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La inscripción al III Coloquio Newman incluye el material del congreso, dos cafés y un lunch.

La inscripción doble (III coloquio Newman y III European Liberal Arts and Core Texts

education Conference) incluye el material de los dos congresos, cuatro cafés, y tres

lunches.

La visita guiada al Museo de la Universidad y la cena de gala de la III European Liberal

Arts and Core Texts Education Conference (opcional, viernes 18 octubre 2019), se

pagan aparte.

Hasta el 31 de mayo de 2019 (incluido):

Cuota inscripción III Coloquio Newman: 25 €

Cuota inscripción doble: III Coloquio Newman y III European Liberal Arts and Core

Texts Education Conference: 135 €

Cuota inscripción profesores Universidad de Navarra (para los dos congresos): 0 €

A partir del 1 de junio de 2019 (incluido)

Cuota inscripción III Coloquio Newman: 40 €

Cuota inscripción doble: III Coloquio Newman y III European Liberal Arts and Core

Texts Education Conference: 200 €

Inscripción estudiantes de grado y doctorandos

Cuota inscripción III Coloquio Newman: 10 €

Cuota inscripción doble: III Coloquio Newman y III European Liberal Arts and Core

Texts Education Conference: 25 €

Cena de gala y visita al Museo (opcional)

Visita guiada museo de la Universidad y Cena de gala (viernes 18 de octubre): 40 €

INSCRIPCIÓN Y PAGO MEDIANTE TARJETA DE CRÉDITO/ TRANSFERENCIA BANCARIA

Formulario de inscripción y pago:

Guarde el justificante del pago. Si tiene cualquier problema con el formulario o pago,

por favor póngase en contacto con Maialen Sesma en el correo:

[email protected]

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Los días 17, 18 y 19 de octubre de 2019 tendrá lugar en la Universidad de Navarra la III

European Liberal Arts and Core Texts Education Conference, con el siguiente

título: Caring for souls: Can core texts educate character?

La III European Liberal Arts and Core Texts Education se celebra cada dos años y reúne

a académicos de universidades europeas interesadas en la tradición y la práctica de la

educación liberal. Estas universidades utilizan la metodología de los Grandes Libros

como parte de su propuesta educativa. Forman parte de la ACTC, asociación de

universidades a nivel mundial que promueven la educación liberal.

John Henry Newman fue un gran defensor de la educación liberal y como parte de la

misma, de la educación a través de la lectura de los Clásicos. Nos parece que este

congreso es complementario a nuestro Coloquio Internacional Newman, y ofrecemos la oportunidad a aquellos que lo deseen, de inscribirse en los dos.

Las fechas y horas son consecutivas.

Más información.

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III INTERNATIONAL COLOQUIUM JOHN HENRY NEWMAN

And authors who influenced him, and in whom he influenced Liberal education in John Henry Newman University of Navarra, October 16 – 17, 2019

Topic

The liberal education proposed by John Henry Newman for the Catholic University of Ireland in the nineteenth century is still valid. For him, the end of the university is knowledge, and its central focus is the formation of intelligence.

The rest would come in addition. Among the intellectual skills it seeks to develop is the philosophical habit, without which the ability to link and give unity to different knowledge, the sincere search for truth, and the ability to solve theoretical and practical problems is impossible.

The study of grammar, literature, history, different languages ​​and cultures come to harmonize in the mind thanks to this philosophical habit. In The Idea of ​​a University, Newman describes what he considers to be a true gentleman, beyond a cold and serene man, as was the British ideal in the light of Captain Horatio Nelson. The gentleman for Newman is a well-educated man, a wise man, who has properly formed and «furnished» his mind, but, above all, has a vision of the whole, distinguishes between what is important and what is secondary, what is distant and what is close and, above all, everything, the value of each person. All these positive effects, on the one hand, are manifestations of the philosophical habit and, on the other hand, of an adequate self-control and the forging of character, which open up to a more finished knowledge of reality thus enabling the knowledge of God through of theology.

