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Introducción

El pasado 15 de agosto celebramos en nuestra Iglesia Universal la solemnidad de la Asunción, verdad de fe que como cristianos nos recuerda la esperanza a la cual todos estamos llamados, la resurrección. Es evidente que esta realidad no se entiende sin la acción redentora de Nuestro Señor Jesucristo, quien padeció, murió y resucitó para liberarnos del pecado y ganarnos la vida después de que la muerte entrara al mundo.

Por ello este dogma mariano expresa esta realidad en la criatura más íntimamente unida a Cristo quien, padeciendo junto con Él, así también, es resucitada y llevada al cielo.  Aunque todavía en el siglo XIX no estaba reconocido por el magisterio como dogma, ya formaba parte del sensus fidei, cuya intuición provenía de la tradición patrística, y considerando que Newman tenía un conocimiento profundo sobre los Padres y su doctrina, que lo llevo a la conversión, no sería para menos que él mismo defendiera esta afirmación mariana.

En el presente artículo se tiene la finalidad de presentar la exposición newmaniana acerca del dogma de la Asunción, sin dejar de lado que la argumentación de Newman está circunscrita en el siglo XIX (antes de la proclamación del dogma mariano) Su reflexión se basa en el criterio de conveniencia que forma parte del desarrollo del dogma y que, para entenderlo mejor, se expondrá de manera breve el criterio que utilizaba Newman para justificar lo que más adelante será una verdad promulgada.

Conveniencia lógica

Sabemos que una de las características muy destacadas de Newman al exponer la doctrina cristiana es mostrando la armonía que hay entre la fe y la razón. Para él no hay contradicción lógica en ninguna verdad de fe, sino al contrario, al mismo intelecto humano no le causa violencia alguna cualquier contenido doctrinal. Pero esto no debe entenderse en un sentido racionalista, pues Newman no reduce la fe a la pura razón, sino que, reconoce que la fe supera al intelecto humano, pero sin contradecir la estructura racional. «Sabemos que en el mundo natural nada hay superfluo, incompleto o independiente, sino que unas partes responden a otras, y que todos los detalles se combinan para formar un estupendo conjunto»[1].

«La revelación no puede romper la estructura lógica de la mente humana, pues el Dios que se revela es el mismo autor de las cosas naturales, creador de la mente humana. La inteligencia del hombre fue creada para conocer la verdad, todo lo que es verdadero puede ser objeto de conocimiento de la razón.

Ocurre lo mismo en relación con el mundo sobrenatural. Las grandes verdades de la Revelación se encuentran todas conexas y forman un conjunto. Cualquiera puede verlo, en cierta medida, incluso a simple vista. Pero captar la entera trabazón y armonía de la doctrina católica exige estudio y meditación»[2].

La armonía es la estructura del criterio de conveniencia (utilizado a lo largo de la tradición de la Iglesia) en el que Newman se apoya para defender lo que posteriormente será un dogma. Debido a la integralidad y unidad de las verdades divinas, la conveniencia es la proyección de la probabilidad de una verdad hacia otra. No debemos entender que la probabilidad que desarrolla el criterio de conveniencia es igual a las probabilidades en las matemáticas.

 El hombre no puede conocer toda la revelación en una sola afirmación o factum debido a su limitación intelectual. La conexión que nos muestra una verdad se nos presenta a nosotros en un primer momento a modo de posibilidad, la conexión misma no es en ese instante un hecho, pues no hemos alcanzado todavía la profundización suficiente para afirmar tal posibilidad que inferimos a partir de otro hecho. Pero la probabilidad inferida procede de una proposición totalmente verdadera, por lo que es una probabilidad iluminada por una realidad de fe. Es por ello que si observamos a lo largo de la historia de la iglesia, la mayoría de estas probabilidades (conveniencias) se reconocen más tarde como hechos. Estas conexiones son regidas por la providencia de Dios.

«If Christianity is a fact, and impresses an idea of itself on our minds and is a subject-matter of exercises of the reason, that idea will in course of time expand into a multitude of ideas, and aspects of ideas, connected and harmonious with one another, and in themselves determinate and immutable, as is the objective fact itself which is thus represented. It is a characteristic of our minds, that they cannot take an object in, which is submitted to them simply and integrally »[3].

Newman justifica de esta manera la posibilidad del desarrollo racional de las verdades cristianas. Gracias a esta armonía y conexión que hay entre ellas, el proceso racional nos ayuda a integrar en nuestro intelecto la relación que conecta estas verdades. Considerando que la razón no puede abarcar toda la verdad de una sola vez, sino solamente aspectos de ella encontrando su unidad en la Verdad absoluta, cada aspecto de ella lleva necesariamente a otro. Esto es la conveniencia, la consecuencia lógica de una verdad hacia otra.

«Since, when an idea is living, that is, influential and effective, it is sure to develop according to its own nature, and the tendencies, which are carried out on the long run, may under favourable circumstances show themselves early as well as late, and logic is the same in all ages, instances of a development which is to come, though vague and isolated, may occur from the very first, though a lapse of time be necessary to bring them to perfection. And since developments are in great measure only aspects of the idea from which they proceed, and all of them are natural consequences of it, it is often a matter of accident in what order they are carried out in individual minds;[..]»[4].

El criterio de conveniencia se fundamenta en la lógica como estructura mental y universal del hombre. La verdad revelada al no contraponerse a esta estructura se va desarrollando y ordenando en el hombre por medio de su razonamiento en proposiciones y conclusiones que exhiben su unidad interna (sentido ilativo). Una verdad cristiana nos va dando luz suficiente para descubrir la siguiente. Esta luz conectora que posee una verdad es lo que Newman expresa como una tendencia, posibilidad o conveniencia. De ahí que a partir de una proposición se puede anticipar (inferir) en el futuro ciertas otras afirmaciones.

Newman expone que la Asunción es una conveniencia relacionada con el dogma de la Inmaculada concepción, pues justamente por la conexión que hay entre ambas, la primera tiende a esta otra. En la Inmaculada Concepción se nos enseña que la Virgen al serle otorgada la gracia de concebir en su seno a nuestro Salvador debe ser inmaculada, y así fue. Esta proposición nos conecta a la segunda, que, así como se le anticipo en la gracia, se le debía anticipar en la gloria. Este «debía ser» conveniente busca manifestar la relación y eficacia que hay entre esto hechos de fe.

Para nosotros es más claro entender el fundamento de la conveniencia teológica en este dogma del cual estamos hablando. En el tiempo de Newman se veía todavía como una probabilidad, o una conveniencia, que se terminó reafirmando hasta el año de 1950. Proclamar un dogma no es inventar una verdad, sino reconocer sin miedo al error algo que de alguna manera ya se alcanzaba a inferir gracias a la luz de la fe y de la razón. Gracias a la conexión que existía con las otras verdades de fe, particularmente con lo que refiere a la dignidad de María, nos descubría una luz que nos permitía inferir (sensus fidei) la alta probabilidad de ser elevada en cuerpo y alma. Cuando es proclamado por la Iglesia debido a la providencia de Dios, se confirma dogmáticamente que aquello que entró al hombre como una inferencia, ahora es confirmación de nuestra fe.

La Asunción en Newman

Una vez considerado de una manera muy general el aspecto de la estructura que Newman utiliza para exponer sobre el desarrollo de la doctrina, podremos profundizar el sentido ilativo que mantienen los dogmas marianos entre sí, concluyendo en la conveniencia del dogma de la Asunción.

«Es una verdad que recibimos en la creencia secular de la Iglesia. Pero considerada bajo la luz de la razón, se recomienda persuasivamente a nuestro ánimo, por la conveniencia de que la Virgen María consumase de esa manera su vida terrena. Sentimos que debía ser así; que era propio de Dios -su Señor y su Hijo- actuar de ese modo con una criatura tan singular en sí misma y en su relación con Él. Es algo que esta simplemente en armonía con la esencia y las líneas fundamentales de la doctrina sobre la Encarnación, de modo que sin ella la enseñanza católica exhibe un cierto carácter de incompleta, y podría decepcionar las expectativas de nuestra devoción»[5].

Newman va desarrollando su doctrina mariológica en consonancia con todas las verdades que se predican acerca de la Virgen María, desde su dignidad por ser concebida sin pecado hasta su maternidad. La figura de Nuestra Madre como la segunda Eva es muy importante para Newman pues nos muestra como aún ella que fue creada con una gracia sobreañadida y dones preternaturales fue cómplice del pecado. En cambio, la segunda Eva quien colaboraría para el restablecimiento de la gracia dada por Dios, debería tener una dignidad aún mayor desde el primer momento de su vida.

«Newman alude, naturalmente, a ella en sus escritos mariológicos y la contempla a la luz del papel de María como la segunda Eva, señalando que es una consecuencia lógica de los privilegios de la Inmaculada Concepción la maternidad divina. Por eso, en lo que él se fija de manera especial es en la «conveniencia» de este privilegio mariano: cree que es doctrina «sumamente probable», por cuanto está íntimamente relacionada con las demás verdades reveladas de manera más explícita»[6].

El sentido ilativo en los dogmas marianos es la dignidad del Santísima Virgen María, quien, aunque ella también es hija de Adán, habiendo heredado la culpa del pecado, se les son anticipados los méritos de la redención en su concepción siendo preservada de la mancha del pecado y recibiendo la gracia por parte de Dios.

«Nosotros consideramos que María murió en Adán como los demás; que fue incluida en la sentencia de Adán junto con todo el género humano; que contrajo la deuda de Adán como nosotros, pero que por amor a Aquel que debía de redimirla junto a nosotros en la Cruz, a ella se le remitió la deuda por anticipado, en ella no se cumplió la sentencia, excepto en lo que se refiere a su muerte natural, pues murió cuando llego su hora, como los demás»[7].

