fue alumno y posteriormente profesor, predominaba la corriente “noética”, o “Escuela Evidencialista” (Evidential School), la cual estaba en boga en los círculos académicos del clero anglicano. Dicha corriente defendía el carácter racional del cristianismo, pero sometiéndolo a una estricta verificación lógica.

Bajo esta perspectiva, para que una doctrina fuera considerada como verdadera y creíble, debía ser demostrada mediante argumentos lógicos o pruebas de tipo histórico, denominadas como “evidencias” (evidences). Ellas constituirían el criterio último de credibilidad de una verdad de fe, y en consecuencia, la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo para nuestra salvación, se reduciría a un conjunto de silogismos verificables o comprobables.

El riesgo principal de esa postura es que no se dejaba espacio a la fe del creyente con poca instrucción religiosa, pues él no tenía la capacidad de argumentar, mediante pruebas racionales o “evidencias”, aquello que creía.

A su vez, frente a ese racionalismo liberal y académico, se acentuó otra corriente de tipo calvinista-evangélica dentro de la Iglesia anglicana, la cual tomó una postura opuesta, eliminando prácticamente el uso de la razón en el acto de fe. Los así denominados “evangélicos” (evangelicals), creían poseer una luz interior que los guiaba y capacitaba para creer, pero prescindiendo de cualquier tipo de razonamiento. De esa manera, la fe quedaba reducida a un sentimiento, en el que se renunciaba a cualquier tipo de justificación o razonabilidad.

Newman advertía que estas corrientes del pensamiento no quedaban únicamente en las aulas universitarias, sino que se propagaban entre la mayoría de la población, pues un gran número de los pastores de la Iglesia de Inglaterra se veían influenciados por ellas.

Él veía con mucho recelo tanto a los “noéticos” como a los “evangélicos”, porque ambas posturas se encontraban fuera de la verdad religiosa, pues terminaban sometiendo a la Revelación a una verificación en base a evidencias; o bien, a una especie de sentimiento o “iluminación” que podía llevar, incluso, hasta a la aceptación de lo inverosímil y absurdo.

 

Período católico

Posteriormente, en su período católico (1845-1890), nuestro autor se centró en defender la verdad de la Iglesia Católica y el derecho de los católicos a la profesión de su fe, frente a tantos prejuicios e incomprensiones que se suscitaban en la Inglaterra de la época victoriana.

Asimismo, él advirtió la debilidad y fragilidad de las corrientes apologéticas católicas de su época, las cuales pretendían “demostrar” la fe, mediante el uso de silogismos o argumentaciones lógicas, como una respuesta al racionalismo y ateísmo heredado de la Ilustración. Él tomó distancia de esas corrientes apologéticas, pues representaban un método de enseñanza y de transmisión de la fe muy distinto del que había aprendido de la lectura de los Padres de la Iglesia, quienes fueron su principal influencia para convertirse al catolicismo.

Casi al final de su vida, cuando recibió su nombramiento como Cardenal, expresó que en toda su actividad intelectual había luchado contra el “liberalismo” o relativismo en la religión, el cual lo definió como “la doctrina según la cual no existe ninguna verdad positiva en la religión”.

Esa postura liberal está muy relacionada con el actual problema del relativismo tan difundido en nuestra sociedad contemporánea. Éste pretende que las verdades objetivas queden a merced y juicio de cada sujeto, con el riesgo de hacer de la realidad –incluyendo a Dios– algo manipulable y a la medida del hombre.

Pero, ¿de qué manera Newman hizo frente al liberalismo en materia de religión? A diferencia de las corrientes apologéticas de su época, que ofrecían una serie de “contraargumentos” a los postulados liberales, él prefiere comenzar por justificar cómo una persona, con poca o mucha instrucción religiosa, puede llegar a la adhesión libre y consciente de la fe en Jesucristo.