It is not a matter of looking for a result by including philosophical or theological matters in university studies, but of creating suitable areas for dialogue and reflection, the internalization of what other scholars have proposed for the better knowledge of oneself and of the human nature that we share. It is true that philosophy and theology are comprehensive knowledge of reality, which help this understanding as a whole, but the habit is formed with practice, with dialogue, in the debate, in the reflection and expression of our thoughts and in the exchange between teachers and students.

This III Colloquium on John Henry Newman, its sources and commentators, has the purpose of creating this atmosphere of dialogue about university education.

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Topic del III Coloquio Internacional John Henry Newman, sus fuentes y comentadores: La educación liberal

La educación liberal que propuso John Henry Newman para la Universidad Católica de Irlanda en el siglo XIX sigue vigente. Para él, el fin de la universidad es el saber, y su focus central es la formación de la inteligencia.

Lo demás, vendría por añadidura. Entre las habilidades intelectuales que busca desarrollar es el hábito filosófico, sin el cual la capacidad de vincular y dar unidad a los distintos saberes, la búsqueda sincera de la verdad, y la capacidad para resolver problemas teóricos y prácticos se imposibilita.

El estudio de la gramática, de la literatura, de la historia, de las diversas lenguas y culturas llegan a armonizarse en la mente gracias a este hábito filosófico. En The Idea of a University, Newman describe lo que él considera que es un verdadero gentleman, más allá de un hombre frío y sereno, como fue el ideal británico a la luz del Capitán Horatio Nelson. El gentleman para Newman es un hombre culto, un hombre sabio, que ha formado y “amueblado” adecuadamente su mente, pero, sobre todo, tiene visión de conjunto, distingue entre lo importante y lo secundario, lo lejano y lo cercano y, sobre todo, el valor de cada persona. Todos estos efectos positivos, por un lado, son manifestaciones del hábito filosófico y, por otro lado, de un adecuado dominio de sí y la forja del carácter, que abren a un conocimiento más acabado de la realidad posibilitando así el conocimiento de Dios a través de la teología. No se trata entonces de buscar un resultado al incluir materias filosóficas o teológicas en los estudios universitarios, sino de crear ámbitos adecuados para el diálogo y la reflexión, la interiorización de lo que otros sabios han propuesto para el mejor conocimiento de sí mismo y de la naturaleza humana que compartimos. Es verdad que la filosofía y la teología son saberes abarcantes de la realidad, que ayudan a esta comprensión de conjunto, pero el hábito se forma con la práctica, con el diálogo, en el debate, en la reflexión y expresión de nuestros pensamientos y en el intercambio entre profesores y alumnos.

Este III Coloquio sobre John Henry Newman, sus fuentes y comentadores, tiene como propósito el crear este ambiente de diálogo sobre la educación universitaria.

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El nuevo libro sobre Newman

Libro de Casimiro Jiménez Mejía

La trayectoria del beato John Henry Newman refleja mejor que cualquier otra el ambiente moral, espiritual y religioso en Inglaterra durante el convulso siglo. XIX. Las luchas vitales del propio Newman son el mejor exponente de las contradicciones existentes en la sociedad victoriana, donde lo viejo y lo nuevo, la tradición y la innovación libraban una cruenta batalla. 

Si algo debemos destacar de la tortuosa vida de Newman, es sin duda su conversión al catolicismo, y su fe en la Divina Providencia. Por esta razón, esta biografía escrita por el sacerdote católico Casimiro Jiménez se titula “John Henry Newman, conversión y providencia”.

Con esta biografía, Casimiro pretende acercar al público la figura del Beato Newman, describiendo su trayectoria vital e intelectual, y explicando el porqué de su influencia en el mundo occidental. No se trata, pues, de un estudio para expertos en la figura del Cardenal Newman, sino de una breve biografía que permita a los lectores un primer acercamiento al pensamiento de este beato.

El libro sigue un orden cronológico, para facilitar la comprensión de los hechos a los lectores. Primero se narran las condiciones en las que se desarrollaron la infancia y la adolescencia de Newman. De las tres fuertes conversiones que el Cardenal experimentó a lo largo de su vida, la primera tuvo lugar a los 15 años, cuando Newman fue consciente de que Dios le llamaba al celibato.