La muerte natural o como lo llamaban algunos padres de la iglesia, «la dormición», es parte de la realidad mariológica de la Asunción, que, aunque ella fue redimida antes que cualquier criatura, aun recibiendo la gracia desde la concepción (a diferencia de Juan el Bautista que recibió la gracia después de ser concebido, pero antes de nacer como lo afirma Newman) murió debido a su vivencia en la tierra, pero sin la corrupción de su cuerpo.

«Murió, hermanos míos, porque también murió nuestro Salvador. Murió y sufrió porque vivía en este mundo y estaba sujeto a un estado de cosas donde el sufrimiento y la muerte son regla general. María vivió bajo el dominio externo de ambos, e igual que obedeció al Cesar cuando viajo a Belén para empadronarse, así también cedió, cuando Dios quiso, a la tiranía de la muerte»[8].

La Asunción de la Virgen María, es la consecuencia de su dignidad otorgada en la inmaculada Concepción, por lo que no se entendería la una sin la otra. Utilizando la imagen de María como segunda Eva, lo que se perdió con la primera mujer, en María se restableció desde el primer momento de su existencia. Así como Eva en un acto de desobediencia coopero intrínsecamente con el primer Adán a la corrupción, así la segunda Eva coopero íntimamente con Nuestro Señor para la redención del género humano.

«Así como la gracia fue infundida en Adán desde el primer momento de su creación, de modo que nunca experimentó su pobreza natural hasta que el pecado le redujo a ella, también María recibió desde el principio la gracia en amplia medida, y no incurrió de hecho en la privación de Adán»[9].

La anticipación es una de las características de la dinámica de la revelación, y estrechamente vinculada al criterio de conveniencia, y que muestra la trascendencia temporal de la revelación. Para nosotros en ocasiones es difícil entender como ciertos hechos tiene un efecto en otros, pero como anteriormente se ha dicho, esta conexión esta prevista por la providencia de Dios. Ningún hecho natural, y con mayor razón uno sobrenatural esta fuera del actuar de Dios. María es anticipada en la redención y también en los sus frutos esta, es decir, Dios la resucita en cuerpo y alma de manera adelantada a la escatología esperada por la humanidad.

«Convenía indudablemente que aquella que había vivido una vida de santidad como la suya, fuera al cielo en vez de yacer en el sepulcro hasta la segunda venida de Cristo. Todas las obras de Dios son hechas en admirable armonía y el final de cada una se halla como anticipación en el principio»[10].

La realidad de la Asunción de nuestra madre es posible gracias a esta dinámica de la anticipación, pues ella es la criatura que se nos ha adelantado a nosotros en la vida de gracia y santidad, por lo tanto, no sería para menos que, así como Dios siempre tuvo una predilección por nuestra madre, no lo demostrara de igual manera llevándola consigo en cuerpo y alma.

Conclusión

El dogma de la Asunción fue proclamado en la constitución apostólica Munificentíssimus Deus de su Santidad Pío XII el 1 de noviembre de 1950. Donde dicha constitución aborda la doctrina desarrollada sobre esta verdad y su conveniencia, justo lo que hemos explicado a la luz de la doctrina newmaniana.

Este misterio de fe nos ayuda a profundizar mucho en el tema de la esperanza, siendo muy providente en nuestra época debido al jubileo que transcurre en este año. La esperanza cristiana, a diferencia de la del mundo, no implica esperar en algo totalmente incierto, causándonos confusión, desconfianza y miedo, al contrario, nuestra esperanza se funda de un hecho que, aunque no está realizado en nosotros, porque todavía es futuro respecto a nosotros, sin embargo, ya está realizada en Cristo y en la Virgen María, lo que a la vez lo hace un hecho presente.

Como nos dice San Pablo: «Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14). Por ello, la tradición de la Iglesia aun cuando no era una definición de fe, lo aseguraban en la Santísima Virgen María, pues ella es nuestra modelo de fe, es el arquetipo de la criatura que vive la gracia, por lo tanto, también lo será en la consumación de ella. Por ello Newman nos ilumina mucho con su realidad, demostrándonos como era un hombre de fe, viendo lo que solamente alguien de oración, amor a la verdad, virtud podría ver.

Fernando Moreno Berra

Zapopan, Jalisco.

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Bibliografía

  • Newman. J, An Essay on the Development of Christian Doctrine, Notre Dame, U.S.A, 1989.
  • ________, Carta a Pusey, Encuentro, Madrid, 2022.
  • ________, Discursos sobre la fe, Rialp, Madrid, 1981.
  • ________, María-obras selectas, Monte Carmelo, España, 1999.

[1] J. H. Newman, Discursos sobre la fe, 331.

[2] J. H. Newman, Discursos sobre la fe, 332.

[3] J. H. Newman, An Essay on the Development of Christian Doctrine, 55.

[4] J. H. Newman, An Essay on the Development of Christian Doctrine, 195 – 196.

[5] J. H. Newman, Discursos sobre la fe, 349.

[6] J. H. Newman, María – Páginas selectas, 87

[7] J. H. Newman, Carta a Pusey, 77-78.

[8] J. H. Newman, Discursos sobre la fe, 361.

[9] Idem, 342

[10] Idem, 360.

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León XIV ha aceptado la petición de los obispos de Inglaterra y Gales, junto con obispos de otros países, para nombrar a John Henry Newman, Doctor de la Iglesia. 

El encabezado de “Vatican News” del 1 de agosto de 2025 anunció: Conferirán el título de Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman.  

La noticia se hizo pública en el boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede: “el 31 de julio de 2025, el Santo Padre León XIV recibió en audiencia a Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos”. Durante esta audiencia, el Papa “confirmó el parecer afirmativo de la Plenaria de los Cardenales y Obispos, Miembros del Dicasterio para las Causas de los Santos, sobre el título de Doctor de la Iglesia Universal que será conferido próximamente a San John Henry Newman, Cardenal de la Iglesia Romana, Fundador del Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra; nacido en Londres (Reino Unido) el 21 de febrero de 1801 y fallecido en Edgbaston (Reino Unido) el 11 de agosto de 1890”. 

A su muerte, Newman era bien conocido en muchos ambientes, por haber sido converso del anglicanismo al catolicismo, después de haber promovido el Movimiento de Oxford con la intención de revitalizar la Iglesia donde fue bautizado y hecho clérigo. A través de la lectura de los Santos Padres, se convenció de que sólo en la Iglesia Católica Apostólica Romana se había conservado íntegro el depósito de la fe. Fue recibido en ella el 9 de octubre de 1845, a los 44 años de edad. Poco después de su ordenación sacerdotal en Roma (1847), fundó en Birmingham el Oratorio de San Felipe Neri, primero en Inglaterra. Y más tarde, fue el primer Rector de la Universidad Católica de Irlanda, con el fin de elevar el nivel académico de los propios irlandeses. Con los años, y ante las incomprensiones, el Papa León XIII lo nombró Cardenal, entre sus primeras decisiones como Pontífice.  

A pesar de la fama de santidad con la que murió, hubieron de pasar muchos años entre el reconocimiento de sus virtudes heroicas, por parte de la Santa Sede, en 1991, Juan Pablo II que le confirió el título de Venerable, y la ocasión en que se realizara un milagro que pudiera ser registrado para la promoción de su beatificación. Quienes hemos dedicado tiempo a su estudio, nos preguntábamos por el motivo de esta realidad, sabiendo que se realizaban innumerables favores de tipo espiritual por medio de su intercesión, escritos y ejemplo. Son muchas las personas de buena voluntad que se han acercado a Dios y a la Iglesia Católica gracias al camino que abrió con su vida y obra, especialmente entre intelectuales de origen anglosajón. Fr. John Ford, en el marco de los encuentros anuales en Estados Unidos de estudiosos de Newman, comentó convencido de que “aún no era el momento para Inglaterra”, su amada patria, que sería para él la primera intención de facilitarles el camino hacia la verdad, su gran motivación de vida.  

La Providencia aportó varios elementos: la elección del Papa Benedicto XVI, gran admirador de Newman; las circunstancias en Gran Bretaña respecto a los católicos fue más favorable; Jack Sullivan, una persona mayor de Boston, Massachusetts, durante una crisis por una problema incurable de la columna vertebral, pidió su curación a John Henry Newman, quien experimentó lo que pedía de manera no explicable naturalmente. 

En 2010, Benedicto XVI fue invitado de manera oficial por parte de la Reina Isabel II de Gran Bretaña para visitar su país. En tal ocasión, se llevó a cabo la beatificación de Newman el 19 de septiembre, en Rednal, cerca del lugar donde Newman fue enterrado, en una propiedad de los Padres del Oratorio de San Felipe Neri. 

Durante los preparativos para la beatificación, los obispos de Inglaterra y Gales temían la reacción de los anglicanos y en general de los no católicos. En ese contexto, nació una iniciativa de comunicación llamada “Catholic Voices” con la intención de preparar a católicos comunes, para ser entrevistados sobre la relevancia de esa primera visita oficial de un Papa a Gran Bretaña. 

Muy pronto se dio otro milagro constatable que dieron oportunidad a promover la canonización. Igualmente, se dio en Estados Unidos. Es importante hacer ver que en Inglaterra, quizá por influencia anglicana, los católicos no suelen acudir a los santos para pedir su intercesión antes sus necesidades, sino que suelen acudir directamente a Dios, motivo por el que quizá, los fieles que acudieron a Newman ante sus necesidades, fueron personas de otro país. Fue el Papa Francisco quien canonizó en Roma a Newman el 13 de octubre de 2019. 

El tema de que a Newman pudiera ser Doctor de la Iglesia Universal, era coincidente en las reuniones sobre Newman desde hace muchos años. Pero eso requería que fuera estudiado, aceptado y solicitado por las autoridades de la propia Iglesia. 

