John Henry Newman promovió la Universidad Católica de Irlanda (1852–1858) y fue su primer Rector (1854–1858). Su interés fue responder a la pregunta ¿cómo formar la inteligencia de jóvenes laicos con el fin de fortalecer su estructura mental y proporcionarles una visión amplia de la realidad? Su respuesta fue: el saber ha de ser el fin de la universidad, con la promoción del conocimiento de las humanidades, por el gusto de aprender, además de la preparación profesional correspondiente a la disciplina a ejercer. De esta manera Newman logra aunar la educación tradicional con aquella que busca su impacto práctico.
El objeto del artículo es mostrar la trascendencia, por medio de la vida y obra de John Henry Newman, que conlleva una adecuada formación intelectual humanista y el impacto que alcanza una persona culta, en su contexto y en las siguientes generaciones.
Palabras clave: John Henry Newman, cultura, sabiduría, formación intelectual, humanidades, persona culta
1. Introducción
La tesis que se desea defender en el presente artículo es que la adecuada formación intelectual humanista pone en condiciones al universitario para llegar a ser una persona culta, capaz de influir positivamente en favor de sus contemporáneos y de las siguientes generaciones. Dicha tesis parece contraponerse a la tendencia actual de las autoridades que, a nivel global, proponen los lineamientos que ha de seguir la educación universitaria.
El Consejo Europeo y su Parlamento aprobó el año 2012 como fecha límite para que sus Estados miembros adoptaran el nuevo modelo de educación superior, conocido como el Plan de Bolonia. Su objetivo ha sido unificar los criterios de medición y facilitar que los títulos universitarios sean válidos en cualquiera de sus países miembros. Este sistema de créditos se ha ido adoptando paulatinamente en muchos otros países, fuera de Europa. A partir de entonces, los profesores universitarios, especialmente los que imparten asignaturas humanísticas, coinciden con las observaciones y advertencias que se exponen en el libro Adiós a la universidad: el eclipse de las humanidades (Llovet 2011)1, quien advierte que los fines que proponen desde el Consejo Europeo, deja de lado los estudios de las materias que ayudan a comprender al ser humano y que configuran propiamente a la universidad.
Tomando en cuenta el fin de la educación superior, se distinguen dos concepciones en franca oposición. Por un lado, quienes conciben la universidad como un espacio donde se reúnen profesores y estudiantes para buscar, de manera conjunta, la sabiduría. Se busca como fin el saber universal, por lo que se reflexiona desde las distintas ciencias para luego dialogar y llegar a una mayor comprensión de la realidad. De esta manera la formación intelectual, la habilitación de la inteligencia comprende una visión de conjunto, universal y armónica, que capacita la mente para distinguir lo verdadero de lo falso, lo propio y lo ajeno, lo distinto y lo semejante. De igual manera, se le prepara para la acción prudencial y sagaz en la toma de decisiones, que comprende todas las implicaciones de sus actos. Desde esta perspectiva, las humanidades tienen un lugar, como las demás ciencias, entrando al debate con igualdad de oportunidad la visión teológica, la filosófica y la científica, con una escucha respetuosa de la jerarquía de la realidad y del saber (Newman 1996).
En contraposición, se concibe el plantel de la educación superior como un espacio de capacitación para el trabajo con un cierto nivel de estudios para la toma de decisiones reducido a un ámbito inmediato y técnico. Desde esta perspectiva, el fin es el trabajo, mientras que el aprendizaje es sólo un medio, relacionado con los centros económicos que demandarán trabajadores especializados. Los contenidos quedan reducidos a lo que se puede prever para efectos prácticos. La mente de los alumnos se capacita sólo en un ámbito específico, sin el cultivo de su amplia gama de capacidades. Este diseño considera al egresado como un ‘homo faber’, y su valor dependerá de la calidad de su producción, lo mismo aplica en caso de que su actividad sea la de un investigador o de un ingeniero. En tal caso, no le corresponde ya el título de ‘universidad’, sino el de instituto tecnológico (Newman 1996).
El debate entre estas dos perspectivas estaba ya presente en Oxford, durante la primera mitad del siglo XIX. Tradicionalmente el conjunto de College vinculados a la Universidad de Oxford se distinguía por el cultivo de las humanidades, unido al desarrollo de las ciencias y las artes. Sin embargo, ante la revolución científica e industrial, así como los cambios sociales y políticos, comenzó a influir también en la enseñanza universitaria una visión más productiva.
Unas décadas después, la postura pragmática en la educación se fue consolidando y ganando terreno. Desde los Estados Unidos, John Dewey (1859–1952)2 centra su atención en los resultados, en la resolución de problemas, en las capacidades para incorporarse a la vida social. Se podría resumir su pensamiento en la expresión: ‘aprender, haciendo’. Si es verdad que trata de evitar la decadente concepción de que aprender es memorizar, desde otra perspectiva, cabe el peligro de reducir la educación y el desarrollo personal de los educandos a la instrucción del saber hacer. A través de la globalización, no sólo se ha unificado la comunicación gracias al uso de la lengua inglesa, sino que a través de ella han llegado también sus paradigmas, incluido el pragmatismo en la academia.