Después se aborda la etapa universitaria de Newman en Oxford. El propio Cardenal siempre consideró esta etapa como una de las más felices de su vida. Tras estudiar en Oxford, Newman se convirtió en profesor de la Universidad y en párroco de Saint Mary. Poco después de ser admitido como profesor, Newman se embarcó a un viaje a Italia, donde experimentó una segunda conversión. 

Tal y como explica Casimiro, la segunda conversión de Newman fue determinante para su trayectoria intelectual. Y es que, tras este importante acontecimiento, el futuro Cardenal decidió dedicar todos sus esfuerzos a combatir el liberalismo religioso, y a encontrar una vía media entre el catolicismo romano y lo que Newman llamaba “catolicismo” ingles. Debido su vasta influencia intelectual, Newman atrajo hacia él a numerosos intelectuales oxonienses, dando comienzo al famoso “Movimiento” de Oxford. Este movimiento tuvo como principal objetivo volver a las esencias del primer cristianismo.

A partir de 1840, Newman comenzó a sentir dudas en relación con la autenticidad de la corriente anglicana. Tal y como explica el autor de esta biografía, las dudas que asaltaron a Newman no surgieron por casualidad, sino que fueron los frutos de años y años dedicados a la búsqueda de la verdad. Finalmente, en 1844, llegó la última y definitiva conversión de Newman al catolicismo.

Si bien la vida de este beato es muy conocida hasta su conversión, los hechos acaecidos después de ésta no son tan famosos. Como explica Casimiro, Newman hubo de superar graves impedimentos después de su conversión, debido a la desconfianza generalizada por parte de católicos y protestantes.  Además, Newman sufrió su propio calvario interior porque creía que sus obras católicas no tenían tanta difusión e influencia como sus obras anglicanas. 

Así pues, en los últimos capítulos, el autor posa la vista en los principales hitos de la vida de Newman como católico, desde su nombramiento y posterior dimisión como rector de la Universidad Católica de Dublín a su nombramiento como Cardenal por parte del Papa León XIII.

En definitiva, nos encontramos ante una magnífica biografía del Cardenal Newman, en la que se narran los principales hitos de esta extraordinaria e influyente figura, para que los lectores se acerquen más a la interesante trayectoria del que pronto será elevado a los altares como santo de la Iglesia Católica. 

Jiménez Mejía, Casimiro. (2019): John Henry Newman: conversión y providencia, Madrid, Digital Reasons. 

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Nueve años después de su beatificación, hoy día 1 de julio de 2019 se anuncia la fecha de la canonización de John Henry Newman: 13 de octubre de 2019.

Desde Roma nos escriben desde la Internacional Newman Friends para dar este gozoso aviso, enviado a todos los que se consideran sus amigos:

<Con profunda alegría les comunicamos que el 13 de octubre de 2019, el Papa Francisco canonizará al Beato John Henry Newman, junto con otros cuatro bienaventurados, en la plaza de San Pedro en Roma.

Cuando Newman escuchó que alguien lo había llamado santo, escribió en su seco sentido del humor: «No tengo tendencia a ser santo, es algo triste de decir. Los santos no son hombres literarios, no aman a los clásicos, no escriben Cuentos … Para mí es suficiente con oscurecer los zapatos de santos como San Felipe, si es que en el Cielo usa el negro en sus zapatos» (Letters and Diaries, tomo XIII, n. 419). A lo largo de su vida, Newman pensó que estaba lejos del ideal de santidad. Sin embargo, desde su «primera conversión» a la edad de quince años (hacia el año 1816), su esfuerzo estaba orientado hacia Dios, a quien había reconocido como Creador y centro de su vida.