Antes de abordar los méritos de Newman para este nuevo nombramiento, conviene preguntarnos sobre la figura de un Doctor de la Iglesia Universal. Tomando la comparación con los Padres de la Iglesia, que fueron figuras clave en los primeros siglos del cristianismo, sentando las bases de la doctrina y la teología, son principalmente autores de los primeros siglos del cristianismo, hasta la caída de Roma en Occidente y el siglo VIII en Oriente. Algunos ejemplos son San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio Magno (occidentales) y San Atanasio, San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo (orientales).  

Mientras que «Doctor de la Iglesia» es un título específico otorgado por la Iglesia Católica a ciertos santos reconocidos por su excepcional contribución a la teología y doctrina. Son santos de diferentes épocas, reconocidos por su sabiduría y enseñanza ejemplares, por sus aportaciones a la teología y a la doctrina católica. Es un título específico otorgado por el Papa o un concilio ecuménico.  Su función es que son Maestros de la fe, con una autoridad doctrinal reconocida por toda la Iglesia.  

Algunos Padres de la Iglesia también han sido declarados Doctores de la Iglesia, como San Agustín y San Ambrosio. El título de Doctor implica un reconocimiento más formal y específico de la Iglesia, basado en la santidad de vida y la profundidad de sus enseñanzas. 

La lista completa de doctores se acrecentó hasta la actualidad, en la que cuenta con treinta y siete nombres: 

1720 Clemente XI incorporó a San Anselmo de Canterbury

1722 Inocencio XIII, a San Isidoro de Sevilla

1729 Benedicto XIII, a San Pedro Crisólogo

1754 Benedicto XIV, a San León I Magno

1828 León XII, a San Pedro Damián

1830 Pío VIII, a San Bernardo de Claraval

Pío IX incluyó a San Hilario de Poitiers (1851), a San Alfonso María de Ligorio (1871), y a San Francisco de Sales (1877); 

León XIII añadiría en 1882 a Cirilo de Alejandría, en 1883 a San Cirilo de Jerusalén y a San Juan Damasceno, y en 1899 a San Beda el Venerable

Benedicto XV proclamaría a San Efrén de Siria en 1920; 

Pío XI, a San Pedro Canisio (1925), a San Juan de la Cruz (1926), a San Roberto Belarmino y a San Alberto Magno (ambos en 1931); 

Pío XII, a San Antonio de Padua (1946); 

Juan XXIII, a San Lorenzo de Brindisi (1959); 

Pablo VI sumaría, en 1970, a las primeras mujeres: Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena

Juan Pablo II añadiría a Santa Teresa de Lisieux en 1997 durante la Jornada Mundial de las Misiones de ese mismo año. 

Benedicto XVI añade, en octubre de 2012, a San Juan de Ávila, patrón del clero español, y a Santa Hildegarda de Bingen, con ocasión de la misa de apertura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

Francisco incorporó a San Gregorio de Narek, el 12 de abril de 2015,[1]​ y a San Ireneo de Lyon, en enero de 2022. 

No se ha definido la fecha aún, sin embargo, León XIV ha aceptado en 2025 incluir a John Henry Newman en esta lista. 

¿A qué enseñanzas de Newman se han considerado para nombrarlo Doctor de la Iglesia Universal? 

En el año 2007 Family Publications, Oxford, publicó el libro John Henry Newman. Doctor of the Church, editado por Philippe Lefebvre y Colin Mason. El libro contiene 16 artículos relacionados con el título. A modo de Prólogo, se refiere a Newman como un guía teológico y espiritual. En una primera parte, tres artículos analizan las aportaciones de Newman en la conciliación entre fe y razón. La segunda parte, seis de ellos estudian los distintos aspectos en los que Newman profundizó sobre la naturaleza de la verdadera Iglesia de Cristo. La tercera parte, con otros dos artículos, destacan las aportaciones de Newman sobre la conciencia moral. Por último, otros cuatro artículos resaltan la novedad de la propuesta de Newman respecto al desarrollo del conocimiento del dogma cristiano.  

Cabe destacar que Newman ha sido considerado el “Padre ausente del Concilio Vaticano II”. Sin embargo, estuvo presente a través de jóvenes teólogos que le conocían. Se pueden destacar temas como el fundamental papel que juegan los laicos en la vida de la Iglesia, o el sentido y apertura al ecumenismo bien entendido. 

Por otro lado, Newman fue citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por Juan Pablo II, al hablar de la conciencia. En ese momento, era el único autor no canonizado que se cita en este fundamental documento.  

En estos momentos de la vida de la Iglesia, las aportaciones de Newman son muy actuales, tanto en la educación universitaria, como en temas teológicos y el Papa León XIV, junto con aquellos obispos que conocen y valoran su figura, esperan que Newman siga iluminando muchos caminos para que todos ellos lleven las mentes y los corazones a comprender la realidad y a vivir más cristianamente. 

Rosario Athié 

Ajijic, Jal., 6 de agosto 2025 

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Cardenal San John Henry Newman (1801–90) 

John Henry Newman nació el 21 de febrero de 1801, en Londres, y fue bautizado en la Iglesia de Inglaterra. Asistió a la Gran Escuela de Ealing, donde en el otoño de 1816 experimentó una profunda conversión a la Fe. En 1817 ingresó al Trinity College, Oxford. Fue en Oxford, «guiado por la mano de Dios», que como miembro del Oriel College, Vicario de la Iglesia Universitaria de St Mary’s, y un miembro destacado del Movimiento de Oxford, se dio cuenta de la importancia de una religión revelada, enseñada por Cristo mismo y preservada y transmitida a través de la Iglesia. 

Su predicación y estilo de vida tuvieron un profundo efecto en la Iglesia de Inglaterra. A través de su estudio de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia, llegó a creer que la Iglesia Romana Católica era el «Único Rebaño de Cristo». Fue recibido en la Iglesia el 9 de octubre de 1845 por el P. Dominic Barberi en Littlemore, Oxford. 

Newman sufrió mucha oposición y malentendidos en la Iglesia Católica, pero fue finalmente reivindicado cuando fue nombrado cardenal por el Papa León XIII en 1879. Su gran interés siempre fue llevar a las personas a la plenitud de la fe en Cristo y sostenerlas en ella. Llevó la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri a Inglaterra en 1848. Su primera parroquia fue en Alcester Street, Birmingham, y se trasladó a Edgbaston en 1852. 

Newman fue el rector fundador de la Universidad Católica en Irlanda (1854-58) y en 1859 estableció la Escuela del Oratorio. Escribió incontables cartas y libros. Sus escritos teológicos, especialmente sobre el desarrollo de la doctrina y sobre la conciencia, han tenido una amplia influencia. 

Falleció en Birmingham el 11 de agosto de 1890 y fue enterrado en el cementerio del Oratorio en Rednal, Birmingham. Newman fue beatificado por el Papa Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2010 en Birmingham y canonizado por el Papa Francisco el 13 de octubre de 2019 en Roma.

Introducción a la Novena 

A continuación, se presentan meditaciones para los nueve días, extraídas de los escritos de San John Henry Newman, para ayudarle a realizar una novena de oración por su intercesión.

Durante los nueve días, se sugiere leer y reflexionar sobre el extracto del día, rezar un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria, y concluir con la Oración de la Novena.

San John Henry Newman 1874. Boceto original de Lady Coleridge

PRIMER DÍA 

EL MUNDO DE LA FE, EL CRISTIANISMO ES CRISTO

Esto es ser uno de los pequeños de Cristo… Ser poseídos por su presencia como nuestra vida, nuestra fuerza, nuestro mérito, nuestra esperanza, nuestra corona; convertirnos de manera maravillosa en sus miembros, los instrumentos, o forma visible, o signo sacramental, del Único Invisible Siempre Presente Hijo de Dios, reiterando místicamente en cada uno de nosotros todos los actos de su vida terrenal: su nacimiento, consagración, ayuno, tentación, conflictos, victorias, sufrimientos, agonía, pasión, muerte, resurrección y ascensión; siendo Él todo en todos, nosotros, con tan poco poder en nosotros mismos, tan poca excelencia o mérito, como el agua en el Bautismo, o el pan y el vino en la Sagrada Comunión;

pero fuertes en el Señor y en el poder de su fuerza. 

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

SEGUNDO DÍA

DIOS INCOMPRENSIBLE MANIFESTADO EN CRISTO

Cuando confesamos a Dios solo como Omnipotente, solo lo conocemos a medias: Su omnipotencia es capaz de envolverse en la debilidad y de hacerse prisionera de sus propias criaturas. Tiene, si se me permite decirlo, el incomprensible poder de incluso debilitarse. Debemos conocerlo por sus nombres, Emmanuel y Jesús, para conocerlo perfectamente.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

TERCER DÍA

DIOS, NUESTRO ÚNICO GUÍA

Creo, oh Salvador mío, que sabes exactamente lo que es mejor para mí. Creo que me amas más que yo mismo, que eres omnisciente en tu Providencia y omnipotente en tu protección. Soy tan ignorante como Pedro sobre lo que me sucederá en el futuro; pero me resigno por completo a mi ignorancia y te agradezco de todo corazón que me hayas sacado de mi propio cuidado y, en lugar de imponer una carga tan grave, me hayas pedido ponerme en tus manos. No puedo pedir nada mejor que esto: ser tu cuidado, no el mío.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

CUARTO DÍA

EL CRISTIANO: UN HOMBRE ENAMORADO DE DIOS, ANHELANDO POR ÉL

No solo debemos tener fe en Él, sino esperar en Él; no solo debemos esperar, sino velar por Él; no solo amarlo, sino anhelarlo; no solo obedecerlo, sino mirar con anhelo nuestra recompensa, que es Él mismo.

ORACIONES

Padre Nuestro, Ave María, Gloria y la Oración de la Novena.