Para lograr ese cometido, él busca describir los procesos internos que una persona realiza en el acto de fe. Esto se ve reflejado, principalmente, en su obra filosófica de madurez: Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Nos encontramos aquí en Birmingham en un día realmente feliz. En primer lugar, porque es el día del Señor, el Domingo, el día en que el Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos y cambió para siempre el curso de la historia humana, ofreciendo nueva vida y esperanza a todos los que viven en la oscuridad y en sombras de muerte. Es la razón por la que los cristianos de todo el mundo se reúnen en este día para alabar y dar gracias a Dios por las maravillas que ha hecho por nosotros. Este domingo en particular representa también un momento significativo en la vida de la nación británica, al ser el día elegido para conmemorar el setenta aniversario de la Batalla de Bretaña. Para mí, que estuve entre quienes vivieron y sufrieron los oscuros días del régimen nazi en Alemania, es profundamente conmovedor estar con vosotros en esta ocasión, y poder recordar a tantos conciudadanos vuestros que sacrificaron sus vidas, resistiendo con tesón a las fuerzas de esta ideología demoníaca. Pienso en particular en la vecina Coventry, que sufrió durísimos bombardeos, con numerosas víctimas en noviembre de 1940. Setenta años después recordamos con vergüenza y horror el espantoso precio de muerte y destrucción que la guerra trae consigo, y renovamos nuestra determinación de trabajar por la paz y la reconciliación, donde quiera que amenace un conflicto. Pero existe otra razón, más alegre, por la cual este día es especial para Gran Bretaña, para el centro de Inglaterra, para Birmingham. Éste es el día en que formalmente el Cardenal John Henry Newman ha sido elevado a los altares y declarado beato.

Agradezco al Arzobispo Bernard Longley su amable acogida al comenzar la Misa en esta mañana. Agradezco a cuantos habéis trabajado tan duramente durante tantos años en la promoción de la causa del Cardenal Newman, incluyendo a los Padres del Oratorio de Birminghan y a los miembros de la Familia Espiritual Das Werk. Y os saludo a todos los que habéis venido desde diversas partes de Gran Bretaña, Irlanda y otros puntos más lejanos; gracias por vuestra presencia en esta celebración, en la que alabamos y damos gloria a Dios por las virtudes heroicas de este santo inglés.

Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad.

El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente… se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio… si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2).

El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. Más aún, qué mejor meta pueden fijarse los profesores de religión que la famosa llamada del Beato John Henry por unos laicos inteligentes y bien formados: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla» (La Posición Actual de los Católicos en Inglaterra, IX, 390). Hoy, cuando el autor de estas palabras ha sido elevado a los altares, pido para que, a través de su intercesión y ejemplo, todos los que trabajan en el campo de la enseñanza y de la catequesis se inspiren con mayor ardor en la visión tan clara que el nos dejó.

Aunque la extensa producción literaria sobre su vida y obras ha prestado comprensiblemente mayor atención al legado intelectual de John Henry Newman, en esta ocasión prefiero concluir con una breve reflexión sobre su vida sacerdotal, como pastor de almas. Su visión del ministerio pastoral bajo el prisma de la calidez y la humanidad está expresado de manera maravillosa en otro de sus famosos sermones: «Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros (“Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio”, Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3). Él vivió profundamente esta visión tan humana del ministerio sacerdotal en sus desvelos pastoral por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados. No sorprende que a su muerte, tantos miles de personas se agolparan en las calles mientras su cuerpo era trasladado al lugar de su sepultura, a no más de media milla de aquí. Ciento veinte años después, una gran multitud se ha congregado de nuevo para celebrar el solemne reconocimiento eclesial de la excepcional santidad de este padre de almas tan amado. Qué mejor que expresar nuestra alegría de este momento que dirigiéndonos a nuestro Padre del cielo con sincera gratitud, rezando con las mismas palabras que el Beato John Henry Newman puso en labios del coro celestial de los ángeles:

“Sea alabado el Santísimo en el cielo,
sea alabado en el abismo;
en todas sus palabras el más maravilloso,
el más seguro en todos sus caminos”.
(El Sueño de Gerontius)

 

© Copyright 2010 – Libreria Editrice Vaticana

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A John Henry Newman se le conoce por su condición de cardenal y, sobre todo, por ser el converso del anglicanismo al catolicismo más destacado y por la influencia que ha ejercido en y desde la intelectualidad británica, proyectada a todos los países de habla inglesa. En el mundo católico de habla española se le ha dado a conocer más a partir de la visita del Papa Benedicto XVI a Inglaterra con el fin de ponerlo como ejemplo a los intelectuales católicos, por lo que hoy se le conoce como el Beato John Henry Newman.