Una conciencia vívida de la presencia de Dios, una fe sincera en el Apocalipsis y una disposición para asumir la responsabilidad de la salvación de las personas caracterizaron toda su vida. En el curso de su «primera conversión», eligió las siguientes palabras como un lema: «Santidad en lugar de paz». Su objetivo era superar cualquier forma de paz falsa, seguir incondicionalmente la Verdad y llevar una vida en conformidad con el Evangelio. Un día después de la muerte de Newman, el conocido periódico inglés publicó un obituario, concluyendo con estas palabras: «De una cosa podemos estar seguros, que la memoria de esta vida pura y noble, no tocada por la mundanalidad …, perdurará y que, independientemente de que Roma lo canonice o no, será canonizado en los pensamientos de personas piadosas de muchos credos en Inglaterra. El santo… en él, sobrevivirá «(The Times, 12 de agosto de 1890).

En la década de 1950, hacia el final del pontificado de Pío XII, se abrió oficialmente el proceso de canonización. Es sorprendente la claridad con la que los Papas recientes expresaron su aprecio por el cardenal inglés, subrayando también su relevancia profética para nuestros tiempos. Cuando Dominic Barberi, un sacerdote de la orden Pasionista, quien había recibido a Newman en la Iglesia Católica en 1845, fue beatificado el 27 de octubre de 1963, Pablo VI declaró que Newman «guiado únicamente por el amor de la verdad y la fidelidad a Cristo, trazó un itinerario, el más difícil, pero también el más grande, el más significativo, el más concluyente que el pensamiento humano haya llegado a tener durante el último siglo -de hecho, se podría decir durante la era moderna- para llegar a la plenitud de la sabiduría y de la paz». Pablo VI alimentó una gran veneración hacia Newman.

En una carta dirigida el 7 de abril de 1979 al Arzobispo de Birmingham, con motivo del Centenario del Cardenalato de Newman, Juan Pablo II escribió: «Newman, con una visión casi profética, estaba convencido de que estaba trabajando y sufriendo» para la defensa y afirmación de la causa de la religión y de la Iglesia, no solo en favor de su propio tiempo, sino también para el futuro. Su influencia inspiradora, como gran maestro de la fe y como guía espiritual, se percibe cada vez más claramente en nuestros días”.

Benedicto XVI, que beatificó a Newman durante una celebración eucarística en Birmingham el 19 de septiembre de 2010, declaró en su discurso con motivo de los saludos de Navidad a la Curia romana el 20 de diciembre de 2010, refiriéndose a Newman: 

“¿Por qué fue beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? Se pueden dar muchas respuestas a estas preguntas. La primera es que debemos aprender de las tres conversiones de Newman, porque fueron pasos a lo largo de un camino espiritual que nos concierne a todos. Aquí me gustaría enfatizar solo la primera conversión: a la fe en el Dios vivo. Hasta ese momento, Newman pensó como los hombres promedio de su tiempo y, de hecho, como los hombres promedio de hoy, que no simplemente excluyen la existencia de Dios, sino que la consideran algo incierto, algo que no tiene un papel esencial que desempeñar en sus vidas. Lo que le pareció genuinamente real a él, en cuanto a los hombres de él y de nuestros días, es la cuestión empírica, que puede ser comprendida. Esta es la «realidad» según la cual uno se encuentra orientado. Lo «real» es lo que puede comprenderse, son las cosas que pueden calcularse y tomarse de la mano. En su conversión, Newman reconoció que es exactamente lo contrario: que Dios y el alma, la identidad espiritual del hombre, constituyen lo que es genuinamente real, lo que cuenta. Estos son mucho más reales que los objetos que pueden ser comprendidos. Esta conversión fue una revolución copernicana. Lo que antes parecía irreal y secundario ahora se revelaba como el elemento genuinamente decisivo. Donde se produce tal conversión, no es solo la teoría de una persona la que cambia: la forma fundamental de la vida cambia. Todos tenemos una necesidad constante de tal conversión: entonces estamos en el camino correcto».

El Papa Francisco también habla muy bien de Newman. En su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, del 24 de noviembre de 2013, en el n. 86, cita una carta de Newman en la sección sobre las tentaciones para quienes se dedican a las labores pastorales: «En algunos lugares, evidentemente, se ha producido una ‘desertificación’ espiritual, como resultado de los intentos de algunas sociedades para construir sin Dios o para eliminar sus raíces cristianas. En esos lugares, «el mundo cristiano se está volviendo estéril y se está agotando como un terreno sobreexplotado, que se transforma en un desierto (Letters and Diaries, Tomo III, n. 204)». En este pasaje, el Santo Padre habla, con palabras de Newman, sobre la esterilidad de una vida y una actividad sin Dios, a veces verificables incluso dentro de la Iglesia. Cuanto más vivimos en comunión con Dios y servimos en favor de su plan, más podemos dar frutos duraderos>.