QUINTO DÍA

SOLO DIOS

Tener un alma virgen es no amar nada en la tierra en comparación con Dios, o excepto por Él. Es virginal aquella alma que siempre busca a su Amado en el cielo, y que lo ve en todo lo que es hermoso en la tierra, amando profundamente a sus amigos terrenales, pero en su lugar apropiado, como sus dones y sus representantes, pero amando solo a Jesús con afecto soberano, y soportando perderlo todo para poder conservarlo.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

SEXTO DÍA

EL CRISTIANO: ACTIVO Y CONTEMPLATIVO

Mientras estemos en la tierra y cumplamos nuestros deberes en este mundo, no olvidemos nunca que, si bien nuestro amor debe ser silencioso, nuestra fe debe ser vigorosa y viva. No olvidemos nunca que, en la medida en que nuestro amor esté arraigado y cimentado en el otro mundo, nuestra fe debe brotar como un árbol fructífero en este. 

Cuanto más serenos sean nuestros corazones, más activas serán nuestras vidas; cuanto más tranquilos seamos, más ocupados; cuanto más resignados, más celosos; cuanto más serenos, más fervientes.

ORACIONES

Padre Nuestro, Ave María, Gloria y la Oración de la Novena.

SÉPTIMO DÍA

EN CRISTO, EL MUNDO DESTRUIDO SE RECONCILIA Y SE RENOVA

Cristo vino… para reunir en uno todos los elementos de bien dispersos por el mundo, para hacerlos suyos, para iluminarlos consigo mismo, para reformarlos y remodelarlos en Él. Vino para crear un nuevo y mejor comienzo de todas las cosas que Adán, y para ser una fuente de la que manara todo bien en adelante.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

OCTAVO DÍA

LA RESPUESTA CRISTIANA: OBEDIENCIA CIEGA A UN DIOS SABIO Y MISERICORDIOSO

Era una lección constante para los israelitas que nunca debían presumir de actuar por sí mismos, sino esperar a que Dios obrara por ellos, contemplarlo con reverencia y luego seguir su guía. Dios era su Rey Sabio: era su deber no tener voluntad propia, distinta de la Suya, no formular ningún plan propio, no intentar ninguna obra propia. «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios». No os mováis, no habléis; mirad la columna de nube, observad cómo se mueve, y luego seguidla. Tal fue el mandato.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

NOVENO DÍA

EL PODER DE LA ORACIÓN DE SU MADRE

Por eso la Santísima Virgen es llamada Poderosa, o incluso, a veces, Omnipotente, porque posee, más que nadie, más que todos los Ángeles y Santos, este gran y preclaro don de la oración. Nadie tiene acceso al Todopoderoso como su Madre; nadie tiene méritos como los suyos. Su Hijo no le negará nada de lo que pida; y en esto reside su poder. Mientras ella defienda a la Iglesia, ni la altura ni la profundidad, ni los hombres ni los malos espíritus, ni los grandes monarcas, ni la astucia humana, ni la violencia popular podrán hacernos daño; porque la vida humana es corta, pero María reina en lo alto, Reina por los siglos.

ORACIONES

Padrenuestro, Avemaría, Gloria y la Oración de la Novena.

GUÍAME, LUZ AMABLE

Guíame, Luz Amable, en medio de la penumbra circundante.

¡Guíame!

La noche es oscura y estoy lejos de casa.

¡Guíame!

Guarda mis pasos; no pido ver la escena distante; un paso me basta.

Nunca fui así, ni te rogué que me guiaras.

Me encantaba elegir y ver mi camino, pero ahora,

¡Guíame!

Amaba el día estridente y, a pesar de los temores, el orgullo dominaba mi voluntad: no recuerdes los años pasados.

Tu poder me ha bendecido durante tanto tiempo, que seguro que aún me guiará,

por páramos y ciénagas, por riscos y torrentes, hasta que la noche se haya ido;

y con la mañana sonrían esos rostros angelicales que he amado hace mucho tiempo y perdido por un tiempo.

DIOS ME HA CREADO

Dios me ha creado para prestarle un servicio específico; me ha encomendado una obra que no le ha encomendado a nadie. Tengo mi misión; quizá nunca la conozca en esta vida, pero me la dirán en la venidera. De alguna manera, soy necesario para sus propósitos, tan necesario en mi lugar como un arcángel en el suyo… Sin embargo, tengo una parte en esta gran obra; soy un eslabón de una cadena, un vínculo entre personas. Él no me ha creado en vano. Haré el bien, haré su obra; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar, sin proponérmelo, si guardo sus mandamientos y le sirvo en mi vocación.

ORACIÓN DE LA NOVENA

Dios Padre, Tú concediste a tu siervo San John Henry Newman maravillosos dones de naturaleza y gracia, para que fuera una luz espiritual en la oscuridad de este mundo, un elocuente heraldo del Evangelio y un devoto servidor de la Iglesia.

Con confianza en su intercesión celestial, hacemos la siguiente petición: [haga su petición aquí].

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Fuente:

Newman-Novena.pdf

Centro Internacional de Amigos de Newman

www.newmanfriendsinternational.org

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Papa León XIII

En Rerum Novarum, la primera encíclica social de la Iglesia Católica publicada el 15 de mayo de 1891, León XIII abordó esta cuestión en el contexto de la primera Revolución Industrial.

Llama la atención que uno de sus primeros nombramientos cardenalicios (1879) fuera para el Pbro. Dr. John Henry Newman (1801-1890), como cardenal diácono.

Este nombramiento fue una confirmación de la validez de su pensamiento y un reconocimiento a sus servicios a la Iglesia Católica, su concepción de la propia Iglesia, a la importancia de los laicos en su misión evangelizadora, el ecumenismo, así como la centralidad de la persona en todo el ámbito social y eclesial.

Newman nunca fue obispo, fue un nombramiento prácticamente honorario, ni se trasladó a vivir a Roma pues ya tenía 78 años de edad cuando fue nombrado cardenal.

Después de la muerte del Papa Pío IX en 1878, comenzó el papado del Papa León XIII. El papa León admiraba la feroz ortodoxia religiosa de Newman y lo nombró cardenal en 1879.
La noticia de que iba a ser cardenal fue una reivindicación concluyente de su ortodoxia y lealtad a la Iglesia Católica. Él mismo declaró: «La nube se ha levantado para siempre».


John Henry Newman

Después de recibir su capelo cardenalicio en Roma, Newman describió cómo, «durante treinta, cuarenta, cincuenta años he resistido lo mejor que he podido al espíritu del liberalismo en la religión. Nunca la Santa Iglesia necesitó más de campeones contra ella que ahora». El papa León estaba tan encariñado con Newman y su deseo de permanecer fiel a la fe que se refirió a él como ‘Il mio cardinale’, que significa ‘mi cardenal’.


Newman eligió como lema cardenalicio las palabras ‘Cor ad cor loquitur’, en español, ‘el corazón habla al corazón’. Cuando fue nombrado cardenal, Newman pidió específicamente no ser consagrado como obispo (ya que los cardenales suelen provenir de las filas de los obispos), y pidió que se le permitiera permanecer en Birmingham.

Ambas peticiones fueron concedidas y continuó viviendo como cardenal, todavía escribiendo, en el Oratorio de Birmingham.

La elevación de Newman al cardenalato fue ampliamente elogiada por sus compatriotas. Como le escribió un amigo anglicano: «Me pregunto si sabes cuánto te ama Inglaterra… por todos los religiosos de Inglaterra. Y hasta los enemigos de la fe se ablandan por sus sentimientos hacia ti. Y me pregunto si este amor extraordinario e inigualable no podría ser… utilizados, como un solo medio para reunir en un solo redil a todos los ingleses que creen».

Fuente: https://www.newmancanonisation.com/1879-1880

Texto completo de la encíclica Rerum Novarum: https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html

Resumen de la encíclica Rerum Novarum: https://es.catholic.net/op/articulos/24323/cat/577/rerum-novarum.html

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Jesús mío:

Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya;

inunda mi alma con tu espíritu y tu vida;

llena todo mi ser y toma de él posesión

de tal manera que mi vida no sea en adelante

sino una irradiación de la tuya.

Quédate en mi corazón en una unión tan íntima

que quienes tengan contacto conmigo

puedan sentir en mí tu presencia;

y que al mirarme olviden que yo existo

y no piensen sino en ti.

Quédate conmigo.

Así podré convertirme en luz para los otros.

Esa luz, oh Jesús, vendrá toda de ti;

ni uno solo de sus rayos será mío.

Te serviré apenas de instrumento para que

tú ilumines a las almas a través de mí.

Déjame alabarte en la forma que te es más agradable:

llevando mi lámpara encendida para disipar las sombras

en el camino de otras almas.

Déjame predicar tu nombre sin palabras…

Con mi ejemplo, con mi fuerza de atracción,

con la sobrenatural influencia de mis obras,

con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por ti.

Fuente: https://www.aciprensa.com/recurso/1766/oracion-de-san-john-henry-newman

El autor, José Manuel Horcajo, es sacerdote en el popular barrio de Vallecas en Madrid. En este libro hace un viaje por muchas historias de personas muy distintas, desde personas en situación de calle o con drogadicción, budistas… hasta directores de banco, catedráticos de filosofía, madres adolescentes o deportistas.

Escucha Al cruzar el puente (Audiolibro)

https://on.soundcloud.com/gxzSYTfW5P6J14NCA

El puente del que habla el título y que se cruza en este libro es el que atraviesa el barrio de Vallecas, conocido por ser uno de los más populares de Madrid. 

Allí llegó en 2009 José Manuel Horcajo, sacerdote de la diócesis de Madrid, a ejercer su ministerio en la parroquia de san Ramón Nonato. Desde entonces, son prácticamente innumerables las historias y rostros humanos que han pasado por el despacho de la parroquia, confesionarios, Cáritas y últimos bancos de la iglesia, abierta de 7:30 a 21:30 todos los días de la semana. 