John Henry Newman ofrece una solución armónica que le da a las humanidades la importancia que merecen, sin olvidar el impacto práctico que conlleva. Él se propuso ‘el gran cometido del conocimiento liberal, la razón de ser y auténtico fin de la Universidad. Tal conocimiento es un bien en sí mismo, y por sí mismo debe ser buscado. Y posee también gran utilidad profana, pues constituye la mejor y más alta capacitación del intelecto para la vida social y política’ (Morales 1996, 10). A través de las siguientes líneas se mostrará la propuesta de Newman respecto a las humanidades, así como la actualidad e incluso la urgencia de dicha propuesta.
La falta de formación intelectual y el rigor mental queda patente en la incapacidad para distinguir lo verdadero de lo ficticio, lo real de la opinión o suposición. Tal situación es objeto de la crítica que ofrece Umberto Eco en su libro Número Cero. Él reúne ideas críticas, vertidas hacia la realidad de la información y de la Internet. La novela presenta a un joven talentoso al que contratan para redactar la experiencia de promover un nuevo ‘diario dispuesto a decir la verdad sobre todo’ (Eco 2015, 27). La propuesta final de Eco está centrada en el aporte del periodismo como un medio para discernir la verdad entre el cúmulo ingente de información que aparece en la Red. La intención del Commendatore, quien promueve la redacción de una novela dentro de la novela de Eco, era ‘entrar en los altos círculos de las finanzas, de los bancos e incluso de los grandes periódicos’ (Eco 2015, 27). El plan consistía en el diseño e impresión de 12 números cero de un periódico llamado Domani para demostrar que él podía poner en apuros a los altos círculos financieros y políticos a través de sus publicaciones; entonces le rogarían que dejara esa iniciativa y, a cambio, obtendría el pase para las altas esferas. La novela recogería, a manera de ficción, el experimento real.
A partir de la propuesta literaria de Eco y mirando el mensaje de fondo que propone el lingüista y novelista, podemos cuestionarnos —por ejemplo—, acerca de la veracidad de la información que circula hoy en la Red, y particularmente sobre el nivel de dominio sobre la propia lengua y de la capacidad lógica de las mentes a las que llega tal información. Asimismo, preguntarnos por la capacidad crítica que tiene o debiese tener un lector para interpretar, asimilar y juzgar sobre su veracidad. Eco comparte el diagnóstico educativo actual que reporta una incapacidad crítica de los lectores para navegar en una sociedad desinformada; y de la misma manera, se une a la propuesta de solución: la formación humanística.
En toda esta discusión, John Henry Newman, no sólo ha tenido el acierto de avizorar y comentar esta necesidad de formación en las humanidades, sino que en su obra The Idea of a University (Newman 1907) hace una descripción de cómo puede enfrentarse el reto de la formación intelectual de los universitarios. Su propuesta, la educación liberal, ofrece las claves concretas para la formación de las jóvenes inteligencias con el fin de que sean capaces de reconocer la verdad y contextualizarla. Estas claves las describe principalmente en los Discursosdictados en Dublín, en preparación a la apertura para la primera Universidad Católica de Irlanda. Newman inicia dichos Discursos en el año 1852 (Newman 1996), durante los preparativos de su fundación y hasta 1858 en que fungió como su primer Rector, respondiendo a la petición del episcopado local. Tomando como eje dichos escritos, se han redactado las siguientes líneas.
En este artículo, una vez que se expone la noción de Newman de la ‘educación liberal’ (n. 2) y se aborda el tema de la Universidad como lugar donde se promueve la cultura (n. 3), se centra la atención en el tema de la forja del hombre culto (n. 4), porque la asimilación de la cultura no se reduce a un asunto teórico, argumentativo y lógico, sino que la persona educada, además de ser capaz intelectualmente, ha de saber conducirse con libertad, gentileza y acierto, en un mundo complejo, y aún adverso. Por ello, la propuesta educativa de Newman resulta particularmente actual (n. 5).
2. La Educación liberal
La expresión ‘educación liberal’ se refiere en general a un curso o sistema de educación adecuado para el cultivo de un ser humano en tanto que libre. Se basa en el concepto medieval de las artes liberales. Durante la época de la ilustración dicha expresión tomó un sentido que enfatiza más la independencia que en sí la libertad. La ‘Association of American Colleges and Universities’ ha descrito la educación liberal como una filosofía educativa que capacita a las personas con amplios conocimientos y habilidades transferibles, con un mayor énfasis en los valores éticos y el compromiso cívico; se caracteriza por el método de debates sobre asuntos importantes; más que una forma de estudiar que un curso o campo de estudio específico la considera una manera de pensar. Por lo general, de alcance global y plural, puede incluir un plan de estudios de educación general que proporciona una amplia exposición a múltiples disciplinas y estrategias de aprendizaje, además de un estudio en profundidad en al menos un área académica. La educación liberal fue defendida en el siglo XIX por pensadores como John Henry Newman (1801–1890), Thomas Huxley (1825–1895) y Frederick Maurice (1805–1872). Sir Wilfred Griffin Eady definió la educación liberal como educación por sí misma y enriquecimiento personal, con la enseñanza de valores (Hughes 1885).