Con estas palabras, Sr. Mary-Birgit nos hace un resumen de la trayectoria de Newman hacia la santidad y su reconocimiento oficial. Seguramente ello llamará la atención de muchos a los que la vida de Newman podrá dar luz a sus pasos por esta tierra, camino a la morada definitiva. 

Finalmente quiero destacar que, para Newman, es a través del cultivo de la inteligencia, de la búsqueda sincera de la verdad en todos los ámbitos, como cada persona dispone su corazón a asumir con todas sus consecuencias lo que la verdad supone, tanto en el ámbito teórico, como en lo práctico y vital.

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Paula Jullian

En febrero de 2019, el Vaticano aprobó la canonización del cardenal inglés John Henry Newman (1801-1890). Pero más allá de su santidad de vida, Newman es reconocido como uno de los intelectuales más célebres de la Inglaterra victoriana. Su figura despierta un creciente interés, como lo confirman numerosas publicaciones sobre su persona y pensamiento en los últimos años, sin embargo, permanece aún bastante desconocido en el mundo hispanohablante.  

Probablemente muchos católicos, particularmente de habla castellana, han oído de John Henry Newman por su santidad de vida y su célebre conversión, pero su nombre es quizá poco conocido como un intelectual de categoría. 

Newman es uno de los pensadores más versátiles del siglo XIX, cuyo legado trasciende el mundo católico. Es considerado como un humanista en el más pleno sentido de la palabra: teólogo, filósofo, historiador, educador, ensayista, poeta y músico. La fecundidad de su vida intelectual puede abrumar. Su vasta obra quedó plasmada en 90 gruesos volúmenes, de los cuales 32 corresponden a sus cartas. Se suman los innumerables documentos personales y de trabajo sin publicar, conservados en el Birmingham Oratory Archives (BOA) hoy en proceso de digitalización.   

Newman estudió y trabajó en la universidad de Oxford, el centro del anglicanismo y la discusión intelectual del momento, donde se desempeñó como clérigo y profesor de historia, literatura y lenguas clásicas, disciplinas pertenecientes al centro del currículo universitario, por las que tenía una especial pasión.

Para ello se remontó al estudio de las fuentes del cristianismo en los Padres de la Iglesia, lo que no hizo más que llevarlo a su conversión en Roma, a pesar de que durante años la había repudiado públicamente. 

Si bien ya en su tiempo era un destacado personaje, su nombre se difundió más aún con su bullada conversión en el entorno académico. Así, tras 27 años de residencia en Oxford, debió renunciar a una posición de prestigio, incompatible con su condición de católico. Más tarde en su vida, como sacerdote fundaría una universidad, una congregación secular y un colegio, en los cuales actuaría como rector, director y profesor. 

HOMBRE DE LETRAS

Su pasión por las humanidades brotaba de su asombro ante el misterio inefable del ser humano y su incansable búsqueda de la verdad. Platón, Aristóteles y Cicerón eran sus maestros y figuras centrales en su enseñanza, con quienes ‘dialogaba’ tanto en sus clases como en sus escritos. 

Los clásicos eran para él obras donde podía vislumbrar las profundidades de la naturaleza humana, lo más sublime y lo mas decadente dentro de uno mismo. De ahí que sostenía que “el libro del hombre es llamado literatura”[1], lo que dejó bellamente expresado en el noveno discurso de “La idea de Universidad”: “La Literatura declama e insinúa, es multiforme y versátil, persuade en vez de convencer; seduce, cautiva, apela al sentido del honor, fomenta la imaginación y estimula la curiosidad. Se abre paso por medio de la alegría, la sátira, el romance, lo bello y lo placentero”[2].  