Portada del libro

Información para conseguir el libro Al cruzar el puente, de la editorial Palabra

En estas páginas se nos anima a que crucemos el puente que nos puede unir a los demás, a los que sentimos alejados, a los que nos cuesta tratar, a los que nuestra sensibilidad rechaza, a los que nos parecen perdidos, a los que no nos gustaría que nos metan en nuestra casa, a los que nos dan lástima, pero por los que no hacemos nada al pasar a su lado. El misterio del otro nos espera, tan solo falta dar el primer paso.

Entrevista con José Manuel Horcajo 

Fuente: https://opusdei.org/es-mx/article/al-cruzar-el-puente-audiolibro/

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Newman interpretado por Moede Jansen | Foto: FSO

Queridos amigos de Newman:

El Papa Francisco con la Novena de Newman | Foto: Vatican Media

El Papa Francisco dio la bienvenida a John Henry Newman al rango de santos en una ceremonia memorable en la Plaza de San Pedro el 13 de octubre de 2019. El Santo Padre ha expresado a menudo su admiración por el gran teólogo, como lo han hecho todos sus predecesores desde Pío XII. Considerando la influencia de Newman en la teología, su llamada presencia invisible en el Concilio Vaticano II y la alta estima en la que ha sido tenido por tantos Papas, no es sorprendente que desde su canonización muchos hayan visto en él un futuro Doctor Ecclesiae.

Nos complace confirmar que la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales ha pedido formalmente al Santo Padre que declare a San John Henry Newman Doctor de la Iglesia, y que otras Conferencias Episcopales, instituciones académicas, órdenes religiosas y comunidades eclesiales de todo el mundo han apoyado esta solicitud en los últimos meses, dejando claro que hay un consenso creciente en la Iglesia universal sobre el tema. Basta con que ahora se inicie un procedimiento por el cual los Dicasterios romanos para las Causas de los Santos y para la Doctrina de la Fe deben examinar si la enseñanza de Newman es verdaderamente “eminente”, es decir, sobresaliente y significativa para toda la Iglesia. Si es así, entonces el Papa puede elevar a Newman a la categoría de Doctor de la Iglesia. El padre George Bowen CO, miembro del Oratorio de Londres y muy comprometido con esta noble causa, explicó en Rome Reports todo el procedimiento.

Benedicto XVI conoce a Newman | Timothy McLaughlin

Junto con el Papa san Pablo VI, estamos firmemente convencidos de que Newman «se está convirtiendo hoy en una estrella cada vez más resplandeciente para todos los que buscan una orientación clara y una guía segura en las incertidumbres del mundo moderno» (Discurso del 7 de abril de 1975). Quisiéramos invitarles a orar para que este proceso llegue pronto a una conclusión positiva. También los animamos a ayudar a la gente a comprender la destacada contribución de Newman a la Iglesia, para que pueda ayudar al mayor número posible de personas en estos tiempos confusos. Poco antes de su muerte, Benedicto XVI se enteró de los esfuerzos para elevar a Newman a la condición de Doctor de la Iglesia. Con toda su cara radiante, dijo: «Newman, Doctor de la Iglesia, ¡eso sería una luz en la oscuridad de este tiempo!».

La familia Newman. Pintura de María Rosina Giberne, una amiga de J. H. Newman| Foto: FSO

Newman es, sin duda, uno de los pensadores más destacados de la época moderna. Además, nunca limitó su obra al ámbito intelectual, sino que siguió siendo un fiel amigo de muchos, un educador dotado, un santo sacerdote según el Corazón de Jesús y un pastor de corazón pleno, un auténtico hijo espiritual de San Felipe Neri. No fue casualidad que eligiera las palabras “Cor ad cor loquitur” como lema con ocasión de su nombramiento como cardenal.

En el último año hemos tenido algunas experiencias maravillosas con Newman aquí en Roma: por ejemplo, desde una magnífica representación de El sueño de Geroncio de Elgar en la iglesia de San Pablo Extramuros, hasta otro Paseo Newman por la Ciudad Eterna, pasando por retiros en el espíritu de Newman y servicios de agradecimiento por su vida. También hemos tenido reuniones continuas con amigos e investigadores de Newman de diferentes países en nuestras bibliotecas, y conferencias en la Escuela Superior de Filosofía y Teología de Heiligenkreuz/Viena y en la Facultad de Teología de Florencia.

Estamos agradecidos de que el número de estudiantes que consultan nuestra biblioteca especializada siga creciendo. También nos gustaría animar a la gente a visitar el lugar histórico de Littlemore, en las afueras de Oxford, donde Newman vivió y fue recibido en la Iglesia Católica. Allí hay pequeñas casas de campo disponibles para retiros personales, y los visitantes de un día también pueden ampliar sus estudios sobre Newman o simplemente seguir los pasos del gran santo. Para obtener más información sobre lo que podemos ofrecer a los visitantes, comuníquese con: [email protected]

Unidos en gratitud por la vida, la enseñanza y el testimonio de San John Henry Newman, le enviamos un cálido saludo desde Roma.


Fr. Hermann Geissler FSO, director
Sr. Christiane Fritsch FSO, secretaria

Traducido del texto: Newman Newsletter 2024 (https://www.newmanfriendsinternational.org/en/newman-newsletter-2024/)

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[n. 492 | 4 de marzo de 1838]

«Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre» (Mt 4,2)

Primer domingo de Cuaresma

El tiempo litúrgico de humillación que precede a la Pascua dura cuarenta días en recuerdo del prolongado ayuno de nuestro Señor en el desierto. Por eso hoy, primer domingo de Cuaresma, leemos el evangelio en que se narra ese ayuno y en la Colecta le pedimos a Él, que por nosotros ayunó cuarenta días y cuarenta noches, que bendiga nuestra abstinencia para el bien de nuestro cuerpo y de nuestra alma.

Ayunamos por penitencia y para someter la carne. Nuestro Salvador no tenía necesidad de ayunar por ninguno de esos dos motivos. Su ayuno no era como el nuestro, ni en su intensidad ni en su finalidad. No obstante, cuando comenzamos nuestro ayuno, se nos propone el ejemplo del Señor y seguimos ayunando hasta igualarle en el número de días.

Hay un motivo para esto: en verdad, no debemos hacer nada sin tener su ejemplo a la vista. Al igual que sólo a través de Él podemos hacer el bien, nada será bueno si no lo hacemos por Él. Nuestra obediencia procede de Él; y hacia Él debe orientarse. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). No hay buenas obras sin la Gracia y la Caridad.

San Pablo dejó todo «con tal de ganar a Cristo, y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe» (Flp 3,9). Por tanto, nuestras buenas obras sólo son aceptables cuando son hechas, no por ajustarse a la norma, sino en Cristo por la fe. Vanas fueron todas las obras de la Ley, porque carecían del poder del Espíritu. No eran más que los pobres intentos de la naturaleza humana desguarnecida para cumplir lo que, desde luego, era su deber cumplir, pero que no era capaz de cumplir. Nadie más que los ciegos y los carnales, o los sumidos en la más completa ignorancia, podían encontrar en sí mismos cosa alguna en que regocijarse. ¿Qué eran todas las justicias de la Ley, qué sus obras, incluso las que iban más allá de lo ordinario, sus ayunos y limosnas, su desfigurarse el rostro y afligir el alma; qué era todo esto sino polvo y escoria, un despreciable servicio terrenal, una penitencia miserablemente desesperada, en la medida en que carecían de la gracia y la presencia de Cristo? Ya podían los judíos humillarse, que no se elevaban espiritualmente, sino que caían en la carne; ya podían afligirse, que no les aprovechaba para su salvación: podían hacer penitencia, pero sin alegría; el hombre exterior podía perecer, pero el hombre no se renovaba por dentro día tras día. Soportaron el peso del día y del calor, y el jugo de la Ley, pero no «Se convirtió para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente» (2 Cor 4,17). Pero a nosotros Dios nos ha reservado algo mejor. En esto consiste ser uno de los pequeños de Cristo: poder hacer lo que los judíos pensaban que podían hacer, y no podían; tener en nosotros ese don con el que podemos lograr todas las cosas; ser poseídos por su presencia como vida nuestra, como nuestra fuerza, mérito, esperanza y corona; llegar a ser de manera admirable, miembros suyos, instrumento o forma visible, o signo sacramental, del Único, Invisible, Omnipresente Hijo de Dios, reiterando místicamente en cada uno de nosotros todos los actos de su vida terrena: su nacimiento, consagración, ayuno, tentaciones, pruebas, victorias, sufrimientos, agonía, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. Él es todo en todo; nosotros con tan poco poder en nosotros, tan poco mérito y calidad como el agua del Bautismo, o el pan y vino de la Sagrada Comunión; pero fuertes, no obstante, en el Señor y en el poder de su brazo. Estos son los pensamientos con que celebramos la Navidad y la Epifanía; estos son los pensamientos que deben acompañarnos a lo largo de la Cuaresma.

Sí, incluso en nuestros ejercicios de penitencia, cuando menos podríamos haber esperado encontrar modelo en Él, Cristo se ha adelantado a santificarlos para nosotros. Ha bendecido el ayuno como medio de gracia, por el hecho de haber ayunado Él; y el ayuno sólo es aceptable cuando se hace por Él. La penitencia es mero formalismo o puro remordimiento, si no se hace por amor. Si ayunamos y no nos unimos de corazón a Cristo, imitándole y pidiéndole que haga que nuestro ayuno sea el suyo, que asocie nuestro ayuno al suyo y que le comunique la fuerza de su ayuno, de manera que estemos en Él y Él en nosotros, estaremos ayunando como judíos, no como cristianos. En la liturgia de este primer domingo de Cuaresma, hacemos bien en poner ante nosotros el pensamiento de Él, cuya gracia debe habitar en nuestro interior, no sea que nuestras mortificaciones sean un puro batir el aire y nos humillemos en vano.