El declive de la educación liberal a menudo se atribuye a la movilización durante la Segunda Guerra Mundial. La prima y el énfasis puesto en las matemáticas, la ciencia y la capacitación técnica causaron la pérdida de su destacada posición en los estudios universitarios. Sin embargo, se convirtió en el centro de una gran parte de la educación de pregrado en los Estados Unidos a mediados del siglo XX a través de la figura de los College. En los primeros años del siglo XXI, muchas universidades y facultades de humanidades revisaron sus planes de estudios para incluir una educación liberal o para promover una educación universitaria más amplia, impregnada de su espíritu.
Una vez que se han mencionado algunos antecedentes de lo que aquí se va a exponer, se enfoca ahora la atención a las aportaciones de Newman, y en particular aquellas sobre la educación superior que se pueden aplicar a la formación de los nuevos alumnos que llegan a las aulas universitarias. Hoy día sus palabras cobran una importancia central ante la tendencia pragmática de reducir la instrucción a la preparación para el trabajo, dejando en segundo plano lo referente al desarrollo de la inteligencia y del universitario en su propia persona. Tales aportaciones, no sólo se basan en su experiencia como educador, sino que se muestran en él habiendo sido educado como un humanista. Él destacó como un excelente orador y escritor, en tiempo de paz y en épocas de francos ataques a su persona y a sus reflexiones en torno a su forma de pensar y de vivir. Newman no sólo fue polemista, fue un connotado predicador, poeta, teólogo y filósofo, novelista, corresponsal de miles de cartas, lo que le ha convertido en un clásico de la lengua inglesa. Todo ello muestra su esmerada preparación intelectual y sus grandes dotes. La fuerza e impacto de sus palabras iba además avalada por su experiencia, por su convicción, por su compromiso y búsqueda incondicional de la verdad; su estilo y forma era llamativamente amable, poética, enfática, poniendo en juego su amplia y profunda cultura, recibida principalmente durante sus años en Oxford. En sus Discursos Universitarios de 1852–1858, Newman retoma y sistematiza el estilo que le imprimieron esos años como estudiante en Trinity College, y más tarde como profesor en Oriel College (Ker 2010).
Este estilo de formación universitaria, basado en la tutoría personal estilo Oxford y enriquecida con su propia reflexión como educador, Newman lo transmite en The Idea of a University(Newman 1907), donde describe lo que él llama ‘la educación liberal’ en la universidad, término tomado de la tradición, que considera a la Filosofía, las Letras y las humanidades en general como estudios libres, de ahí que en muchas universidades se incluya una facultad de Artes Liberales. Esta educación tiene por fin la formación humana a partir de una profunda formación intelectual, cuya consecuencia es la configuración de la persona verdaderamente culta, que Newman denomina como ‘gentleman’, ampliando el concepto de ‘caballero’, que por cierto no tiene una connotación sexista, sino que responde a la usanza de las universidades desde sus comienzos hasta mediados del siglo XX, en donde solo los varones tenían acceso a la educación superior.
Para nuestro autor las personas con una inteligencia habituada a discernir entre la realidad y la verosimilitud, entre la verdad y la falacia, podrán hacer frente a retos semejantes, superando la superficialidad y la credulidad. Alcanzar un nivel mental y moral de tal calidad, supone una larga y constante formación de la inteligencia. Sin embargo, si tal fin está claro, el problema recae en la cuestión de cómo formar a una persona verdaderamente culta.
Dar solución a tal problema es un ambicioso objetivo. No se trata sólo de conocimientos teóricos, sino también de conocimientos prácticos, de habilidades mentales y de actitudes. En su Idea (Newman 1907) compara los medios para formar inteligencias humanistas, mentes amplias y profundas. Como sucede en el adiestramiento de los músculos, que a base de ejercicios en un gimnasio y con una disciplina adecuada, el adiestramiento de la mente requiere igualmente de ejercicio y disciplina. Newman ofrece una explicación sobre el cultivo del intelecto y la aprehensión de la verdad en el Discurso 7, número 4, de la Parte I (Newman 1996). En la Lecture 4 de la Parte II de Idea (Newman 1907), se detiene a explicar cuáles son los elementos básicos de esa formación intelectual: Gramática, composición, escritura latina y conocimiento religioso en general. En otro momento se refiere también a la importancia de la literatura, la geografía, la historia… Lejos estará de esta formación humanista el pretender un aprendizaje impuesto, o atento sólo a cumplir con los contenidos de unos buenos programas. Se trata de aprehender, de hacer propio el mundo en el que nos encontramos, lo que requiere del uso de la libertad e incluso el gusto por el saber. En definitiva, para responder a las dificultades con veracidad y certitud, se requiere, hoy como entonces, de una sólida formación en humanidades. De manera que, para educar realmente, se ha de comenzar desde la cabeza.