A nivel universitario, esta influencia queda patentizada en el hecho de que, desde hace muchos años, en las universidades del mundo anglosajón se han erigido las capellanías católicas bajo el nombre de Newman House o Newman Club, lo que comenzó en Estados Unidos, se ha propagado por Irlanda, Inglaterra, Escocia, Australia, Sudáfrica, India, Hong Kong, Kenia y muchos países más.

Elementos principales de la propuesta educativa universitaria de Newman

Las ideas fundamentales sobre las que él propone se edifiquen las universidades, son principios de tipo humanístico, a lo que él llamó Liberal Education, haciendo referencia a las Artes Liberales. Se podrían resumir sus palabras de los 9 Discursos con los que planteó su propuesta educativa para la futura primera Universidad Católica de Irlanda en unas cuantas pinceladas:

Se basa en una visión unitaria de la realidad, donde no hay un rompimiento entre los distintos niveles de conocimiento, sino que busca una armonía y una complementariedad entre los distintos saberes. Él muestra la necesidad de que los alumnos tengan un conocimiento igualmente abarcante y amplio de la realidad, por lo que habrán de tener un profundo conocimiento filosófico y teológico. Pero ello, no debe hacerse de manera separada de los demás conocimientos, sino en diálogo con las demás ciencias, pues mucho es lo que aporta la teología y la filosofía a las demás ciencias, así como estos dos conocimientos amplios se alimentan de las aportaciones de las ciencias particulares. De manera que los profesores de ciencias deben profundizar en los temas de su especialidad que guardan relación con la filosofía y la teología, así como los profesores de estas ciencias, deberán estar al día en los debates de las demás ciencias. Solamente así se puede hablar de un verdadero saber.

Previo a ese nivel de conocimiento, habrá que preparar las mentes con hábitos intelectuales y una estructura mental suficientemente fuerte como para distinguir entre los verdaderos argumentos y las vagas opiniones. Para ello, es necesaria una sólida preparación en la gramática, la lógica, las matemáticas y la música. Ello se comienza desde la más temprana edad.

También conforma su propuesta educativa el hábito de las buenas lecturas, especialmente de los clásicos greco-romanos y de los clásicos universales. La promoción de lecturas de autores relevantes de la propia lengua es importante para adquirir un apropiado manejo del idioma con la que uno piensa y disponer de un vasto vocabulario. Para ello, Newman propone conocer suficientemente la lengua latina y las raíces etimológicas de nuestro idioma.

La centralidad del buen manejo del lenguaje es capital, puesto que es el vehículo a través del cual pensamos y nos comunicamos con los demás. Para ello es básico tener dominio de la Gramática que es la puerta para un desarrollo intelectual lógico. Newman, de hecho, es un clásico de la lengua inglesa y ha influido en poetas y escritores ingleses. Y también ha sido un maestro en la retórica y el debate, en un tono de cordialidad, a la par que asertivo y convincente.

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John Henry Newman se definía a sí mismo como un educador. Cuando le correspondió promover en Dublín, Irlanda, la primera universidad católica, tenía muy presente que el objetivo de la educación universitaria es la formación intelectual. Sin embargo, esta tarea de “amueblar la cabeza” con orden y concierto, se ha de traducir en un estilo de vida. Por ello, el perfil del egresado de la educación liberal que él propone, es muy ambicioso. Ello se consigue más allá de las clases teóricas, se configura con el buen ejemplo y el trato constante. Newman resume todas las cualidades que desea encontrar en un verdadero universitario con la expresión inglesa del gentleman, que yo utilizo como gentleperson.