Hay muchas formas en que el ejemplo de Cristo puede servirnos de consuelo y ánimo en este tiempo del año.

En primer lugar, bueno será insistir en el hecho de que nuestro Señor se apartó del mundo para confirmarnos que tenemos el deber de apartarnos del mundo, en la medida de nuestras posibilidades. Lo hizo de manera particular en el caso que estamos contemplando, antes de comenzar su vida pública; pero no es el único. Antes de escoger a sus apóstoles, se preparó de la misma manera. «En aquellos días salió al monte a orar y pasó toda la noche en oración a Dios» (Lc 6,12). Pasar la noche en oración era una penitencia del mismo tipo que el ayuno. En otra ocasión, tras despedir a la muchedumbre, «subió al monte a orar a solas» (Mt 14,23), y en este caso, parece que permaneció allí gran parte de la noche. Y también, en medio de la excitación causada por sus milagros, «de madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración» (Mc 1,35). Teniendo en cuenta que nuestro Señor es el modelo perfecto de la naturaleza humana no podemos dudar que el fin de estos ejemplos de devoción estricta es que los imitemos, si queremos ser perfectos. Y este deber queda más allá de toda duda cuando encontramos ejemplos parecidos en los más eminentes siervos de Dios. San Pablo, en la epístola para el día de hoy, nombra entre otros sufrimientos que él y sus hermanos tuvieron «desvelos y ayunos» (2 Cor 6,5) y, más abajo, dice que tuvieron «frecuentes vigilias» (2 Cor 11,27).

San Pedro se retiró a Jope, a la casa de un tal Simón, curtidor, en la costa, y allí ayunó y oró. Tanto Moisés como Elías obtuvieron auxilio en sus milagrosos ayunos, tan largos como el de nuestro Señor. Moisés, en dos momentos distintos, como nos cuenta él mismo: «después me postré en la presencia del Señor. Como la primera vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua» (Dt 9,18). Elías, alimentado por un ángel, «con las fuerzas de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches» (1 R 19,8). Y Daniel: «volví mi rostro hacia el Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza» (Dn 9,3). Y también: «por aquellos días yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía alimentos agradables, ni entraban en mi boca carne o vino, ni me ungí con perfume hasta haber pasado las tres semanas» (Dn 10,2-3). Estos son ejemplos de ayuno a semejanza del de Cristo.

A continuación, señalo que el ayuno de nuestro Señor no fue más que un preliminar a sus tentaciones. Se retiró al desierto para ser tentado por el diablo, pero antes de ser tentado, ayunó. Y conviene subrayar que ese ayuno no fue una mera preparación para la batalla sino que fue, en buena medida, el origen de la batalla. Está claro que, en lugar de fortificarle contra la tentación, lo que lograron su marcha al desierto y su abstinencia fue exponerle a ella. El ayuno fue la ocasión: «después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre» (Mt 4,2); enseguida se presentó el tentador mandándole que convirtiera las piedras en panes. Satanás empleó el ayuno de Cristo contra Cristo.

Este es precisamente el caso de los cristianos que hoy se esfuerzan en imitarle; y está bien que lo sepan, para no desanimarse cuando practiquen la penitencia. Se suele decir que el ayuno tiene como fin hacernos mejores cristianos, más sobrios, y ponernos más completamente a los pies de Cristo en fe y humildad. Esto es verdad, viendo las cosas en conjunto. En conjunto, y en último término, se producirá este resultado, pero no es verdad que se vaya seguir de forma inmediata.

Al contrario, semejantes mortificaciones tienen en el momento efectos muy distintos en las diferentes personas, y hay que considerarlos no partiendo de sus beneficios visibles sino de la fe en la palabra de Dios. El ayuno, sí, somete a algunos y los acerca a Dios de una forma inmediata, pero hay otros que en el más ligero ayuno encuentran una ocasión para caer. Por ejemplo, a veces se invoca como una objeción contra el ayuno, y como si fuera un motivo para omitirlo, el que vuelve a la gente irritable y de mal carácter.

Confieso que a menudo ocurre así. Y también, lo que muy a menudo se sigue de él es una flojedad que priva a la persona del dominio de sus actos corporales, sentimientos y expresiones. Y así, por ejemplo, parece descontrolado cuando no lo está; quiero decir porque no es responsable de su lengua, labios y, en realidad, de su cabeza. No usa las palabras que quiere usar, ni el acento o el tono. Parece brusco cuando no lo es; y el darse cuenta de ello, y la reacción de esa conciencia sobre él, son una tentación, y de hecho le vuelve irritable, sobre todo si la gente le malinterpreta y piensa de él lo que no es. Además, la debilidad corporal puede privarle de autocontrol en otros puntos; quizá no puede evitar sonreír o reírse, cuando debería mantenerse serio, lo cual evidentemente resulta un trance penoso y humillante. O le vienen malos pensamientos de los que no logra librarse la mente, como si fuera ésta peso muerto y no espíritu, y le dejan un mal efecto por dentro que no es capaz de evitar. O la debilidad corporal a menudo le vuelve incapaz de prestar atención a las oraciones vocales, en vez de rezar con más fervor. La debilidad corporal a menudo viene acompañada de languidez y flojedad, lo cual es una tentación seria de caer en la pereza. Aún no he nombrado el más penoso de los efectos que puede producir incluso el moderado ejercicio de este gran deber de los cristianos. Es innegable que el ayuno es una ocasión de pecado, y lo digo para que las personas no se sorprendan y se desanimen cuando se den cuenta de que esto es así. Y el mismo Señor misericordioso lo sabe por experiencia propia; y que Él lo haya experimentado y por tanto lo sepa, tal y como lo recoge la Escritura, es para nosotros un pensamiento lleno de consuelo. No quiero decir con esto, Dios no le permita, que la menor mancha de pecado haya tocado su alma inmaculada, pero sabemos por la historia sagrada que en su caso, y en el nuestro, el ayuno abrió el camino a la tentación. Y quizá la verdad más profunda de estas prácticas es que de una forma maravillosa y desconocida nos abren el mundo del más allá para bien y para mal, y de alguna forma nos entregan a un extraordinario conflicto con los poderes del mal.

Se cuentan historias (que sean verdaderas o no, poco importa, porque manifiestan lo que la voz de la humanidad estima como probable) de ermitaños del desierto que son asaltados por Satanás de peregrinas maneras, y que resisten al maligno y lo expulsan, como nuestro Señor, y con Su fuerza. E imagino que si conociéramos la historia secreta del alma de los hombres del cualquier época encontraríamos esto (al menos, creo que no invento teorías): una llamativa combinación, en el caso de los que por la gracia de Dios avanzaron en las cosas sagradas (y sea cual sea el caso de los que no hicieron tales avances), una combinación de, por un lado, tentaciones de pensamiento y, por el otro, de no verse éste afectado por ellas, ni consentir la voluntad en ellas, ni siquiera momentáneamente, sino que las aborrecen y no les viene mal alguno de ellas. Al menos yo puedo concebir esto, y evidentemente, ha habido personas que se asemejaron y participaron en la tentación de Cristo, que fue tentado, y no pecó.

Que no se angustien los cristianos, si se encuentran expuestos a pensamientos que les llenan de aborrecimiento y terror. Al contrario, que semejante prueba les haga presente, con viveza y claridad, la bondad del Hijo de Dios. Porque si para nosotros es una prueba que nos vengan pensamientos a los que nuestro corazón es ajeno, ¿cuál no habrá sido el sufrimiento del Verbo Eterno, Dios de Dios, Luz de Luz, Santo y Verdadero, al verse tan expuesto a Satanás que podría haberle infligido todas las miserias, excepto el pecado? Desde luego, para nosotros es una prueba que el acusado de los hombres nos atribuya públicamente motivos y pensamientos que jamás tuvimos; es una prueba sentir que se nos meten subrepticiamente ideas de las que huimos; es una prueba para nosotros que a Satanás se le permita mezclar sus pensamientos con los nuestros, y que nos sintamos culpables cuando no lo somos; que pueda encender lo irracional de nuestra naturaleza de manera que en cierto sentido lleguemos a pecar contra nuestra voluntad. Pero ¿no es verdad que Alguien más grande ha sufrido esa prueba antes que nosotros, y la ha vencido con más gloria? Él fue probado en todo, «de manera semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Ht 4,15). Por tanto, también en esto, las tentaciones de Cristo nos dan ánimo y consuelo.

Por tanto, quizá esta es una visión de las consecuencias del ayuno más verdadera de lo que se piensa normalmente. Por supuesto, con la gracia de Dios, al final siempre trae un beneficio espiritual a nuestras almas, y las mejora gracias a Él que lo causa todo en todo; y a menudo también supone un beneficio temporal en ese momento

Pero a menudo es al contrario: a menudo no hace sino volver más excitables y susceptibles los corazones. Por tanto, en todos los casos hay que contemplar el ayuno como un acercamiento a Dios, un acercamiento a los poderes del cielo y, sí: también en los poderes del infierno. En este punto de vista hay algo muy tremendo. Por lo que sabemos, las tentaciones de Cristo no son más que la plenitud de las que, según el grado de nuestra debilidad y corrupción, ocurren a aquellos siervos suyos que le buscan. Este es un motivo fuerte por el que la Iglesia asocia este tiempo de penitencia con la morada de Cristo en el desierto, para que no quedemos sujetos a nuestros pensamientos y, por así decir, a «las fieras salvajes» y nos desanimemos en la aflicción, sino que sintamos que somos lo que realmente somos: no esclavos de Satanás, hijos de la ira que gimen sin esperanza bajo el fardo del pecado, confesándole y gritando «Infeliz de mí!» (Rm 7,24), sino pecadores, y pecadores que se afligen hacen penitencia por sus pecados, pero también hijos de Dios, en quienes el arrepentimiento da fruto, y que al abajarse son exaltados, y que al mismo momento que se arrojan a los pies de la Cruz, son soldados de Cristo, con la espada en la mano que luchan una generosa batalla y saben que tienen ya, en ellos y sobre ellos, eso ante lo que los demonios tiemblan y huyen.