Es necesario resolver cómo formar intelectualmente desde las humanidades, hasta lograr una formación íntegra. Importa tener en cuenta que el objetivo que se busca, no solo se alcanza transmitiendo el qué —o los contenidos a enseñar—, sino que Newman hace hincapié en el cómo se forma a los alumnos universitarios. Tal estilo de educación está centrado en el esquema del College. Éstos están diseñados de manera que todo lleva a la mejora de los alumnos en un sistema de internado, con habitaciones amplias y cómodas, con un comedor en común donde las comidas son un momento de encuentro de alumnos y profesores, con un servicio adecuado. En todo momento los alumnos se hallan en un ambiente intelectual que se presta a seguir comentando, de manera cercana y cordial, lo que se ha aprendido, descubierto e incluso ideado en las aulas. También la capilla se considera un lugar de encuentro, en este caso para rezar juntos. La biblioteca es un ámbito privilegiado y central. Los jardines, los salones comunes para tomar el té, también son espacios de diálogo intelectual y de participación de nuevos hallazgos. Pero lo más importante en el modelo educativo de Oxford-Cambridge es la labor tutorial, personal: los alumnos son cultivados uno a uno según sus capacidades. Es necesario destacar que dicho método requiere del previo compromiso, de parte de profesores y alumnos, para favorecer el diálogo abierto y el deseo de crecimiento personal; por ello, se requiere de una estricta selección y la Universidad de Oxford explica a los alumnos interesados en ingresar a sus aulas desde su primer contacto en su página Web: http://www.ox.ac.uk/admissions/undergraduate/why-oxford/studying-at-oxford/tutorials.
Al promover la educación universitaria basada en una visión humanista se pretende evidenciar las herramientas intelectuales y morales que comprometan a orientar a los demás en el hallazgo de la verdad, entre la abundancia de datos y contradicciones. Una mente amplia puede, con visión de conjunto, dar jerarquía y valor a lo que es realmente importante de lo que no lo es. En palabras de Frederick D. Aquino, en An Integrative Habit of Mind, se trata de favorecer la formación humanista cristiana en la perspectiva que John Henry Newman nos propone (Aquino 2010). Si bien este estilo de educación cuenta con una larga tradición en Inglaterra y los países de influencia anglosajona, las necesidades de desarrollo personal de los universitarios de cualquier latitud, requieren de la formación intelectual humanista y del seguimiento cercano de parte de un maestro al que se le pueda considerar como gentlperson.
3. Universidad y cultura
A través de sus nueve Discursos (Newman 1907) explica la naturaleza y objetivo de la educación superior. En esos años de mitad del siglo XIX su objetivo inmediato era captar el interés de los católicos de Dublín y fincar las bases del nuevo proyecto universitario. Para las autoridades irlandesas de la Iglesia Católica Romana y gran parte de los irlandeses, este proyecto de Universidad era la única alternativa posible para dar una respuesta educativa a los centros universitarios no-confesionales de Cork y Galway, pues eran considerados como peligrosos para la conservación de la fe de los alumnos católicos. El modelo a seguir era Lovaina, reactivada en 1830. Newman no compartía esta opinión, pues consideraba que si la universidad —la que fuera—, buscaba la verdad, no habría peligro alguno. Esta diferencia de puntos de vista entre los patrocinadores del proyecto y su primer Rector fueron una fuente de tensiones y malos entendidos. La esencia misma de la universidad requiere, insiste Newman, que se otorgue a la ciencia el lugar que le corresponde. Por tanto, la razón de ser del nuevo plantel debía centrarse en la fusión armónica del saber humano y el saber teológico. Ello constituye la matriz de los nueve Discursos (Newman 1907), aunando las exigencias del arzobispo Culllen —prelado que encabezaba a los obispos irlandeses en la promoción de la universidad—, y la filosofía educativa de Newman.
Él había de definir con claridad la finalidad de la educación superior que estaba proponiendo. En su mente queda el deber de dar una respuesta humanista a la postura pragmática, presente en el siglo XIX, que reduce los estudios superiores a la capacitación específica en un área del conocimiento, de manera inconexa con el resto de saberes. Dadas las dimensiones del centro educativo que le propusieron, deja de lado la opción de tomar el modelo alemán de universidad como centro de investigación, por lo que, de momento, se plantea sólo la transmisión de los conocimientos. Newman no considera universidad a las instituciones que sólo capacitan para el trabajo, e insiste en que sólo pueden llevar este nombre aquellas cuya existencia tenga por fin la búsqueda del saber en sí mismo y que ofrezcan un conocimiento interdisciplinario y bien articulado. Esta afirmación tiene su explicación en el quinto Discurso de The Idea of a University que se titula ‘El saber como fin en sí mismo’ (Newman 1996, 123), en el cual expone que el cultivo del intelecto es un fin preciso y suficiente: la amplitud de mente, con unidad y concierto. Con estas palabras expresa cuál ha sido, desde el principio, el fin de la universidad. Esa educación posee un objetivo tangible, real y suficiente, que no puede separase del saber mismo. El saber es capaz de ser su propio fin, porque la mente humana está hecha de tal modo que cualquier clase de saber, si es auténtico, constituye su propio premio (Newman 1996, 126).
Si bien se refiere a todo saber, Newman desea ser más específico al explicar que una ciencia particular y aislada no es suficiente para el cabal cultivo del intelecto. ‘Las ciencias particulares son la base respectiva de actividades concretas, que llevan a resultados tangibles’ (Newman 1996, 126). Añade que las escuelas profesionalizantes no forman científicos, sino técnicos, que aplican lo que otros han descubierto y desarrollado. He aquí el problema que nuestro autor intentaba enfrentar, dada la segmentación del conocimiento que se producía desde el siglo XIX con la exclusión de un saber más integral, como señalábamos. El saber unitario y abarcante que Newman propone como fin de la universidad, sin excluir la teología, las ciencias y las tecnologías, es lo que él llama hábito filosófico: ‘un hábito de la mente que dura toda la vida, y cuyas características son libertad, sentido de la justicia, serenidad, moderación y sabiduría’ (Newman 1996, 125).