Los rasgos que Newman encuentra en aquellas personas que han sido formadas como humanistas, y que proceden de un carácter ético formado por un intelecto cultivado los recoge en su 8º Discurso de Idea of a University, concretamente en el número 10. Para describir estos rasgos, Newman utiliza imágenes profundamente elocuentes.

Un gentleperson, dice:

“Nunca se muestra mezquino o con miras estrechas es sus discusiones”

“Llevado por una prudencia que le lleva a tener un visión de lejanía, tiene en cuenta la antigua máxima de que hemos de conducirnos hacia nuestro enemigo como si algún día hubiera de ser nuestro amigo”.

“Nunca toma personajes o dichos agudos por argumentos”

“No insinúa acciones malas que no se atreve a decir con claridad”

“Su disciplinado intelecto le preserva de la descortesía de confundir el punto de discusión y perder las energías en bagatelas”

“Es tan sencillo como sólido, y tan breve como eficaz”

“Sabe ponerse en el lugar de sus oponentes y comprende sus equivocaciones”

“Conoce tanto la debilidad de la razón humana como su fuerza, sus capacidades y sus límites”

“Es suficientemente profundo y generoso de mente como para ridiculizar a los demás, y prudente como para ser dogmático o fanático”

“Su gentileza y suavidad de sentimientos son los acompañantes de la civilización”

“Por la precisión y solidez de su lógica, es capaz de apreciar qué sentimientos resultan coherentes”

Y lo más gráfico es que compara al gentleperson con un cómodo sofá, junto a una chimenea en una noche de invierno. Conociendo a Newman, no se refiere solamente a la imagen de caballero elegante y de moderadas maneras. Newman evoca la imagen del mismo Jesucristo, que por amor, por su amistad con los hombres, se conduce siempre con esa finura y delicadeza, lo que no menoscaba en absoluto, su condición de Dios y Hombre verdadero.

Por otro lado, esta solidez en la mente teórica y práctica lleva a las personas a tener una recta conciencia. Precisamente fue la explicación de Newman sobre la conciencia lo que al joven Joseph Ratzinger cautivó durante sus años de seminarista, posteriores a la 2ª Guerra Mundial y por lo que siguió estudiando los escritos filosóficos y teológicos de Newman. Hitler había llegado a decir que él era la conciencia de Alemania, sólo él podría juzgar lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que inquietó a muchos. Al volver de la guerra a las aulas del seminario, uno de sus profesores les explicó la realidad de la conciencia con estas palabras de Newman:

“La conciencia ordena, elogia, culpa, promete, amenaza, insinúa un futuro y da testimonio de lo invisible. Es algo más que el propio hombre. El hombre no tiene poder sobre ella, o sólo con extrema dificultad. Él no la hizo, no puede destruirla. Puede acallarla en casos o en direcciones particulares, puede falsear sus enunciados, pero no puede emanciparse de ella. Puede desobedecerla, puede negarse a usarla, pero permanece. Sus mandatos particulares son siempre tan claros y consistentes que su misma existencia nos lanza fuera de nosotros mismos, y más allá de nosotros mismos, para irle a buscar a Él, cuya Voz es la conciencia”.

Años después dedicó la Carta al Duque de Norfolk a la profundización de esta realidad.  Benedicto XVI quiere y admira a este intelectual inglés, por lo que la víspera de su beatificación, en Hyde Parke, Londres, dijo: “Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento”. ¿Qué es eso que tanto ha influido en el Papa? Su amor a la verdad, su respeto a la realidad, su afán por encontrar la última causa de todas las cuestiones de manera racional y de manera razonable.

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Siguiendo con el objetivo de este blog, que es mostrar la relevancia de Newman hoy, quiero tomar de Fedor Dostoievski una frase de su novela El Idiota: “La belleza salvará al mundo”.