A fin de encontrar respuestas, exploró en todas las áreas del saber de sus días. Era un ávido lector de todos los temas, desde la historia y teología hasta las ciencias y la lógica formal. Su amigo James Froude escribió de él,“Su mente era universal, se interesaba por todo lo que ocurría en las ciencias, en la política o en la literatura. Nada era demasiado grande o demasiado trivial para el, en cuanto todo daba luces a la cuestión central: que era realmente el Hombre y cual era su destino”[3]

Su genialidad se ve reflejada en su enorme producción de escritos literarios, académicos y personales, que incluyen novelas, poemas, ensayos, columnas, editoriales, y unas 20.000 cartas. La riqueza de sus publicaciones radica tanto en el contenido como en el estilo. Dada la diversidad de géneros que abarcó, se le puede encajar cómodamente en una variedad de temas y estilos.

A pesar de su amor por las letras, Newman escribió poco por placer como el hubiera querido. Su obra se compone mayormente de compilaciones de sus innumerables discursos y escritos que fueron recogidos y publicados años mas tarde. A causa de esto, sus escritos se han calificado de ‘asistemáticos’ y efectivamente lo son. Se comprende ya que sus colecciones tomaron forma a lo largo de años, a menudo con prolongadas pausas de tiempo entre una parte y otra y en circunstancias disímiles. Aun así, tomaba especial cuidado en la edición y estilo para dar cohesión a textos aislados de modo que el conjunto adquiera una mayor unidad, lo que no fue siempre igualmente logrado. 

Como en el caso de todo artista, su obra solo se comprende a la luz de su historia personal. El no se consideraba a si mismo mas que un “un escritor ocasional”, cuyo trabajo fue casi siempre motivado por una “llamada a escribir”[4], es decir por una provocación a causa de circunstancias del momento o deberes que recaían sobre el. A menudo se trató de defender cuestiones filosóficas o teológicas, ataques personales o falsas acusaciones. De ahí que llego a declarar “Envidio a quienes han podido seguir su línea de interés, como tantos escritores y poetas lo hacen hoy”[5].

El POLEMISTA 

La Europa del siglo XIX destaca por las numerosas corrientes de pensamiento racionalista y liberal que se imponían en el mundo de las ideas. En el contexto británico, esta tendencia se caracterizó por las fuertes expresiones secularistas, empiristas y utilitaristas que tuvieron un gran impacto en la esfera social. Newman reaccionó y las confrontó atendiendo a argumentos filosóficos, teológicos, educacionales e incluso políticos a fin de exponer sus errores antropológicos. 

Durante su vida, dialogó básicamente con todas las manifestaciones ideológicas dominantes, objetando sus posturas por medio de cartas y editoriales en diarios y revistas, donde abría discusiones públicas que generaban acalorados debates. Esto explica la naturaleza dialógica de su obra, que se podría resumir en una gran respuesta a cuestiones en torno a la persona y la religión. 

Dentro de la diversidad de sus escritos, se distinguen su retórica directa e incisiva -característica de la prosa británica del siglo XIX- que lo convirtió en un reconocido polemista que se involucró en abiertas disputas con personajes públicos, intercambiando correspondencia incluso con los primeros ministros William Gladstone y Robert Peel y con destacados intelectuales como Charles Kingsley y Thomas Arnold, a cuyas réplicas les debemos algunas de sus obras mas prominentes. 

Sus contiendas en los medios prácticamente estrenaron una nueva forma literaria; “la literatura de la controversia”[6]. El mismo llegó a declararse un “controversialist”, cuyos agudos comentarios -propios del humor flemático inglés- hoy en día serían tildados de políticamente incorrectos. No en vano el círculo literario lo calificó como “un genio de la sátira y uno de los grandes maestros del sarcasmo de la lengua Inglesa”[7]. Sin embargo, por su calidad moral y lucidez intelectual, era respetado incluso entre sus adversarios, quienes muchas veces optaron por no replicar. 