Newman dedica tres discursos más para exponer en qué consiste esa amplitud mental que se constituye en una potencia, una luz, un amor a la sabiduría. Su Discurso cuarto lo tituló: ‘El saber considerado en relación con la cultura’ (Newman 1996, 143). La cultura mental se suele asociar a la mera adquisición de conocimientos. Desde luego que sin los conocimientos no existe verdadera cultura (Newman 1996, 129), pues sin ellos ‘la mente más original puede tal vez deslumbrar, divertir, refutar, confundir, pero no llega a un resultado útil o a una conclusión fehaciente’ (Newman 1996, 147). Sin embargo, es necesario interconectar el conocimiento de las diversas disciplinas. Esto es lo que otorga a la mente una visión más integral de la realidad y, en consecuencia, un conocimiento más completo que se interconecta a su vez con los nuevos descubrimientos. Así el avance del conocimiento es directamente proporcional a la integración de disciplinas.
Newman recuerda que Cicerón consideraba que el saber es el primer objeto al que somos atraídos después de solucionar las necesidades materiales (Newman 1996, 127). Es condición indispensable para la expansión de la mente, más allá de la mera adquisición de conocimientos, una actitud y una intervención activa en el proceso de parte de los alumnos para superar la cómoda posición de ser meros receptores de un cúmulo de ideas nuevas para ellos, de manera que se esfuercen por mantener activa su mente hacia el conocimiento de la realidad. La apropiación del saber es un continuo proceso que supone hacer subjetivamente propios los objetivos de conocimiento, asimilarlos y articularlos con otros conocimientos, pasando a ser parte de nuestra situación mental en la que nos encontramos: captamos que ‘nuestras mentes crecen y se expanden no sólo cuando aprendemos sino cuando referimos lo aprendido a lo que ya sabíamos’ (Newman 1996, 151).
El resultado es una mente que adopta una visión conexa y armónica de lo viejo y de lo nuevo, lo pasado y lo presente, lo lejano y lo próximo, y que percibe la influencia de todas estas realidades unas sobre otras, sin lo cual no habría ni un todo ni un centro. Este intelecto posee un conocimiento no sólo de las cosas, sino de las relaciones que se dan entre ellas, lo que genera a su vez un mayor conocimiento. Más aún, es la forma normal en que el conocimiento avanza y genera cultura. ‘Es un saber, no sólo considerado como una adquisición cuantitativa, sino como filosófica’ (Newman 1996, 151).
Para Newman, la Universidad no persigue primariamente la formación técnica —pues la universidad sería entonces una escuela tecnológica—, o la orientación moral, o la promoción del arte o el deber; sino que su función principal es impartir cultura intelectual. Este es el punto capital. Podemos tratar hoy con personas muy informadas, incluso, al día, que van siguiendo determinados acontecimientos, pero no se les puede llamar propiamente personas con cultura intelectual porque ‘sólo es extensión de la mente la capacidad de ver muchas cosas a la vez como una totalidad, de referirlas a su lugar apropiado en el sistema universal del saber, de entender su respectivo valor, y de determinar su dependencia recíproca’ (Newman 1996, 153).
A pesar de que sus Discursos ocasionaron cierta polémica, Newman quedó satisfecho y han sido expresión de uno de los grandes temas del pensamiento occidental por la nitidez y determinación con que su autor formula sus concepciones (Morales 1999, 140). Años más tarde, en 1863, Newman deja escrito en su Diario lo importante que fue para él su dedicación a la formación intelectual: ‘desde el principio al final, la educación ha sido mi línea’ (Newman 1957, 259).
Siendo la educación un término muy amplio, una manera concreta de educar se ha denominado formación, un concepto clave acuñado en el ambiente intelectual del siglo XVIII como elemento que desarrolla las ciencias del espíritu durante el siglo XIX. Aunque Newman no fue del todo consciente, su pensamiento educativo se sitúa en una tradición que se tradujo con grandes dificultades a la vida práctica, y que en el caso de Dublín sufrió grandes traspiés (Ker 2010), no obstante, la relevancia que desde su tiempo han cobrado sus ideas y la valoración intelectual que ha desarrollado su trabajo es clave sobre todo en las últimas décadas.
Existe una correlación entre la formación recibida y el modo en que el conocimiento se alcanza. El adecuado entendimiento, la capacidad de juicio y la inferencia prudencial son elementos esenciales que en cada propuesta formativa necesitan validarse y consolidarse. Esto hace que el conocimiento genere cultura, y posibilita el desarrollo crítico sobre la formación e información recibida. La educación liberal que tiene por objetivo el llevar a los educandos a la forja de una personalidad consolidada por una cultura amplia y profunda tiene un camino que recorrer con unos modos determinados. Sobre ello se comenta a continuación.