Newman aportó al mundo de la belleza literaria un gran número de versos. Entre ellos se encuentra el poema “El sueño de Geroncio” (“The Dream of Gerontius”)

Este poema de más de 1000 versos fue escrito en 1965, cuando Newman, a sus 64 años de edad, percibía en sus miembros el inicio de la debilidad, con la intuición inmediata de su mortalidad, aunque esta realidad la habrá tenido presente durante toda su vida.

“El sueño de Geroncio” es precisamente, un sueño y, como indica el nombre Geroncio, se refiere a la ancianidad y a la proximidad de la muerte. Es un texto de gran valor poético, pero también nos ofrece el testimonio sincero y estremecedor de un hombre que empieza a vislumbrar el enfrentamiento definitivo con el destino de su alma. Lo describe desde su profunda observación de la muerte de sus familiares y amigos, con la fuerza de su profunda preparación intelectual. Mortales somos todos, pero Geroncio representa al propio Newman. El tema es la muerte, desde una perspectiva religiosa: no como aniquilación, sino como tránsito hacia otro estado. El protagonista inicial, Geroncio, una vez pasado el trance de la muerte, es suplantado por el alma de Geroncio que dialoga con su Ángel y se debate ante la tentación.

Esta es una obra maestra de la poesía inglesa de todos los tiempos y un monumento literario a la esperanza. Se encuentra publicado en versión inglés-español.

En 1900 el afamado compositor Edward Elgar musicalizó el poema “El sueño de Geroncio” de Newman. Puede verse la interpretación del tenor Wesley Rogers, que representa primero a Geroncio y después al alma de Geroncio; la mezzo-soprano Kendall Gladen como el Ángel y el bajo Kevin Deas como el sacerdote que atiende al moribundo y luego al Ángel de la agonía.

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Tengo algún tiempo investigando sobre la amistad que mantuvo Newman con Maria Giberne. Ella conoció a la familia Newman a través de su hermana que estaba casada con el clérigo anglicano Mayers, que había sido profesor de John Henry en la primera enseñanza. Una de las cualidades de Maria era la pintura, por ello varias de las imágenes de Newman y su familia fueron realizadas por ella.

Tuve la oportunidad de encontrar en el Monasterio de Moulins, Francia, la reseña que se escribió en 1885 cuando ella murió en el Monasterio de la Visitación de Autun, cerca de Lyon.

gibernMe recibieron tres días primero en Paray Le Monial y de ahí me contactaron con Moulins.

Dicha reseña fue escrita en francés, basada en gran medida en la autobiografía que Giberne escribió unos años antes de su muerte, siendo Hermana de la Visitación. Dicha biografía no la he encontrado ni en Paray ni en Moulins pero pienso que reportará gran luz respecto a la amistad mantenida durante cerca de 60 años.

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"Papa turba". Licensed under CC BY-SA 3.0 via Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Papa_turba.jpg#/media/File:Papa_turba.jpg

John Henry Newman se atrevió a brindar primero por la conciencia que por el Papa.

Esta actitud tiene su fundamento en la profundidad con la que Newman vivió guiado por la Luz de su conciencia, pues ha experimentado en la intimidad de su alma la presencia de Dios que le señala poco a poco el camino que debe seguir.

El 10 de febrero Benedicto XVI sorprendió al mundo. Precisamente el Papa brindaba por la conciencia y a la Luz de ella se ha visto con la responsabilidad de hacerse a un lado, de dejar de figurar, de centrarse en su oración a Dios por la Iglesia y dejar el paso al Espíritu Santo para que elija una cabeza visible de la Iglesia de Cristo que tenga la fuerza física y espiritual de la que él se siente ya disminuido. Pienso que la humildad de Joseph Ratzinger le impide comprender la grandeza de su espíritu y confesarse listo para abrir camino a su relevo.

Sirve mucho seguir leyendo las palabras directas con las que anunció que se retira y profundizar en cada una de sus afirmaciones.

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