Pero lo que definitivamente movía a Newman no era una mera confrontación de opiniones. Todo su pensamiento está fundado en su convicción de la existencia de una verdad objetiva e inmutable y la capacidad de la mente humana de aprehenderla. Argumentaba que esta no era un mero pensamiento, sino que una realidad externa a nosotros, “que existe por si misma, no porque sea comprendida por nosotros ni por dependencia de nuestra voluntad. Se refiere a la naturaleza misma de las cosas”[8]. Este principio se encuentra en el trasfondo de toda su obra.

 CONFESION DEL CORAZÓN

La obra de Newman también revela su exquisita sensibilidad, recogida en poemas y en sus miles de cartas, en que deja ver su corazón en toda su hondura; el hombre de muchos amigos, de tierno cariño por su familia y constante preocupación por sus estudiantes y cuantos se acercaban a él.

Entre las obras que nos muestran su exquisita sensibilidad se encuentra la Apologia Pro Vita Sua, una obra maestra de la literatura espiritual que ha sido comparada con Las Confesionesde San Agustín. Durante años Newman había sido objeto de calumnias y descrédito públicos a causa de su conversión y había callado, pero ante la acusación de faltar a la verdad optó por responder en un sincero y desapasionado relato del proceso de su conversión, en el que abre su alma exponiendo los motivos que le llevaron a ella, los sufrimientos por los que pasó y la paz que descubrió en la Iglesia Católica. 

Esta humilde confesión le ganó el cariño de muchos ingleses que cambiaron radicalmente su actitud hacia él. Cientos de cartas vinieron a llenar su buzón expresándole su afecto. Entre ellas la de George Elliot, quien además de celebrarle por su obra literaria, lo elogió por su valentía. La Apologíaes una joya de la mas fina prosa inglesa. 

Aunque la vida no le permitió a Newman dedicarse a la literatura como él hubiera querido, la razón de todos sus trabajos fueron un profundo amor a Dios y su intensa vida de oración. Fue él quien penetró en la realidad de la conciencia como nadie lo había hecho hasta entonces, definiéndola como la “recámara en lo mas profundo del alma, donde se encuentran Dios y el hombre cara a cara”. No es de extrañar que su lema cardenalicio fuera “cor ad cor loquitur”. Es decir “El Corazón habla al corazón’.

FUENTE: 

Suplemento Artes y Letras (p. 6) del diario ‘El Mercurio’. Domingo 10 marzo, 2019


[1]Idea of a University, discourse 9 http://www.newmanreader.org/works/idea/discourse9.html

[2]Idea of a University, discourse 9http://www.newmanreader.org/works/idea/discourse9.html

[3]James Anthony Froude. Longmans, Green & Co., London http://www.newmanreader.org/biography/jafroude.html

[4]To the Academia of the Catholic Religion http://www.newmanreader.org/works/addresses/file3.html

[5]To the Academia of the Catholic Religion. http://www.newmanreader.org/works/addresses/file3.html

[6]Ker, Ian. The Achievement of John Henry Newman, Collins, 1990, (p. 153)

[7]Richard Holt Hutton, Letters and Diaries, xxi. 61. http://www.newmanreader.org/biography/ward/volume2/chapter20.html

[8] Idea de Universidad. Parte II. Temas Universitarios. Conferencia impartida en la facultad de Filosofía y Letras universidad de Dublín.http://www.newmanreader.org/works/idea/discourse9.html

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Primera estación

Jesús es condenado a muerte

Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento y a una muerte abyecta.

Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.

Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?

Segunda estación

Jesús carga con la cruz

Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad.

Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

Tercera estación

Jesús cae por primera vez

Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae.

Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados.

Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

Cuarta estación

Jesús encuentra a su madre

Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza.

De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia.

¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?

Quinta estación

Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz

Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz.

Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Sexta estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús

Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela.

Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque.

Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.

Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo.

¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti.

Octava estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”.

Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”.

¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.

Novena estación

Jesús cae por tercera vez

Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados.

La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”.

Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos.

Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos.

Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.

Décima estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud.

Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento.

Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?

Undécima estación

Jesús, clavado en la Cruz

Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta.

Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles.

Duódécima estación

Jesús muere en la Cruz

Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu.

Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.

Decimotercera estación

Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre

La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María.

Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal.

Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.

Decimocuarta estación

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado.

Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección.

Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo.

Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.

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