4. Para forjar un hombre culto
El fin de la universidad, afirma Newman, es la promoción del saber, de la cultura. Por ello, él afirma que la educación es una palabra más elevada. Implica una acción que afecta a nuestra naturaleza intelectual y a la formación del carácter. Es algo individual y permanente. Esto es lo que hace que el decir de algo o de alguien se manifieste con propiedad. La formación de la mente en la universidad ha de comenzar por lo más básico: saber leer y hablar correctamente y en el contexto adecuado, lo que supone la profundización en la gramática, la literatura y el ejercicio de los debates. Es decir, para pensar con propiedad se han de tener en la mente las herramientas adecuadas: la gramática, el dominio de la lengua y la lógica (Newman 1907).
Cuando hablamos de la transmisión del saber como elemento central de la educación, estamos afirmando que el saber es un estado o condición de la mente. Y dado que el cultivo del intelecto es, sin duda, algo que merece la pena por sí mismo, llegamos de nuevo a la siguiente conclusión: las palabras liberal y filosofía, en la terminología de Newman, se utilizan con el fin de enfatizar que ‘un saber es deseable, por ser él mismo un tesoro y un premio suficiente después de años de esfuerzo, aunque nada se derive de él’ (Newman 1996, 135).
El resultado de la educación, que debe esperarse en los individuos según la medida de cada uno, ha de ser aquella perfección del intelecto, ‘visión y comprensión clara, serena y precisa de todas las cosas, en cuanto pueden ser abarcadas por una mente finita, cada una en su lugar, y con las características propias que le corresponden’ (Newman 1996, 155). La visión realista de Newman identifica que el inicio de esta formación intelectual comienza con el dominio de la propia lengua. ‘Pensamiento y palabra son inseparables uno del otro. El fondo y la forma son dos partes de lo mismo: el estilo es pensar con palabras’ (Newman 2014, 58). Por ello, toda la formación universitaria depende del suficiente aprendizaje previo de los estudios elementales (Newman 2014, 109 y ss.) que explica en la Lección 4 de la segunda parte de Idea (Newman 1907), primeramente, publicada en la Catholic University Gazette y en My Campaign in Irelandentre 1854–1856. La atención de Newman se centra en la educación del intelecto para pensar con rigor y saber interrelacionar los conocimientos que se van adquiriendo y asimilando.
El primer peldaño para andar el camino hacia el saber es la Gramática o análisis científico de la lengua. Dominar la propia lengua lleva a ser capaz de entender el significado de las frases y su fuerza comunicativa, cuando uno se enfrenta a determinados párrafos. El alumno podrá, entonces, construir una frase o analizarla.
Una vez dominada la Gramática, se puede subir al peldaño de la composición, lo que requiere previamente el haber sido constante en la lectura guiada, con un método apropiado para adquirir rigor, yendo al fundamento y al verdadero sentido de las cosas. Este ejercicio forma en la mente la capacidad de análisis. Para componer, es necesario pensar antes de escribir, y no redactar hasta que se tenga algo que decir. El tema sobre el que se escribe ha de ser concreto y la composición ha de versar sobre el tema, con un enfoque amplio y no sólo una parte del él sin su contexto. Newman enumera los cuatro requisitos para la buena composición de la siguiente manera: ‘buena dicción o corrección de vocabulario, sintaxis, idioma y elegancia. El punto que exige especial atención es la propiedad idiomática. Por idioma se entiende el uso de las palabras que es peculiar a una lengua correcta’ (Newman 2014, 139).
Para ello recomienda de nuevo el latín, y su correcta escritura, lo que considera el tercer peldaño para la formación intelectual elemental. Dicho adiestramiento de la mente capacita a quien ha sido universitario a enfrentar la vida social y política con un marco amplio de referencia, y a abordar el estudio de las ciencias específicas con una mente integradora de todos los conocimientos. En la educación que Newman recibió, la cultura latina y por tanto su lengua y literatura se consideraba una pieza esencial en la formación intelectual. Él mismo consideraba que su estilo de escritura en inglés la había aprendido de los textos latinos de Cicerón. El latín es una lengua muy lógica y por ello forma de manera eficaz la mente. A pesar de no ser el inglés una lengua romance, Newman anota como un resultado de buen aprendizaje de la Gramática inglesa el saber traducir una frase inglesa al latín, construyendo una nueva frase, lo que prueba que el alumno ha sabido distinguir entre una construcción latina y una inglesa. En el caso de quienes piensan y hablan en una lengua romance, se impone mucho más el estudio y dominio de la lengua latina para su adiestramiento mental (Newman 1907).
Una vez que se ha explicado los elementos básicos que Newman considera para una adecuada formación intelectual en la universidad, nos centraremos en su resultado, es decir, en el perfil del egresado de una universidad que imparte una educación liberal. Newman ofrece la descripción del hombre culto y de cómo se conduce la persona que ha cultivado su inteligencia en el saber —distinto de la erudición o del conocimiento especializado en un tema aislado—, y cuya personalidad le lleva a ser dueño de sí mismo y de cada situación en la que se encuentra. Él utiliza una expresión común en su época, para calificar a una persona cabal: el gentleman(Newman 1996, 210).