Y este es otro punto que hay que distinguir claramente en la historia del ayuno y las tentaciones de nuestro Señor: la victoria en que terminó. Tuvo tres tentaciones, y venció las tres. En la última dijo: «Apártate, Satanás», y enseguida «le dejó el diablo» (Mt 4,10-11). Esta lucha y esta victoria en el mundo invisible se barrunta en otros pasajes de la Escritura. Lo más notable es lo que nuestro Señor dice sobre el endemoniado al que los apóstoles no pudieron curar. Acababa de bajar del monte de la Transfiguración adonde, por cierto, había subido con sus apóstoles predilectos para pasar la noche en oración. Bajo tras esa comunión con el mundo invisible y expulsó el espíritu maligno; y dijo: «Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración y el ayuno» (Mc 9,29), lo cual equivale a decir que esos ejercicios otorgan al alma poder sobre el mundo invisible; y no hay motivos para suponer que haya que limitarlos a los primeros siglos del Evangelio. Creo que sobran pruebas incluso en lo que hemos podido saber luego de los efectos de esos ejercicios sobre personas actuales (por no recurrir a la historia), para demostrar que esos ejercicios son instrumentos de Dios para dar a los cristianos un alto y regio poder sobre sus iguales.

Y dado que la oración es no sólo el arma, siempre necesaria e infalible, en nuestra lucha contra el poder del mal, sino que la liberación del mal va siempre incluida como objeto de la oración, de ahí se sigue que cualquier texto que hable de nuestro dirigirnos a Dios Todopoderoso y vencerle con oración y ayuno, está hablando de esa lucha y promete esa victoria sobre el maligno. Así en la parábola, la viuda inoportuna que representa a la Iglesia en oración, se muestra no sólo firme con Dios sino contra su adversario. «Hazme justicia ante mi adversario» (Le 18,3), dice, y nuestro adversario es «el diablo, que, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe», dice san Pedro (1 P 5,8-9). Hay que observar que en esta parábola, se nos recomienda especialmente la perseverancia en la oración. Y esto es parte de la lección que nos enseña la prolongada duración de la Cuaresma: que no obtendremos nuestros deseos mediante la dedicación de un día suelto para hacer penitencia, o por una oración aislada, por muy fervorosa que sea, sino por ser «constantes en oración» (Rm 12,12). Lo mismo se nos dice en el relato de la lucha de Jacob. Como es el caso de nuestro Señor, esta duró toda la noche. Con quién se encontró en esta ocasión solitaria, no se nos dice; pero Aquel con quien peleó, le dio fuerzas para pelear y al final le dejó una prenda en el cuerpo, como para mostrar que Jacob había vencido solo por condescendencia de Aquel que había sido vencido. Con la fuerza que había recibido, aguantó hasta la aurora, y pidió ser bendecido, y el que recibió la petición le bendijo, y le dio un nuevo nombre, en recuerdo de aquel suceso. «Ya no te llamará: más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con hombres, y has podido› (Gn 32,29). Y Moisés pasó uno de sus cuarenta días de ayuno, intercediendo por el pueblo, que había construido el becerro de oro. «Me postré, pues, ante el Señor continué en postración durante cuarenta días y cuarenta noches, porque el Señor había hablado de aniquilarlos. Y le dije en mi súplica: mi Señor Dios: No destruyas a tu pueblo y a tu heredad, que rescataste por tu grandeza, al que sacaste de Egipto con mano fuerte» (Dt 9,25-26). Y los dos ayunos que se nos narran de Daniel terminan también en bendición. El primero fue de intercesión por el pueblo, y recibió como respuesta la profecía de las setenta semanas. El segundo fue también recompensado con una revelación profética; y, lo que es notable, parece haber tenido influencia (si se puede usar tal palabra) sobre el mundo invisible, desde el momento en que lo empezó «El ángel me dijo: -No temas, Daniel. Desde el primer día que aplicaste tu corazón a comprender y a humillarte ante tu Dios, tus palabras fueron escuchadas, y yo he venido a causa de tus palabras» (Dn 10,12). Vino al final, pero estaba listo para ir desde el principio. Pero más importante que esto, el ángel sigue: «El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días», justo el tiempo que Daniel había estado orando, «pero he aquí que Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi ayuda; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia» (Dn 10,13).

Un ángel acudió a Daniel durante su ayuno; de igual manera, en el caso de nuestro Señor, ángeles vinieron a servirle, y también nosotros podemos creer y consolarnos pensando que, también hoy, Dios envía sus ángeles especialmente a aquellos que le buscan de esa manera. No sólo Daniel, también Elías fue confortado por un ángel durante su ayuno; y un ángel se apareció a Cornelio, mientras ayunaba y oraba. Y yo creo realmente que sobra con lo que las personas religiosas ven a su alrededor para confirmar esta esperanza que hemos ido recogiendo de la palabra de Dios.

«Porque ha dado órdenes a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos» (Sa 91,11) y el demonio conoce esta promesa porque la empleó en la suprema hora de la tentación. Sabe perfectamente en qué consiste nuestro poder y en qué consiste su debilidad. Así que nada tenemos que temer mientras permanezcamos dentro de la sombra del Trono del Altísimo. «Caerán mil a tu lado, diez mil a tu derecha; pero a ti no te alcanzará» (Sal 91,7). Mientras permanezcamos en Cristo, somos partícipes de su seguridad. Él ha roto el poder de Satán. Él ha caminado «sobre serpientes y víboras pisoteado al león y al dragón» (Sal 91,13), por tanto, los malos espíritus, en lugar de tener poder sobre nosotros, tiemblan y temen ante cualquier verdadero cristiano.

Saben que este lleva dentro algo que los domina, que puede, si quiere, reírse de ellos despreciarlos y hacerlos huir. Lo saben bien, y lo tienen en cuenta en todas su acometidas contra el cristiano. Sólo el pecado les da poder sobre él y su principal objetivo es hacerle pecar, y por tanto hacerle caer por sorpresa, pues saben que es el único camino para vencerle. Intentan asustarle con la apariencia de peligro, y las sorprenderle. O se le acercan suave y arteramente para seducirlo, y así sorprenderle. Pero si no lo cogen por sorpresa, no pueden hacer nada. Por tanto, hermanos, «no desconozcamos sus propósitos» (2 Cor 2,11), y conociéndolos, vigilemos, ayunemos oremos, mantengámonos unidos bajo las alas del Todopoderoso, para que Él sea nuestro escudo y protección. Pidámosle que nos haga conocer su voluntad, que no enseñe nuestras faltas, que borre de nosotros cuanto pueda ofenderle, y que no conduzca por el camino de la salvación eterna.

Y durante este tiempo santo consideremos que estamos en lo alto del Monte con Él, dentro de la nube, escondido con Él, no apartados de Él, no fuera de Él, porque sólo en su presencia está la vida sino con Él y en Él, aprendiendo su Ley con Moisés, sus atributos con Elías, su consejos con Daniel, aprendiendo a arrepentirnos, aprendiendo a confesar y enmendar nuestras faltas, aprendiendo su amor y su temor, desaprendiendo de nosotros mismos y creciendo hasta alcanzarle a Él, que es nuestra Cabeza.

Traducción de Víctor García Ruíz

Sermones parroquiales 6 – (Parochial and Plain Sermons) por John Henry Newman – Leer libro online (24symbols.com)

John Henry Newman

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Unámonos para rezar la novena de San John Henry Newman.

Día 1
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios, ser estudiante universitario es un momento crucial en la vida de una persona. Es la marca de cuando uno se independiza. Uno adquiere tanto conocimiento nuevo. Realmente significa esa transición de niño a adulto. Hay tanta presión y, como tal, a menudo es el momento en que las personas comienzan a abandonar su fe.

San John Henry Newman, sabías que este era un momento tan importante en la vida de una persona; por eso dedicaste la mayor parte de tu vida a este grupo de personas.

Por favor guía a todas y todos los estudiantes universitarios, San John Henry Newman. Convéncelos con un nuevo conocimiento de Cristo. Permíteles encontrar amigos y mentores en sus campus, que alienten su fe, no que los convenzan de que no está bien.

Ayúdalos a tomar decisiones sabias y saludables. Permíteles usar este tiempo de descubrimiento, no para arrojarlos a los brazos de satanás, sino para caer de rodillas frente a Dios y darse cuenta de cuánto los ama.

Asegúrese especialmente de que todos los campus universitarios tengan acceso a misa regular, adoración y confesión. Bendice a todos los que trabajan con estudiantes universitarios para brindarles estos recursos, especialmente a todos los que trabajan en los Centros Newman en tu honor.

Por favor, ten en cuenta también mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 2
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios, sabemos que cualquiera que te ama es amado mucho más a cambio. Como el que perdió una de sus 99 ovejas, debo creer que tu alegría por el regreso a ti de un converso debe ser particularmente alegre.
San John Henry Newman, usted conoce de primera mano las luchas de ser un converso. Como vicario de una iglesia universitaria, debe haber sido asombroso para ti encontrarse atraído por las verdades del catolicismo. Sin embargo, tuviste la gracia, la humildad y el coraje necesarios para aceptar la verdad y convertirte a una nueva religión.

San John Henry Newman, por favor vela por todos los conversos. Ayúdalos mientras atraviesan las luchas que tú tan bien conoces. Ayuda a sus familias y amigos a ser solidarios. Anímalos a aprender todo lo que puedan acerca de Cristo. Finalmente, permíteles sentir la alegría que tienen en su primer momento de volver a casa a lo largo de sus vidas.
Permíteme también sentirme reconvertido en mi corazón cada día. Ya sea que nací en la fe o que yo mismo sea un converso, inspira ese mismo gozo en mi propio corazón sin importar cuántos días o años hayan pasado desde que aprendí a amar a Dios ¡Ayúdame a sentirme siempre encendido y fresco con mi fe!
Por favor oren también por mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 3
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios, gracias por guiar a la Iglesia a lo largo de la historia. Ciertamente hemos visto algunos altibajos, pero oro para que siempre nos mantengamos a tu favor y que el estudio de nuestra historia pueda ayudarnos a ser aún mejores cristianos hoy.
San John Henry Newman, parte de lo que te convirtió a la Iglesia Católica fue ver nuestra historia y entender que esta era la verdadera religión fundada por Cristo.
Como ese fue un factor tan convincente para ti, te dispusiste a asegurarte de que el resto de la Iglesia también supiera cuán importante es nuestra historia.

Sé que no siempre hemos seguido a Dios lo mejor que hemos podido como Iglesia. Como cualquier persona individual, nos hemos desviado muchas veces de lo que Dios quiere. Los recientes escándalos de abusos en la Iglesia sólo nos lo han recordado cada vez más.
Sin embargo, también hay esperanza que podemos encontrar en la historia de nuestra Iglesia. Podemos ver tiempos de belleza. Podemos ver tiempos de gran evangelización. Podemos ver tiempos de crecimiento en el amor y la comprensión de Dios. Podemos ver el ejemplo de tantos santos maravillosos, incluyéndote a ti mismo.
San John Henry Newman, por favor ilumíneme sobre la historia de nuestra Iglesia para que pueda ser fortalecido por su conocimiento. Cuando otros miren hacia atrás en la historia de la Iglesia dentro de unos años, permítanme ser un ejemplo que también lleve a otros a la santidad.
Por favor oren también por mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 4
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús, cuando estabas aquí en la tierra, enseñaste a tus discípulos acerca de la ley. Pero no sólo les enseñaste cuáles eran las leyes. Los quitaste y mostraste por qué eran importantes. Mostraste la intención detrás de la ley.
San John Henry Newman, ¿puedes hacer lo mismo por mí?
Sé que una de tus pasiones era enseñar sobre la doctrina de la Iglesia. Reconociste que la gente de la época había caído en los mismos caminos que los discípulos. Estaban siguiendo la ley, pero no sabían lo que realmente significaba.
A veces, nuestra religión puede parecer tan llena de reglas, San John Henry Newman. Pero viste la razón detrás de ellos. Conocer esa razón te hace darte cuenta de que no son restrictivas, sino liberadoras ¡La doctrina de la iglesia es hermosa! ¡Nos permite amar a Dios en la forma en que Él desea ser amado!
Por favor ilumíname sobre el verdadero significado de las leyes de la Iglesia. Anímame a estar en constante aprendizaje. Ayúdame a entender la doctrina por lo que realmente es: una forma de vida y pensamiento que conduce directamente a Dios. Permíteme seguir esta doctrina, no porque tenga miedo de las consecuencias, sino porque quiero amar a Dios plenamente.
Por favor, tenga en cuenta también mis otras intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 5
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Dios, hoy te traigo a todos aquellos que trabajan en colegios y universidades de todo el mundo. Oro para que tomen en serio su responsabilidad de formar jóvenes adultos. ¡Que se sientan animados e inspirados por la alegría de la nueva generación!
San John Henry Newman, a veces debe haber sido agotador trabajar con estudiantes universitarios ¡Están pasando por todas estas emociones y transiciones, mientras aprenden mucho sobre el mundo que los rodea! Pero nunca se dio por vencido con ellos, y tuvo la tarea monumental de trabajar para asegurarse de que ellos también aprendieran acerca de Dios durante su tiempo en la universidad.
Los estudiantes universitarios de hoy serán los líderes del mañana. Bendice a todos los que trabajan con estudiantes universitarios, San John Henry Newman. Dales paciencia y discreción. Ayúdalos a ser un mentor siempre, especialmente en asuntos de fe. Por favor permítales la oportunidad de dar testimonio de Cristo a estos estudiantes y de no tener miedo de decir la verdad.
También pido que todas las universidades estén abiertas a la fe en el campus. Por favor, vigile especialmente todos los Centros Newman nombrados en su honor.
También te pido que tengas en cuenta mis intenciones:
(Indique sus intenciones)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 6
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Dios, gracias por el don de las vocaciones. ¡Ayúdanos a todos a usar este gran regalo de amarte de una manera especial!
San John Henry Newman, a pesar de que eras miembro del clero, reconociste la importancia de educar a los laicos. Por eso, dedicaste tanto tiempo a diseccionar la historia y la doctrina de la Iglesia para que el conocimiento de la fe no fuera sólo para el clero.
Por favor, abre este mismo conocimiento para mí. No importa mi vocación, anímame a seguir formándome en la Iglesia. Enciende mi corazón para que arda con más conocimiento de Dios. Cuando leo, escucho o veo información sobre la fe, ayúdame a eliminar las distracciones de mi mente. Ayúdame a encontrar aplicaciones en mi vida hoy para hacer que estas enseñanzas sean aún más relevantes.
¿Podría también inspirarme a quizás enseñar a otros más acerca de Dios también? Abre mi corazón a la posibilidad de servir como educador de la fe, ya sea a través de la educación religiosa, la pastoral juvenil, el estudio de la biblia o tantas otras oportunidades. Ayúdame a sentirme equipado para responder a este llamado si es puesto en mi corazón.
Por favor intercede también en nombre de mis otras intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 7
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús, sé que dijiste que cualquiera que desee seguirte debe tomar su cruz. Estoy dispuesto a tomar mi cruz, pero a veces parece más pesada de lo que creo que puedo manejar.
San John Henry Newman probablemente enfrentó muchas cruces en su vida. Trabajar en la administración de la educación superior debe haber tenido sus obstáculos, especialmente cuando intentabas enseñar la verdad ¡Incluso abandonar su fe protestante para convertirse en católico debe haber sido un desafío!
Tengo una cruz en mi vida que encuentro difícil de llevar, San John Henry Newman. Sé que es mi deber llevarlo fielmente, pero necesito ayuda ¿Puedes ayudarme a soportarlo?
Por favor, oren por mí, San John Henry Newman. Pídele a Dios que me dé fuerzas para confiar en él a pesar de las pruebas. Intercede por mí para que esta cruz actual me ayude a crecer en la virtud y acercarme a Cristo. Dame la gracia de la perseverancia para que sepa el bien que ganará esta cruz.
Por favor, tenga en cuenta también mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 8
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
Dios, nos enviaste el mejor modelo a seguir que podríamos pedir en Jesús mismo. Pero a veces, puede parecer difícil alcanzar el nivel de santidad de Jesús debido a su naturaleza divina. Por eso, aprecio también el don de los santos, que me ayudan a demostrarme cada día que la santidad es posible.
San John Henry Newman, algunos de sus modelos a seguir incluyeron a los primeros Padres de la Iglesia. Devoraste sus escritos y, de hecho, fue su testimonio lo que te ayudó a conducirte a la fe.
De manera similar, encuentro que las vidas de santos como usted, San John Henry Newman, son muy inspiradoras en mi propio viaje de fe. Me alienta el hecho de que personas comunes como yo puedan hacer cosas extraordinarias para Dios: tan extraordinarias que él las bendice al permitir que ocurran milagros a través de su intercesión.
Sé que mi camino hacia la santidad es rocoso, pero aun así me esfuerzo por llevar una vida santa gracias a tu ejemplo. ¡Gracias por mostrarme cómo es llevar una vida moral y santa que agrada a Dios! Ayúdame a estar siempre inspirado por los santos y recurrir a todos ustedes en tiempos de necesidad. Continúa intercediendo por mí, especialmente cuando se trata del bienestar de mi alma.
También te pido que tengas en cuenta mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Día 9
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Señor, cuando miro todo lo que has hecho por mí, sé que siempre debo ser firme en mi creencia en ti. Sin embargo, cuando surgen problemas, no puedo decir que siempre sea así.
San John Henry Newman, hoy me gustaría traerles a todos aquellos cuya fe está siendo probada. Ya sea que me describa a mí o a un amigo, sé que todos hemos pasado por estos momentos de duda. ¡Seguro que tú también experimentaste ese sentimiento en tu vida!
Por favor, quédate con todos aquellos que actualmente dudan de su fe, San John Henry Newman. Ilumina sus almas con gozo en la presencia de Dios. Anímalos a orar más, estudiar más y nunca abandonar su fe. Concédeles la gracia de la perseverancia e intercede por ellos para que sientan de nuevo la fuerza del amor de Dios por ellos.
En este momento, también te pido que ores en mi nombre por mis intenciones:
(Indique sus intenciones aquí)
¡San John Henry Newman, ruega por nosotros!
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Fuente: https://catolicalia.com/novena-de-san-juan-enrique-newman/

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Primera estación

Jesús es condenado a muerte

Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento

y a una muerte abyecta.

Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.

Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?

Segunda estación

Jesús carga con la cruz

Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad.

Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

Tercera estación

Jesús cae por primera vez

Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae.

Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados.

Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

Cuarta estación

Jesús encuentra a su madre

Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza.

De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia.

¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?

Quinta estación

Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz

Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz.

Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Sexta estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús

Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela.

Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque.

Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.

Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo.

¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti.

Octava estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”.

Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”.

¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.

Novena estación

Jesús cae por tercera vez

Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados.

La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”.

Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos.

Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos.

Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.

Décima estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud.

Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento.

Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?

Undécima estación

Jesús, clavado en la Cruz

Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta.

Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles.

Duódécima estación

Jesús muere en la Cruz

Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu.

Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.

Decimotercera estación

Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre

La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María.

Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal.

Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.

Decimocuarta estación

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado.

Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección.

Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo.

Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.

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