Durante la época victoriana, el hecho de que las personas se supieran conducir como ‘caballeros’ era esencial. El concepto de ‘gentleman’ es una invención esencialmente inglesa. El francés Hippolyte Taine intentó describir el alcance del significado de lo que se considera un ‘gentleman’ (Taine 1872). Se trata de un constante cultivo del principal de los ideales típicamente ingleses. La clave de la cuestión es que un hombre ha de cuidar su conducta para que siempre y en todo momento se le pueda considerar un caballero, lo que corresponde a decir de las mujeres: ‘es una Lady’. Ello significa un verdadero noble, un hombre apto para mantenerse en pleno dominio de sí, con orden y mando, imparcial, correcto, capaz de exponerse a sí mismo a todos los sacrificios, ser un hombre de conciencia, cuyo generoso instinto es confirmado por su sano juicio, por lo que se comporta siempre bien con toda naturalidad, guiado por sus principios. Con esta imagen se reconoce el modelo de líder, con el típico matiz inglés de su autocontrol, su indefectible mente fría, perseverante en la adversidad, naturalmente serio, de maneras dignas, que rehúye toda afectación o fanfarroneo, que llega al nivel más alto cuando logra reunir las aspiraciones de las personas y su obediencia. El modelo de gentleman inglés queda mejor y elocuentemente retratado en el Duque de Wellington, quien se opuso militarmente a Napoleón y murió en 1852, o en algunos protagonistas prefigurados en las novelas costumbristas de Jane Austen.
Si bien Newman asimila el término inglés y su significado, él imprime a la palabra gentleman un contenido más profundo que el que transmite la figura de Wellington. A través de ‘algunos rasgos del carácter ético formado por un intelecto cultivado’ (Newman 1996, 212), la mente de Newman podría evocar la figura de William Wilberforce (1759–1833), quien desde el Parlamento británico logró la abolición de la esclavitud, e incluso a una personalidad tan amable, íntegra y sólida, de hombre cabal, como la de Jesús de Nazareth.
Su interés es capital es señalar que el fin de la universidad que propone es el saber en sí mismo, y que su consecuencia subjetiva da como resultado al verdadero universitario, profesor y alumno, que habrá de ser un hombre culto, un gentleman. Haremos a continuación un análisis breve de la descripción de cómo se conduce la persona verdaderamente cultivada.
Newman utiliza las siguientes palabras: ‘Es casi una definición de gentleman decir que es un hombre que nunca infringe dolor. Esta descripción es cuidadosa y, dentro de lo posible, precisa. Un caballero se ocupa, en gran medida, en remover los obstáculos que impiden la actividad libre y desenvuelta de quienes le rodean, y se suma a sus movimientos más bien que tomar él mismo la iniciativa’ (Newman 1996, 210). Para graficar estas palabras consideremos, en contraste, aquellos medios impresos de información que explotan comercialmente la tragedia de otros. Si por el contrario el editor se detuviera a pensar, antes de redactar una nota, que lo que publicará va a ser leído por la familia de aquel sobre quien informa, sin lugar a dudas cambiaría el tono de la noticia. Al respecto Newman había tomado como máxima el tratar a todos con tal delicadeza que incluso respecto a sus enemigos encontraba la frase amable considerando que quizá algún día podrían llegar a ser sus amigos.
La vasta cultura permite ‘evitar todo enfrentamiento de opiniones, toda colisión de sentimientos, todo retraimiento, recelo, melancolía o resentimiento, porque su gran preocupación es que todos se hallen a su gusto y como en casa. Están pendientes de todos y de cada uno’ (Newman 1996, 211). Para ello es necesario conocer y tener un profundo respeto por los interlocutores. Ser capaz de entender la posición desde donde otros captan aquella realidad y lograr comprender su postura, para localizar los puntos en los que pueden estar de acuerdo y a partir de ahí, exponer y argumentar. Es decir, el hombre culto ‘sabe bien con quien habla, se guarda de alusiones inoportunas o temas que puedan molestar’ (Newman 1996, 211).
Newman expresa una síntesis de lo que se ha dicho cuando menciona la transformación que los nuevos alumnos experimentarán en sus aulas: de ser sólo unos muchachos, pasarán a ser verdaderos hombres. Estas fueron sus palabras durante el discurso inaugural de la Universidad Católica de Irlanda, en marzo de 1854: ‘Un gentleman, si he de mencionar la diferencia entre un niño y un verdadero hombre, debo decir que un niño vive de lo que aún no es y atento a lo que le circunda de manera inmediata, depende de otros que le instruyen y con medidas impuestas; mientras que el hombre se conduce con gran mesura y en sus decisiones depende de sí mismo’. En aquella ocasión, Newman añadió: aquí vendrás a aprender cómo pasar de ser un niño a convertirte en un verdadero hombre’ (Shrimpton 2014, 177).
5. Actualidad de su propuesta
La educación liberal que propone Newman responde a una serie de debates e inquietudes en la educación superior actual. Siguiendo su punto de vista, es pertinente comenzar por devolver a la palabra ‘universidad’ su sentido original. Es decir, denominar universidad a aquellas instituciones que buscan el saber como fin en sí mismo. Y por ello, desarrollan los distintos ámbitos del saber, no de manera aislada, sino en diálogo constante. Por el contrario, aquellas instituciones de educación superior que no cultiven los ideales y prácticas propias de una verdadera universidad, no deben denominarse como tales, sino que pueden utilizar títulos como el de instituto o tecnológico, centro de educación superior o academia, donde el fin es la profesionalización, la transmisión de conocimientos restringidos a la acción externa de un trabajo. Con ello se dejará claro que, para que se llegue a una verdadera formación intelectual, los jóvenes deberán recibir una ayuda complementaria, con el fin de aprender a reflexionar y ser personas críticas (Newman 1907).
La universidad debe enseñar a pensar, de otra manera no cumple con su función educativa. El aprender a pensar es una tarea ardua, que perfecciona a quien lo logra, al mismo tiempo tiene un impacto práctico. Así, la educación liberal, el gusto por aprender que propone Newman, es la adecuada respuesta de que los estudios universitarios sean también útiles a la sociedad.
La inclusión de las humanidades en los estudios universitarios no es una cuestión opcional e irrelevante. De ello depende, en buena parte, que la institución pueda llamarse legítimamente una universidad. Las humanidades, si bien son indispensables en la idea o diseño originario de una universidad, hoy día resultan ser una necesidad urgente para la formación de las nuevas generaciones que requieren de un pensamiento crítico para saber discernir lo verdadero de lo falso, lo que concuerda con la realidad y está expresado con suficiente rigor y lo que es verbosidad.
Cabe aclarar que no se trata simplemente de incluir unas cuantas asignaturas más al plan de estudios profesionales. La meta es lograr un conocimiento unitario. No basta abarcar toda la gama de saberes, no es una cuestión cuantitativa, sino que se requiere el diálogo positivo, la formación apropiada para que en la mente del universitario se vayan articulando las distintas facetas de la única realidad. Para ello hace falta la vinculación entre las propuestas de las diversas ciencias hasta armar una formulación verosímil y verdadera de la realidad en la que cada objeto de estudio y enfoque de las ciencias aporta sus propios elementos de ese todo armónico y jerárquico. Finalmente, el universitario reconocerá el lugar que a cada cosa le corresponde. Se requiere entonces la promoción del intercambio interdisciplinario (Newman 1996).
La formación intelectual, la capacitación de la mente, requiere de una guía personal. Porque la formación humanista que ofrecen los libros escritos que transparentan la naturaleza humana, se facilitan con la cercanía de un tutor. Newman se refiere a la acción tutorial. Cuando él comenzó a trabajar como fellow en Oriel College a los 22 años fue Richard Whately, quien le transmitió de manera personal su experiencia en el trabajo intelectual y el uso de las herramientas que desarrollan la mente, por ello dejó escrito que fue él la primera persona que abrió su mente, le enseñó a pensar, a utilizar su razón e imprimió las ideas y principios de conocimiento que le ayudaron a conformar su propia forma de pensar (Ker 2010).
Hoy día se puede con facilidad constatar en los egresados de una institución superior si llegaron a ser verdaderos universitarios. Si realmente han logrado ser personas cultas, en quienes se puede confiar por tener criterio, carácter y rigor mental. Se trata de un efecto personal, una condición y una manera de estar en el mundo. Cuánta necesidad se tiene hoy, tanto en el ámbito social como laboral, de personas gentiles, con dominio de sí, que sepan cuál es su verdadero bien y lo que les corresponde decir y hacer en cada momento, conscientes de sus limitaciones y responsabilidades, dispuestos a aportar con generosidad lo que son capaces de hacer por el bien de la sociedad a la que pertenecen.
Así la formación humanista tendrá un rol clave en la universidad, para formar mujeres y hombres cultos, capaces de aportar al mundo postmoderno la verdadera innovación: desde una visión que respeta lo que puede ser de otra manera, sin perder lo que es ineludible.
6. Conclusión
La propuesta de Newman responde al reclamo de devolver a la universidad la orientación que le corresponde, de recordar que su fin es primordialmente el saber universal, objeto de la inteligencia. En el proceso de formación de la inteligencia se comienza por la capacitación de la mente de los estudiantes, con la disciplina que se require, gracias a la promoción de las habilidades que proporcionan las matemáticas, el dominio de la propia lengua y las leyes de la lógica, es posible pensar con rigor, corrección y verdad. Con esta preparación, la mente se abre a la búsqueda del conocimiento de la realidad, articulando las distintas áreas del saber, distinguiendo unas de otras y completando el horizonte que ofrece el mundo natural y el mundo cultural.
La educación liberal, basada en la formación a traves del conocimiento profundo de la realidad humana y de su entorno, posibilita el logro de una visión amplia de lo que es esencial, gracias al diálogo interdisciplinario con los expertos de las distintas áreas de conocimiento y la guía del tutor. De esta manera se alcanzan otros dos objetivos de la educación superior: primero la promoción de la cultura, de la verdadera cultura que proporciona las condiciones para el desarrollo de las personas como tales; y segundo, la promoción de mujeres y hombres cultos que sean dueños de sí mismos, que sepan estar en el lugar que les corresponde y aportar a su entorno lo mejor de sí.
Entonces, como universitarios comprometidos con sus contemporáneos y con las generaciones futuras, sabrán ser ciudadanos participativos, positivamente críticos, no susceptibles de corrupción, ni fáciles presa de quienes pretenden manipularlos. Sólo así se puede hablar legítimamente de democracia y de promoción de la paz, tan urgente en nuestros propios países y en las relaciones con los demás.
Artículo de Rosario Athié, publicado en la revista Church, Communication and Culture, Volume 3 Issue 1, ya está disponible a través de: tandfonline.com.